Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
12.10.02
COLUMNA
Se acaban de cumplir 10 años de la muerte de un hombre
excepcional, mil veces difamado y mil veces más decente que sus enemigos.
Recibió el Nobel de la Paz en 1971. Se llamaba Willy Brandt. Europa le debe
mucho a aquel hombre de cuyo aniversario apenas se ha acordado nadie aquí en
España, donde tanto se le debe. Ayer recibía el mismo premio, 32 años después,
otro político mil veces difamado y, por supuesto, más integro, digno en la
derrota y en el éxito, que quienes lo han difamado. Se llama Jimmy Carter.
Ambos fueron humillados, se equivocaron mucho y tenían
debilidades en las que se cebaron quienes detestaban y detestan lo mejor que
ambos personajes representan: su esfuerzo de entender al prójimo, la
repugnancia que les producía la arrogancia, la fuerza bruta y el desprecio por
el interés ajeno. Uno tuvo que dimitir traicionado y el otro cayó derrotado
tras un único mandato, lo que no es menor escarnio.
Brandt era un personaje más complejo que Carter. Carecía de
las seguridades de la fe que tiene el ex presidente de EE UU y era producto de
una torturante experiencia vital y de la tormentosa historia europea del siglo
pasado. Pero estos dos hombres de tan diferente biografía han tenido mucho en
común, aparte del premio que desde ayer comparten. Ambos fueron descalificados
como ilusos y, sin embargo, han demostrado que los mayores ilusos son quienes
creen tener soluciones fáciles e implacables en este mundo tan complejo en el
que emociones y percepciones juegan un papel tan importante -en ocasiones más-
como la superioridad militar o solvencia económica.
Cuando el futuro de regiones enteras, por no decir del
mundo, está a merced de individuos que son más directivos que políticos, el
Premio Nobel a Carter es una reedición del Nobel de Brandt y una apuesta por
ese esfuerzo de comprensión y búsqueda de fórmulas de coexistencia.
Brandt cambió Alemania. Carter no pudo cambiar a un
electorado cuya introspección e incapacidad de entender el exterior es una de
las grandes amenazas para la estabilidad mundial, desde luego mucho mayor que
la miseria moral, política y militar de un régimen tan despreciable como el de
Corea del Norte. Pero ambos demostraron que hay fórmulas para romper diques de
mala fe sin ceder al chantaje o caer en la tentación de la violencia. Brandt lo
hizo cayendo de rodillas ante el monumento del gueto de Varsovia y sus acuerdos
con los países del Este -origen, nadie lo dude, de lo que hace unos días se
convirtió en compromiso de adhesión a la UE de lo que fueron satélites de la
URSS- y Carter con sus infatigables mediaciones, tantas coronadas por el éxito,
para desactivar los focos de conflicto que la arrogancia y la injusticia sólo
multiplican. En estos tiempos de matonismo zafio, honrar a ambos es no sólo
justo, es un consuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario