Por HERMANN TERTSCH
El País, Berlín,
25.09.02
Gerhard Schröder, canciller alemán victorioso tras las
elecciones del domingo, quiere ver a George W. Bush cuanto antes para intentar
limitar los daños causados a las relaciones entre Estados Unidos y Alemania,
que pasan por su peor momento desde la II Guerra Mundial. Su ministro de
Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, el auténtico vencedor de estos comicios,
quiere ir a Washington esta misma semana.
Ninguno de los dos lo tiene fácil. Las relaciones están
'envenenadas', según gran parte de la Administración de Washington,
especialmente por parte de los halcones que, desde la consejera de
Seguridad, Condoleezza Rice, al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, llevan
tres días acusando a Berlín poco menos que de alta traición porque Schröder,
pero también Fischer aunque más cautamente, se niegan a plegarse al dogma
expresado por Bush de que 'quien no está con nosotros está contra nosotros'.
Voz propia
Schröder fue ayer a Londres a entrevistarse con Tony Blair
para urgirle que haga de puente que facilite un diálogo que hoy por hoy parece
roto. El canciller alemán no escatima esfuerzos para intentar dejar claro a la
Administración norteamericana que el viejo y nuevo Gobierno alemán es
plenamente solidario con EE UU en su lucha contra el terrorismo, pero que no
piensa renunciar a una voz propia en cuestiones tan trascendentales como una
guerra en Oriente Próximo, en las que discrepa radicalmente tanto del apoyo
incondicional a Israel como de la opción bélica predeterminada en la crisis con
el régimen de Irak.
Schröder y Fischer, que ayer parecía ser el único miembro
del Gabinete alemán que mantenía unos mínimos contactos con la Administración
de Bush y sólo con el más bien marginado secretario de Estado, Colin Powell, se
manifestaban ayer decididos a recomponer una relación que consideran
imprescindible y cuyo deterioro ya está causando daños en ambos países. Las
Cámaras de Comercio e Industria alemanas lamentaban ayer la avalancha de
llamadas de clientes y socios norteamericanos y el deterioro cuantificable de
las relaciones económicas entre dos potencias.
Todos, ayer lo decía Fischer en una edición especial
de Der Spiegel, saben que EE UU y Alemania están obligados a mantener unas
relaciones razonables o al menos decorosas por el bien de la economía y la
seguridad de Occidente. Los últimos desaires a Alemania por parte de EE UU no
sólo son considerados en Alemania como inaceptables, sino que además alimentan
la convicción por parte de la sociedad alemana de que Washington no respeta los
intereses de sus aliados.
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