Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
13.10.02
ENTREVISTA: ANTHONY BEEVOR | HISTORIADOR
'Con la globalización entramos en un proceso de
fragmentación en el que los agravios serán muchos, pero también las
rivalidades. EE UU y Europa estarán cada vez más distantes'
'Una intervención en Irak provocará una gran polarización y
crecerá el poder del islamismo fundamentalista. Será imposible que sobrevivan
los regímenes islámicos moderados'
'Todo lo que los norteamericanos saben de Irak es que cambia
un edificio o se construye otro, pero ni idea de lo que realmente sucede o de
los planes de Sadam si hay intervención'
'Al final fueron 14,5 millones de alemanes los que sufrieron
la limpieza étnica. Casi dos millones murieron en la huida. Fue el mayor
movimiento de refugiados nunca visto'
'El punto de inflexión psicológico en la II Guerra Mundial
fue diciembre de 1941. Con la entrada en guerra de EE UU, Alemania había
perdido todas las posibilidades de ganar'
'El más inteligente de todos los generales alemanes fue
Manstein, tenía sangre judía. Manejó con brillantez la retirada y logró
estabilizar el frente hasta la derrota de Kursk'
Anthony Beevor se ha erigido en pocos años en un historiador
imprescindible para conocer y entender la II Guerra Mundial. Tras su libro
sobre la batalla de Stalingrado, ahora publica en España 'Berlín, la caída',
que es un impresionante documento sobre los últimos meses de la agonía del III
Reich. Recientemente, este ex oficial del ejército británico recibió el premio
que lleva el nombre de Lord Runciman, uno de los más grandes historiadores
Anthony Beevor es una de las nuevas estrellas en la
comunidad de historiadores con más tradición y calidad que es la británica. Ha
presentado hace pocos días en Madrid en el Círculo de Bellas Artes, Berlín,
la caída (Editorial Crítica), que es un impresionante documento sobre los
últimos meses de agonía de un imperio, El III Reich) que había nacido con la
vocación de durar 1.000 años, y a los 12 de ser proclamado, después de devastar
Europa, matar a millones de sus habitantes, llevar al borde de la extinción al
pueblo judío e inventar el genocidio industrial, se hundió arrastrando a la
muerte, a la miseria y a la devastación a los millones de alemanes que habían
creído ciegamente en él.
Beevor describe magistralmente estos últimos meses del
monstruo político, policial y militar herido de muerte que era el régimen
nacionalsocialista desde el otoño de 1944 hasta la toma de Berlín por las
tropas soviéticas. Describe las operaciones militares, las intrigas políticas
en Berlín y Moscú, pero también la vida cotidiana en la retaguardia. Para ello
ha realizado una ingente labor de investigación de archivo y recurrido a una
inmensa bibliografía. El resultado de cuatro años de trabajo es un relato
fascinante.
Pregunta. Como sucedió con Stalingrado, su
nuevo libro, en sus ediciones ya publicadas en inglés y alemán, ha tenido un
enorme éxito y no sólo entre lectores habituales de historia. Hay una
inmensidad de datos de archivo tras esa prosa fácil de leer. Explique su método
de trabajo.
Respuesta. Como en el trabajo sobre Stalingrado, yo era consciente de que había habido tantas luchas internas en el seno de ambos
bandos y tanta propaganda, que me resultaba vital tener acceso a los relatos
directos de los soldados en el frente, tanto en los archivos alemanes como en
los soviéticos, pero especialmente en éstos porque desde el lado soviético esta
historia no había sido jamás escrita. De lo que se trataba era de combinar la
historia desde arriba con la historia desde abajo para poder así vincular las
consecuencias reales de las decisiones de Hitler y Stalin sobre civiles,
soldados y políticos atrapados en la situación.
P. Stalingrado es el punto de inflexión de la guerra,
el momento de máxima expansión alemana; después ya, salvo algunas
contraofensivas efímeras, todo es retirada para la Wehrmacht.
R. En todo caso es el punto de inflexión psicológico.
Pero muchos historiadores mantienen, yo creo que con razón, que el real es
diciembre de 1941. Porque, tras la entrada de Estados Unidos en la guerra,
Alemania había dejado de tener una posibilidad real de ganarla. Pese a los
desastres que sufrieron los aliados en 1942. Y el Ejército soviético, que había
sido totalmente incompetente, pronto comenzó a utilizar técnicas alemanas. Stalin
sacó del Gulag a muchos oficiales que había deportado y los mandó al frente. El
mariscal Konstantin Rokossovski, por ejemplo, había sido torturado e internado,
el NKVD le había sacado todos los dientes. Después dirigió gran parte de la
ofensiva militar en el norte hacia Alemania. Rokossovski era medio polaco y
Stalin no se fiaba de él, pero en esto era práctico. Paradójicamente, el más
inteligente de todos los generales alemanes, Manstein, tenía sangre judía.
Manejó brillantemente la retirada y logró estabilizar el frente hasta que
intervino Hitler y causó el desastre para los alemanes en la batalla de Kursk.
Después ya el ritmo del avance soviético fue tremendo. Era tal que cuando
llegaban los informes a Hitler a Berlín, la situación ya había cambiado por
completo. Un general alemán se echaba a dormir lejos del frente y se levantaba
ya bajo el fuego soviético.
P. Cada vez es mayor el porcentaje de víctimas civiles
y menor el de combatientes en las guerras. Hábleme de las víctimas civiles en
aquélla.
R. Hay, por ejemplo, muchos informes soviéticos de
interrogatorios a prisioneros alemanes, informes que acababan en la mesa de
Stalin, en la que se relatan las violaciones masivas de mujeres alemanas y
polacas, desde niñas hasta octogenarias, y los interrogadores soviéticos no
dudan en dar plena credibilidad a dichos relatos. Allí se habla de mujeres de
todas las edades, que se suicidan en grupo después de haber sido violadas por
decenas de soldados. Los combates y el sufrimiento de los civiles durante la ofensiva
soviética fueron especialmente terribles en la región de Königsberg. Hay
infinidad de informes elaborados por los propios soviéticos en los que se habla
de grupos de mujeres que se habían suicidado después de las violaciones y
tremendas atrocidades que ellos mismos certifican. Después, en cuanto a la
huida de los alemanes hay dos oleadas. La primera son los 8,5 millones que
huyen ante el avance soviético. Al final fueron unos 14,5 millones los alemanes
que sufrieron la limpieza étnica. Entre medio millón y dos millones murieron en
la huida. Fue la mayor limpieza étnica y el mayor movimiento de refugiados
jamás visto en la historia.
P. ¿Cómo pudo después ser tan dura la resistencia
alemana en torno a Berlín con un ejército ya colapsado?
R. Creo que tenía que ser duro. Primero por la forma en
que la propaganda de Goebbels había deshumanizado a los eslavos. Y también por
la forma en que los alemanes habían sido tratados en el este cuando llegaron
las tropas soviéticas. Después, también la propaganda soviética, a su cabeza el
escritor Ilia Ehrenburg, había deshumanizado al enemigo alemán. Los soldados
soviéticos eran convocados regularmente a escuelas de venganza, a
reuniones de venganza en las que se contaban unos a los otros cómo habían
muerto sus familiares en el avance alemán hacia el este, y todo ello era para
generar furia. Pero esto demostró ser contraproducente porque la furia de
crueldad y destrucción sólo aumentaba la voluntad de resistencia de los
alemanes. Por eso, el 11 de abril de 1945, Stalin dio orden de parar estas
actuaciones, pero, por supuesto ya era tarde. Se comenzó a decir en la
propaganda que no todos los alemanes eran nazis y se silenció a Ehrenburg. Era
demasiado tarde. Ni los oficiales soviéticos se atrevían a frenar a sus tropas
en su sed de venganza.
P. Llegamos a Berlín. Hay dirigentes, como Goebbels,
que se suicidan con toda su familia, y también Hitler. Otros intentan huir,
algunos lo consiguen. ¿Cómo interpreta las reacciones en el ocaso del régimen?
R. Yo creo que en esta fase final está la importancia
del libro porque explica el carácter grotesco del colapso que revela la
naturaleza del régimen.
P. ¿Su banalidad?
R. No sólo eso, sino ante todo su irresponsabilidad,
que no puede disociarse de la falta absoluta de humanidad ni de su
incompetencia. Y se percibe cómo el régimen vivía en un mundo totalmente
irreal, con un Hitler que observaba sus mapas en Berlín con banderitas de
unidades de sus ejércitos que habían dejado de existir hacía tiempo.
P. Pero frente a eso está la terrible efectividad en la
destrucción, en el asesinato en masa de seres humanos hasta el final.
R. Sí, pero todos esos inmensos recursos que se
consumieron trasladando a los judíos a los campos de exterminio son el esfuerzo
más absurdo que podían hacer porque esos transportes se necesitaban con
angustia para sus tropas en Rusia. Ahí está una de las claves de la mentalidad
de Hitler. Hay decisiones suyas que revelan, aunque no se trata de
psicoanalizarlo ahora, que era un jugador que siempre buscaba posiciones de desventaja,
como si siempre estuviera buscando el perder o ser castigado. Goebbels logró no
solo deshumanizar al enemigo, sino sembrar un miedo inmenso al enemigo, que es
la máxima motivación para luchar.
P. Luchar por miedo. Tras la caída de Berlín llegó la
división de Alemania, después la reunificación. A principios de los noventa
muchos creían que las democracias iban a hacer imposible nuevas guerras. Las ha
habido, terribles, como la de los Balcanes. Hoy parecemos estar en el umbral de
otra, también justificada por el miedo, una guerra preventiva. Usted es un
historiador de la guerra. ¿Cómo ve una confrontación con Irak?
R. En todo caso, la idea más ridícula era aquella de
Fukuyama de que el final de la guerra fría era el final de los conflictos. Es
el final de cierto tipo de conflictos. El problema de tener una superpotencia
única con inmenso poderío militar y de suministro combinado con la falta de
voluntad a tener bajas propias ha llevado a una política desastrosa. Sé que los
generales británicos están horrorizados con la misma. La idea de tener una
guerra de alta tecnología y bajo número de bolsas de cadáveres repatriados es
grotesca. En muchas partes del mundo se ve primero como una arrogancia
tecnológica de Occidente, pero también como cobardía, y eso en una sociedad
islámica es mucho peor. Si ellos pueden creer lo suficiente como para tener
comandos suicidas, también piensan que los americanos no deben creer en nada
cuando no están dispuestos a asumir sacrificios y víctimas. Es una reacción
probablemente muy simplista, pero también es muy poderosa. Por eso la tentación
de Estados Unidos a reducir todo el problema al fundamentalismo islámico es
errónea. De hecho, la reacción al 11 de septiembre en el mundo y el apoyo
emocional a Al Qaeda también en muchos países no islámicos se debe más a la
percepción de los atentados como un golpe a la arrogancia. Con su actitud, el
presidente Bush, en busca de enemigo, está convirtiendo al fundamentalismo
islámico en ese nuevo totalitarismo que también deshumaniza al enemigo, como lo
hacían Stalin y Goebbels en sus tiempos. Esto quedó muy claro en el ataque a
las Torres Gemelas, pero especialmente en su justificación. Estamos asistiendo
a la puesta en marcha de un proceso que logra exactamente lo contrario a lo que
persigue declaradamente, que son los intereses de seguridad norteamericanos.
P. ¿Ahora los norteamericanos sí parecen más dispuestos
a aceptar las bajas propias, no?
R. No en Kosovo, algo en Afganistán y, desde luego, una
campaña en Irak es impensable sin cifras significativas de bajas
norteamericanas.
P. ¿Y cómo ve la situación, de producirse el ataque
contra Irak?
R. Creo que una intervención de grandes dimensiones
provocará una gran polarización y el poder del islamismo fundamentalista
crecerá. Será virtualmente imposible que sobreviva ninguno de los regímenes
islámicos moderados. Incluso el propio concepto de islamismo moderado se hará
cada vez más difícil. Los norteamericanos han deducido de la falta de condena
de los atentados o las tibias condenas en ciertos casos, por parte de los
países islámicos, que todos están contra ellos. Y van camino de conseguirlo.
Tienen una barrera cultural, una incapacidad cultural para ver y entender el
mundo exterior. No es ya que lo observen a través de una ventana, es como si lo
observaran a través de un espejo bidireccional.
P. ¿Cómo ve las perspectivas militares de la hipotética
guerra?
R. De momento, a Bush se le han complicado las cosas
con la plena implicación de la ONU en la crisis. Esto es en gran parte un
mérito de Tony Blair. Ahora, Bush tendrá que hacer concesiones a Francia, China
y Rusia. Creo que Putin estará dispuesto siempre que se le garantice una
participación de poder en el Irak posterior a Sadam Husein, en los beneficios
de la reconstrucción y en parte del petróleo iraquí. Pero puede haber problemas
porque todos sabemos cómo funcionan las grandes corporaciones norteamericanas,
y éstas van a decir que han sido soldados, armas y dinero norteamericanos los
que han hecho la guerra, y 'somos nosotros, los que pagamos impuestos en
Norteamérica, los que debemos beneficiarnos de ello'. Los norteamericanos están
cometiendo graves errores y demostrando una absoluta carencia de perspectiva de
sus propios intereses a largo plazo, no tienen conceptos estratégicos desde una
visión mundial. Y eso es muy peligroso. Desde el punto de vista militar no hay
ninguna duda de que el Ejército iraquí no iba a poder ofrecer mayor
resistencia. Pero lo lógico es que Sadam Husein intente la escalada del
conflicto y ataque a Israel con armas biológicas y químicas. Y ahí se da el
peligro de la reacción israelí. No creo que haya mucho riesgo de que Israel
utilice armas nucleares. La presión norteamericana será muy grande para que no
lo haga. Si lo hiciera sería el suicidio de Israel, porque EE UU ya no podría
protegerlo. En todo caso, con el poderío aéreo norteamericano, sus tropas
pueden, desde Kuwait, estar muy pronto en Bagdad. Eso no es un problema. Pero
después surgen otros. Si hay combates urbanos, la cifra de bajas aumenta
rápidamente. Sea Stalingrado, Berlín o Bagdad, es en este tipo de lucha donde
se produce la mayoría de las bajas. Como dice el analista norteamericano
Luttwak, las fuerzas norteamericanas siempre han estado en el mundo como en
castros de la legión romana. Nunca se han mezclado con las poblaciones
autóctonas donde tienen presencia militar. Y por eso tienen la inmensa
debilidad de la falta de inteligencia (información) humana. Tienen información
de sus satélites y de comunicaciones, pero no tienen información humana sobre
el terreno. No tienen ni la más remota idea de lo que pasa en Irak. Todo lo que
saben es que cambia un edificio o se construye otro porque lo ven por sus
satélites, pero ni idea de lo que realmente está sucediendo allí ni de los
planes de Sadam en caso de intervención. Será muy fácil destruir las fuerzas
convencionales, pero nadie sabe si tiene preparadas otro tipo de fuerzas de
resistencia o guerrilla. Mucho dependerá también del azar. Pero también hay
otros riesgos. Aunque Putin apoye la acción, es muy posible que haya muchos
generales en Rusia con fuertes conexiones con Irak y dispuestos a ayudarle de
alguna forma. Si Irak logra implicar a Israel en el conflicto, la situación en
la región se tornará explosiva. Tendremos oleadas de atentados suicidas y la
guerra santa contra Israel, EE UU y el Reino Unido especialmente.
P. La crisis actual ha demostrado que cada vez es mayor
el choque cultural entre EE UU y Europa. Desde que cayó el muro de Berlín la
alianza ha funcionado. Ahora los desencuentros son grandes. ¿Ve un peligro?
R. Lo considero un riesgo real y muy grave. La
globalización es irreversible, pero va a traer una grave polarización en el
mundo, sobre todo entre los ganadores y los perdedores en este proceso. Creo
que con la globalización entramos en otro proceso de fragmentación en la que
los focos de agravios y resentimientos serán muchos, pero también las
rivalidades. Estados Unidos y Europa se necesitan, pero política y
culturalmente estarán cada vez más distantes.
HÚSAR, LÚCIDO Y GRAN ESCRITOR
ES LA SUYA UNA BIOGRAFÍA muy británica, en línea con la de
tantos novelistas, poetas, historiadores y viajeros que combinaron su condición
de hombre de acción con su inquietud intelectual. Desde lord Runciman hasta
Fitzroy Maclean, desde personajes oscuros como Kim Philby al propio Winston
Churchill, parece inagotable la cantera de británicos que conjugan la presencia
en la lucha entre los pueblos y los hombres con la reflexión sobre la misma.
Anhony Beevor nació en una familia de intelectuales y
estudió en Winchester antes de incorporarse a la academia militar de Sandhurst.
Fue oficial de los húsares del Ejército británico durante cinco años, hasta que
decidió colgar las armas y ponerse a escribir. Se fue a Francia a crear
novelas, pero pronto acabó escribiendo sobre esas armas y ese mundo militar que
había abandonado.
Su primer libro de historia lo dedicó a la guerra civil
española; otro, al Ejército británico, y un tercero, a Creta, la batalla y la
resistencia, durante la Segunda Guerra Mundial. Por ese libro ya recibió el
Premio Lord Runciman.
Pero su éxito internacional lo alcanzó con su obra sobre
Stalingrado. Este libro sobre una de las batallas más crueles y quizá la más
decisiva de la Segunda Guerra Mundial se convirtió muy pronto en el principal
libro de referencia sobre aquella tragedia. En él relata la historia, como dice
el autor, 'desde arriba y desde abajo'. Están los planes políticos y militares,
así como las intrigas en el Kremlin y en Berlin, y el cuartel de Hitler en
Adlerhorst; pero también las experiencias de los individuos, soldados y
civiles, atrapados en la gran trampa de un horror sobre el que no tenían
influencia alguna y que los arrastró a las situaciones más extremas que un ser
humano pueda experimentar. Describe actos de dignidad y de ignominia, de coraje
y de cobardía, en todo un abanico de conductas perfectamente documentadas, con
innumerables testimonios de la época, cosecha de una inmensa labor de archivo,
de lo que es capaz el ser humano.
Berlín, la caída, su último libro, es quizá aún más
apasionante y rico en documentación, rigor, emoción y brillantez en el relato.
Es un libro imprescindible para quien busque explicaciones a nuestra historia
en el siglo XX, pero también a la propia naturaleza humana.
El historiador británico Anthony Beevor denuncia en su libro
las atrocidades de los soldados soviéticos. RICARDO GUTIÉRREZ
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