El País, Budapest, 25.03.85
El Partido Socialista Obrero de Hungría (PSOH, comunista)
inaugura hoy su XIII congreso en Budapest bajo el signo de una creciente
oposición en su seno a las reformas económicas que han hecho de Hungría el país
del Pacto de Varsovia con mayor flexibilidad e iniciativa privada. Esta
tensión, que se ha venido gestando en las reuniones preparatorias del congreso,
se ve compensada por el optimismo que ha provocado en Budapest el reciente
nombramiento de Mijail Gorbachov como máximo dirigente de la Unión Soviética.
Hungría confía en que este nombramiento suponga el fin de
una interinidad que, desde los últimos años de vida de Leónid Breznev, ha
provocado inseguridad en la alianza de países socialistas. El congreso del
PSOH, el primero que celebra un partido comunista en el poder desde el acceso
de Gorbachov al poder, afronta los problemas de la política internacional con
un relativo optimismo.
Los problemas fundamentales a los que se enfrenta la
dirección del partido en este congreso se basan en el creciente descontento de
amplios sectores de la población por la situación económica del país y el
continuo aumento de las diferencias sociales que han producido las reformas
económicas. En los sindicatos y en el propio partido se oyen cada vez con más
fuerza los reproches por el resurgir de las clases sociales al amparo de la
liberalización y del fuerte aumento de la economía privada.
Hungría es actualmente un extraño país en la alianza
socialista. Las tiendas de alimentación y los comercios de todo tipo de
productos, incluidos los que en Occidente son de lujo, están plenamente
abastecidos. Por las calles de la capital circulan cada vez más coches
occidentales conducidos por húngaros. En los alrededores de Budapest se
construyen sin cesar villas que nada tienen que envidiar a las de barrios
residenciales en cualquier capital de Europa occidental. Los restaurantes están
llenos. El Estado emite suscripciones de bonos, que se agotan en cuestión de
horas. Algunos húngaros van a Viena, una de las capitales más caras de Europa,
a comprar ropa y otros a París o Milán.
Es obvio que en Hungría ha surgido una nueva clase al amparo
de la liberalización económica y del creciente campo libre a la iniciativa
privada. Especialmente en el sector de servicios, las empresas privadas han
irrumpido con gran fuerza. Propietarios de restaurantes, de cafés y otros
establecimientos de servicios, artesanos y profesionales liberales consiguen
enormes ganancias gracias a la inexistencia de un sistema fiscal eficaz, antes
no necesario en una economía absolutamente centralizada.
La otra cara de la moneda es el vertiginoso aumento de los
precios, debida en parte a la decisión política de dejarles situarse en el
nivel que determina el mercado internacional y suspender la práctica, común a
todos los países de economía centralizada, de la subvención a ciertos
artículos.
Grandes sectores de la población trabajadora, que no se han
podido beneficiar de la apertura a la iniciativa privada, han visto descender
drásticamente su capacidad adquisitiva. De estos sectores se nutren las fuerzas
que tachan las reformas de antisocialistas. La cúpula del partido
está, hasta hoy, casi unánimemente a favor de continuar las reformas, por las
que en su día se interesó Yuri Andropov, y que muchos consideran irreversibles.
El máximo dirigente húngaro, Janos Kadar, tras 29 años al frente del país,
indiscutido dentro y fuera del partido, es la máxima garantía del mantenimiento
de esta línea política.
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