Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
18.02.03
AMENAZA DE GUERRA | EL PAPEL DE LA OTAN
No se encuentran por patios propios gentes que te vomitan un
"¡Viva la guerra!". Millán Astray ya no existe en España, por mucho
que algunos columnistas intenten desenterrarlo y muchos entusiastas en jugar a
la política-emoción lo añoren para escribir sus piececillas del lunes. El mundo
se ha complicado en 10 meses como no lo había hecho en 10 años. La discordia se
ha disparado y las alianzas y consensos políticos se disuelven como
azucarillos. La Unión Europea, la OTAN, la alianza cultural transatlántica y la
comunidad internacional en el Consejo de Seguridad se han convertido en
perfectos objetos del ridículo para el ciudadano medio demócrata. Por no hablar
de quienes en la democracia siempre vieron un sistema miserablemente débil e
incapaz. Pero entre Sadam, los born again (neonacidos) y religiosos
implacables de la generación de los pecadores redimidos de la nueva derecha norteamericana,
aquellos que quieren que sufras por tus pecados sin conocerlos, estamos creando
un grupo tan equiparable a los fundamentalistas islámicos en EE UU como el
equipo A de los bienaventurados europeos que sin inversión alguna pueden
levitar sobre excesos y pecados ajenos.
Tenemos una megapotencia que tiene perfecta certeza de por
dónde equivocarse por su fuerza incalculable de enmendar y unos Estados
europeos tullidos que no alcanzan a saber por dónde son más impotentes y dónde
han de gritar o postrarse para no desaparecer del mapa de las naciones vivas.
Tenemos unos países árabes paralizados por su propia miseria intelectual y su
impotencia política y económica, con leyes y normas que imponen la falta de
expectativas y la resignación como máximas de vida. Son entes que dan pena
porque sólo producen conmiseración y pasión a sus ciudadanos o súbditos. Y
tenemos otros, muchos, multitudinarios, asiáticos, que se debaten entre ser
sargento patatero o asesino capital, Estados llenos de fuerza juvenil y anciana
cobardía ante los retos de una globalización y competencia que los sorprende
tan poco preparados como dispuestos a los cambios imprescindibles para los
retos de la modernidad.
Las manifestaciones en todo el mundo, especialmente en los
países que apoyan la política de la Administración de Bush, han sufrido las
proclamaciones contra el poder legítimo más humillantes de su historia. Jamás
tanta gente les dijo que no a algo a quienes habían votado mayoritariamente
poco antes. La Unión Europea y la Alianza Atlántica, la unión de los dos
continentes de visión y emoción democrática y abierta, los lazos con aliados
lejanos tendidos hace más de medio siglo, se disuelven también en un frenesí de
comentarios procaces e irresponsables y una proclamación de intereses propios contrarios
a los antes compartidos que dinamitan toda cooperación.
Impertinentes que defendieron dictaduras implacables hoy
salen a la calle, muy coquetos, a protestar menos contra otras terribles
satrapías que contra la arrogancia impenitente de tontos que hablan de su causa
divina con la misma certeza que quienes osan matarnos por causas asimismo
religiosas en su constante identificación del mal absoluto con el adversario.
No hubo ni una frase contra Sadam Husein en las millones de
bocas que pasearon sus lemas el sábado por el mundo con sus pancartas preñadas
de caridad. Pero todos están tan seguros de su verdad, a la que da miedo
llevarle la contraria, porque nos hunde a todos en la sima del fascismo y la
intolerancia. Sadam Husein, Fidel Castro, Mugabe o ETA, todos son gentes a
proteger del gran imbécil que tan mal defiende sus fines. Los enemigos
absolutos son democracias, torpes o más torpes, pero reflejo al final de una
voluntad popular serena, que busca su apuesta frente a los mayores retos que la
sociedad libre ha tenido desde el nazismo. Los demócratas, tan cómodamente
asentados en nuestra vida civil, podríamos tener un mal despertar de nuestro
entusiasmo autodestructor. Es probable que nos lo hubiéramos merecido.
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