Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
07.02.03
AMENAZA DE GUERRA | EL DESPLIEGUE MILITAR
Nadie discutirá el hecho de que la Administración del
presidente George Bush no ha generado precisamente facilidades a los gobiernos
de sus aliados que comparten o comprenden la necesidad de una intervención
militar en Irak. Desde hace cerca de un año la retórica del presidente Bush y
sus colaboradores más allegados parece directamente diseñada para provocar el
rechazo de las opiniones públicas a sus planes. Han sido tan celosos y eficaces
en ello que ahora el griterío antiamericano amenaza con impedir todo debate
racional sobre la situación en la que se encuentra el mundo en esta primera
grave crisis del milenio cuyas consecuencias serán, eso ya está claro,
dramáticas y profundas. Incluso si no hubiera intervención, que la habrá con
práctica seguridad. Quién no lleva ya pegatina de "No a la guerra" es
un peligroso fascista que bebe petróleo y no piensa más que en matar niños iraquíes.
En España, como siempre, el entusiasmo anticartesiano es especialmente
virulento. Como en Alemania. También en ese sentido somos los "prusianos
del Mediterráneo".
La intención de Washington de intervenir en Irak para
desarmar a Sadam Husein, lo que equivale en la práctica a acabar con su régimen
es, sin duda, inmensamente controvertida. Primero porque la megapotencia
mundial se muestra, por primera vez desde el fin de la bipolaridad, decidido a
actuar como lo que es, defendiendo lo que considera sus intereses y sin
importarle que puedan estar en conflicto con los de otros países, aliados
incluidos. Sin duda su política es unilateral, tiene una componente
religiosa-mesiánica que da mucho miedo y rebosa desprecio hacia los débiles
que, en el mundo de hoy, son todos menos ella. Los exabruptos hacia los
supuestos tímidos de carácter y faltos de espíritu se suceden. El insulto del
secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, al nombrar a Alemania con Cuba y Libia
como los únicos que realmente se oponen a su política es tan sólo el último,
aunque con la especial vileza de la que hace gala este personaje.
Sin embargo, no deja de ser gracioso ver como quienes
descalifican a Bush y a los norteamericanos en general de ser muy simples,
hacen gala de unánime simpleza, adoptan la misma actitud de superioridad moral
de cualquier comunidad metodista de la América profunda y se niegan a entender
nada. Porque se puede discutir por qué Washington ha marcado a Irak como
prioridad y amenaza más inminente y no a Corea del Norte que tiene armamento
nuclear. Lo que difícilmente puede negarse es que Sadam Husein ha tenido y
tiene armamento químico y biológico y que la debilidad de la comunidad
internacional al permitir a Irak pasarse 12 años violando la obligación de
desarmarse ha tenido efectos desastrosos e incitado a otros países, véase Corea
del Norte, a conseguir armas con las que intimidar y chantajear a otros.
Por supuesto, es cierto que Washington no piensa sólo en
esas armas. También tiene intención de reordenar en su interés toda la región
de Oriente Medio, donde enemigos y antiguos aliados comienzan a ser
difícilmente distinguibles entre sí, donde está la mayor parte del petróleo
mundial y donde las sociedades fracasadas ante la modernidad suponen cada vez
un campo más fértil para amenazas contra las sociedades abiertas. Bush y su
gente están convencidos de que pueden hacerlo, que es el momento y que no
utilizarlo supondría una terrible dejación de los deberes de defender la
seguridad y el bienestar de su nación. Otros somos más escépticos. Y muchos
creen que la intervención puede incendiar toda la región y generar muchas más
amenazas que las actualmente insistentes. Los riesgos son inmensos, tanto en
actuar como en no hacerlo. Se puede estar a favor o en contra y expresarlo,
pero conviene que se intente comprender al otro siempre, quizás con más razón
si es quien determina lo que habrá de suceder. Si no, el pacifismo se convierte
en agresión contra quienes creen, con la misma buena fe, que a los asesinos hay
que pararles los pies con algo más que manifestaciones o "inspecciones
mientras haga falta". Como recordaba el rabino de Berlín hace unos días,
"los campos de concentración no los liberaron manifestantes". Menos
aún los pacifistas que pedían en Londres en 1939 "No a la guerra" con
Alemania.
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