El País, Madrid, 14.02.85
Los países del este de Europa bajo hegemonía soviética
perfilan estos días sus posturas ante la renovación del Pacto de Varsovia, que
expira el próximo 14 de mayo. Por primera vez desde la creación de la alianza,
se plantean la posibilidad de un reordenamiento jurídico de sus vínculos
políticos y militares con la Unión Soviética. El Tratado de Amistad,
Cooperación y Ayuda Mutua, conocido como el Pacto de Varsovia fue creado el 14
de mayo de 1955 en la capital polaca. Sus estatutos prevén un plazo de vigencia
de 20 años y una prolongación automática de 10. Fue fundado como una respuesta
a los acuerdos de París que creaban la Unión de la Europa Occidental con la
inclusión de la República Federal de Alemania (RFA) y su consiguiente entrada
en la OTAN, formada en 1949. En plena guerra fría, la Unión Soviética vio en la
integración de Alemania Occidental en el bloque noratlántico el comienzo de la
remilitarización de este país y una amenaza al formarse un bloque militar
antagonista de los países socialistas creados al amparo de las fronteras
establecidas en Potsdam en 1945 entre las fuerzas vencedoras de la II Guerra
Mundial.
La URSS dotaba así de un marco legal a su hegemonía militar
e ideológica en Europa del este, creando la alianza con las repúblicas populares, vinculadas ya a Moscú por acuerdos bilaterales. Formaron el
bloque oriental la Unión Soviética, la República Democrática Alemana, Polonia,
Rumanía, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Albania. Esta última lo abandonó
en 1968, por el enfrentamiento ideológico de Tirana con el revisionismo
soviético.
A lo largo de sus 30 años de historia, el Pacto de Varsovia
no se amplió y se ha mantenido dentro de las fronteras de 1945. Europa es el
único continente donde las esferas de influencia se mantienen intactas desde
entonces. Las actuaciones militares del Pacto han tenido el denominador común
de no ir dirigidas contra un agresor exterior, sino contra los miembros del
propio Pacto que, en algún momento, disintieron de la línea política de la URSS
y pusieron en peligro la hegemonía comunista. En nombre del Pacto entraron las
fuerzas soviéticas en Hungría en 1956, y 12 años más tarde la primavera de
Praga fue aplastada.
Ante el inminente vencimiento del tratado han surgido
especulaciones en los últimos meses sobre la posibilidad de que algunos países
miembros muestren reticencias a su prolongación en sus actuales términos. La
renovación como tal está fuera de discusión. La situación internacional dista
mucho de ofrecer expectativas para un tratado general europeo, que el
texto del tratado pone como premisa para la disolución automática del Pacto de
Varsovia, y que refleja la suposición de sus redactores en 1955 de que la
tensión existente entonces sería transitoria y daría paso a un sistema de
seguridad colectiva en Europa.
Sin embargo, cabe dentro de lo posible que países como
Rumanía utilicen la renegociación para plantear exigencias económicas que no
ven correspondidas en el seno de la alianza económica del bloque socialista, el
Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Rumanía mantiene una posición peculiar
dentro de la alianza militar. Desde 1968, en que este país criticó la invasión
soviética de Checoslovaquia, las fuerzas armadas rumanas no participan en
maniobras en otros países, y los ejércitos de los aliados tienen vetada la
entrada en su territorio. Tan sólo participan en ejercicios de sus estados
mayores y en las reuniones decisorias.
El jefe del Estado rumano, Nicolae Ceaucescu, pidió en
diciembre la renovación del tratado y se manifestó muy dispuesto a un
estrechamiento de las relaciones dentro del bloque militar. Esto podría
significar un giro en la actitud del presidente rumano y abrir un período de
mayor integración militar rumana en el Pacto.
También Hungría, Polonia y la RDA parecen buscar
modificaciones en el nuevo texto. Estas pueden ser la reducción a cinco años
del plazo de vigencia, una mayor participación de los aliados en las
estructuras de mando, copadas prácticamente por la URSS y su mando militar,
así como una discusión sobre la necesidad de las maniobras conjuntas. La
presencia de tropas soviéticas y de los países hermanos perjudica la imagen
de los Gobiernos ante su población. Por su parte, Moscú parece querer que la
renovación se lleve a cabo con el texto antiguo y cuanto antes.
La precariedad de la dirección del Kremlin desde la muerte
de Leonid Breznev ha supuesto una dura prueba para los aliados y ha mimado la
unidad de la alianza. Ante la falta de iniciativa soviética, algunos países
socialistas desplegaron últimamente una intensa actividad diplomática
para limitar los daños que sufren por la tensión Este-Oeste. Esta
actividad produjo fisuras en el seno de la alianza, como mostraron los ataques
checoslovacos contra Hungría por recibir a la primera ministra británica,
Margaret Thatcher, o las críticas a la iniciativa interalemana de Erich
Honecker. La tensión entre Hungría y Rumanía por Transilvania y las discriminaciones
económicas por parte de la URSS y de Occidente suponen otros motivos de roce
interaliado.
Estas fricciones son un objetivo declarado de la política
norteamericana en sus intentos por socavar la unidad del bloque oriental. Las
manifestaciones públicas de EEUU frenan los intentos de estos países por
abrirse una vía autónoma diplomática y económica, dentro del indiscutible marco
del Pacto de Varsovia, reflejo de la interpretación soviética de los acuerdos
de Yalta, que es la única vigente. Y supondrán un argumento soviético para
forzar una renovación sin concesiones ante la amenaza exterior.
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