El País, Viena, 28.03.85
El discurso pronunciado el martes por Gregori Romanov ante
el Pleno del Congreso del Partido Socialista Obrero Húngaro (POSH, comunista),
ha producido notorio alivio entre los reformistas de los países del Este
europeo. El pleno apoyo a la política húngara de reforma expresado por el
virtual número dos en la cúpula del poder soviético ha desinflado de golpe
todas las expectativas de los círculos ortodoxos de conseguir un apoyo exterior
a sus exigencias de marcha atrás en la liberalización política y económica del
país.
El máximo dirigente, Janos Kadar, y la dirección del partido
que goza de su confianza se han visto respaldados por su gran aliado de una
forma que ni los más optimistas se atrevían a predecir. Miembros de la
dirección comunista húngara no ocultan su satisfacción, aunque se mantienen en
una actitud de prudente silencio para evitar malas interpretaciones. Las
tensiones creadas por el evidente incremento de las diferencias sociales -el
vertiginoso aumento de la capacidad adquisitiva de una minoría frente a la
caída del nivel de vida general, reconocido en el Congreso- habían fortalecido
a las tendencias que piden un "regreso a las esencias".
El jefe del partido en la capital húngara, Karoly Grosz, un
hombre que en los últimos años ha cosechado enorme poder y prestigio, arremetió
en el congreso contra el descenso del nivel de vida, sin duda achacable en
parte a la creciente integración de la economía húngara en el mercado
internacional. La intervención de Romanov y la firme defensa de la política de
los últimos años que hizo Kadar en la sesión de apertura del lunes, dejan claro
que no existen impedimentos decisivos para mantener una línea de continuidad.
Tras cinco años de estancamiento económico -previsto, si
bien no en toda su magnitud, en el congreso anterior celebrado en 1980- la
dirección húngara ve llegado el momento, tras haber evitado los mayores
peligros de insolvencia de la nación a costa de una gran austeridad, de volver
a un período de inversiones durante el cual se puedan vencer con un crecimiento
real las reticencias contra el modelo económico propugnado.
Las palabras de Romanov sobre el éxito húngaro en
solucionar difíciles situaciones, sobre el interés de la Unión Soviética en
"las peculiaridades en el desarrollo económico socialista de los Estados
fraternales", y sobre el intercambio de experiencias entre los órganos
dirigentes de ambos Estados demuestran que la Unión Soviética no excluye
ciertos mecanismos económicos similares a los húngaros. Mecanismos estos que se
han mostrado efectivos para erradicar o al menos paliar algunos de los mayores
defectos de las economías centralizadas.
Los húngaros siempre han insistido en que su modelo no
es tal, sino tan sólo un sistema acorde con las peculiaridades del país y, por
tanto, no exportable. Políticos y diplomáticos soviéticos, que nunca ocultaron
su interés por el proceso húngaro, consideran que las dimensiones de la URSS
hacen imposible la aplicación de este modelo, por ejemplo, en lo que a la
agricultura se refiere, donde los húngaros han logrado grandes éxitos con la
flexibilidad en la dirección y producción, así como con las cooperativas.
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