El País, Budapest, 31.03.85
Flexibilidad económico-política y pluriempleo han generado
un modelo de bienestar único
Es un secreto a voces. Los húngaros ganan un sueldo medio de
5.000 forintos, moneda nacional, del que se gastan 6.000, invierten 4.500 y el
resto lo ahorran para comprarse un coche nuevo. Para que un pueblo ágil y agudo
como el húngaro se busque la vida no hace falta siquiera fomentar sus claras
posibilidades, basta con no impedírselo. Por eso casi todos los ciudadanos que
trabajan tienen un segundo empleo que permite que cuadren cuentas tan
incuadrables como las descritas.
Un pequeño grupo destacó recientemente por su entusiasmo. Se
hicieron socios y decidieron abrir un hotel. El primer hotel completamente
privado del Pacto de Varsovia se llama hotel Victoria, es pequeño, está en un
lugar envidiable junto al Danubio, enfrente del monumental parlamento neogótico
de la capital húngara. Cuando fueron a pedir el permiso les debieron creer locos
o borrachos. Pero, señores, ¿ustedes saben cuánto cuesta un hotel? Respondieron
que, al fin y al cabo, querían un hotel modesto, no excesivamente lujoso y que
pensaban que con algo más de 30 millones de forintos que habían ahorrado
podrían arreglarse. ¿De dónde sacan un par de socios en un país socialista con
un sueldo medio de 5.000 forintos esta cantidad millonaria? En todo caso, el
hotel funciona ya, en un viejo edificio renovado, y tiene todas las
habitaciones reservadas hasta octubre próximo.
En la plaza de Marx, junto a la bonita estación del Oeste,
que se ha quedado pequeña para el intenso tráfico ferroviario con Occidente,
confluyen dos de las grandes avenidas que forman el cinturón interior de la
capital, la avenida de San Esteban y la de Lenin. San Esteban, patrón de
Hungría, fue el rey que unificó a la nación en el siglo X. De Lenin aquí todo
el mundo ha oído hablar. En este céntrico cruce se alzan los grandes almacenes
Metro, de la cooperativa Skala, que a los turistas venidos de otros países socialistas
les parece el edén del consumo, el cuerno de la abundancia y sueño para afanes
consumistas reprimidos por la pobreza de la oferta en sus países de origen.
Jovencitas de Alemania Oriental y de Checoslovaquia se
compran aquí indumentarias completas de Benetton, zapatillas de deporte con
rayas de colores y pantalones tejanos con el nombre de inspiración más
americana posible. Después de las vacaciones podrán coquetear en sus ciudades
ante las miradas envidiosas de rivales vestidas con la ropa sintética de
aburridos colores de la confección nacional.
Los ahorros conseguidos a base de un régimen espartano
durante todo el año no permiten a los turistas de los países hermanos excesivas
alegrías en los gastos. Una joven enfermera de la ciudad alemana oriental de
Dresden manifestaba hace unos días, apesadumbrada, que Budapest, su única
posibilidad de zambullirse en lo que considera "lo más occidental
asequible", se ha convertido en una ciudad de precios prohibitivos para
ella.
Llama la atención la cantidad de floristerías que hay en la
capital. Los grandes escaparates muestran una rica variedad de flores y plantas
para sugerir el cumplimiento de una tradición tan centroeuropea como el regalar
flores, con o sin pretexto. También estas tiendas son en gran parte privadas y
permiten a sus propietarios unos ingresos nada desdeñables y, lo que no es
menos importante, apenas fiscalizables.
Aerobic, bodybuilding
En la ciudad de Szekesfehervar, en Hungría occidental, un
grupo de amigos con ideas decidió un día aprovecharse de la moda que,
procedente de Estados Unidos, les recuerda a los europeos lo bonito y erótico
que resulta el tener un cuerpo musculoso y moverse al ritmo de músicas
campanilleantes, por supuesto norteamericanas. Crearon un club de aerobic y
bodybuilding, y como los húngaros también son conscientes de que estar a
la moda cuesta dinero, tienen suculentos ingresos por suministrar esfuerzos
planificados a sus clientes.
Restaurantes como el Vad Rozsa, en el monte de Buda, no
lejos de la plaza de Moscú, ofrece platos de lujo gastronómico a precios
realmente nada baratos. La familia propietaria gana obviamente enormes
cantidades de dinero, difícil de fiscalizar con el actual sistema impositivo.
Al igual que muchos otros propietarios de restaurantes, también médicos,
artesanos, mecánicos y miembros de otras profesiones liberales o de servicios
conducen automóviles de importación occidental, BMW, Mercedes, Opel y otros,
llevan caros relojes suizos y se compran la ropa en Milán, París o Londres.
Cenan en restaurantes de lujo, como el citado, o en los grandes hoteles con
mucha más frecuencia de lo habitual entre las clases altas occidentales.
El Ballet Cipo es un pequeño local que se encuentra detrás
de la ópera, magníficamente renovada, en la avenida de Nepkoztarszasag (avenida
de la República Popular), en el que se reúnen jóvenes intelectuales en
tertulia, mientras escuchan canciones melosas de la Hungría de los años veinte.
Este local fue uno de los primeros privados que buscaron un ambiente
específico, para atraer a los clientes.
El Ballet Cipo, al igual que el Miniatur u otros muchos
locales que, con ambiente ciertamente decadente, se han abierto en los últimos
años, funcionan muy bien y hacen buenas cajas, ya que no son en absoluto
baratos. Sin embargo, el público es en su gran mayoría húngaro, y en Hungría
los locales de lujo han dejado de ser para invitados extranjeros o miembros de
la estrecha capa dirigente, como sucede en otros países de la región.
Las diferencias sociales han aumentado drásticamente en los
últimos años. El descenso del nivel de vida para los pensionistas, jóvenes y
otros sectores que no se han visto favorecidos por las nuevas posibilidades
creadas es un hecho que el congreso del partido comunista reconoció
abiertamente. Las dificultades económicas se trataron en general con una
claridad y franqueza nada habituales en Europa del Este.
En el barrio obrero de Csepel, una de las dos islas que
forma el Danubio a su paso por Budapest, los comercios están plenamente
abastecidos, sin grandes diferencias con la oferta existente en el centro de la
ciudad. Esto obedece a una política del régimen por evitar tensiones entre las
clases que, como reconoce, existen en el país.
'Desviacionismo' a la vista
No obstante, las diferencias entre los grandes bloques de
viviendas prefabricadas -los grandes cubos característicos de las urbes de la
Europa socialista- de Csepel y las grandes villas modernistas que cubren los
altos de Buda o las grandes casas que se construyen los nuevos ricos en
las afueras de la ciudad, son evidentes y han creado lógico malestar entre
grupos que consideran que con las reformas se está desviando el país de un
proyecto de construcción socialista, y esto traerá defectos sociales propios
del capitalismo.
Las reformas económicas y políticas llevadas a cabo por el
régimen se van a continuar. Tras el trauma de 1956, los húngaros saben dónde
están, conscientes plenamente de su situación geopolítica. Fieles a la Unión
Soviética -quieran o no, tienen que serlo-, circunscriben sus afanes innovadores
a su propio territorio, no hacen declaraciones ampulosas sobre política
exterior, pero siguen su camino. El máximo dirigente, Janos Kadar, es el
prototipo del húngaro. Posiblemente por eso goza de la máxima popularidad de
que ha gozado nunca un líder comunista en el poder.
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