Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
29.10.02
COLUMNA
Nadie sabe a quién puede favorecer más allá que a los malos
perdedores en las elecciones en Alemania o al rencor histórico que intenta
tachar de poco menos que terrorista al ministro alemán de Asuntos Exteriores,
Joschka Fischer, como calificaba de traidor a Willy Brandt hace 30 años. Los
intentos de dinamitar el nombramiento de Georg Clemens Dick como embajador
alemán ante el Reino de España, acusándolo de participar, no en la protesta
contra las últimas penas de muerte ejecutadas por el franquismo en 1975 -que ya
es difícil de criticar-, sino en el ataque con cócteles mólotov y
piedras al consulado español en Francfort, no son más que una burda reedición
del intento de linchar a Fischer por su militancia ultraizquierdista en
aquellos años.
La operación contra Fischer fracasó estrepitosamente como
demuestran los resultados electorales. Ésta merece correr la misma suerte. Por
el bien de unas relaciones hispano-alemanas que deben mejorar rápidamente por
el bien de ambos países y Europa. La maniobra para evitar que una persona de la
máxima confianza de Fischer ocupe la Embajada en Madrid no debe tener éxito
porque ello impediría una mejora sustancial de nuestros canales de comunicación
con Berlín después de un periodo en el que la Embajada alemana, al menos su
máximo representante, ha funcionado como oficina electoral de quienes parecían
que iban a ganar el 23 de septiembre, pero -¡qué le vamos a hacer!- no ganaron
y con una abierta deslealtad al Gobierno alemán al que representaba. El
espectáculo dado por el embajador alemán cesado, Joachim Bitterlich, al
anunciar su destitución en la recepción de la fiesta nacional el 3 de octubre
ya fue chocante. Como lo fue que Fischer no lo cesara antes por su incesante
campaña contra su propio Gobierno y ministerio. Más lo sería que aquí algunos
comiencen una caza de brujas contra un embajador designado por el
Gobierno alemán por el hecho de que militara en una organización izquierdista
hace 27 años. En la misma que el propio ministro.
Algunos en Alemania, y ahora parece que también aquí,
quieren hacer creer que fue él quien lanzó cócteles contra el
edificio del consulado. Dick asegura que aquel día estaba en Portugal. Y tanto
él como Fischer han sido siempre absolutamente francos respecto a su
procedencia política y a su pasado. Independientemente del dislate que
supondría que España prestara oídos a descalificaciones de fuentes dudosas o
resentidas que dañan las relaciones entre ambos países, esta maniobra tiene la
intención de crear una especie de jurisprudencia política que condena de por
vida de inhabilitación a políticos o funcionarios que en su juventud estuvieron
en movimientos extraparlamentarios.
Con Fischer fracasaron en los juzgados y en las urnas. Es de
esperar que aquí no lleguemos a la ridiculez de un proceso ritual que nos
llevaría a acusar a ministros clave de nuestra construcción democrática como
José Luis Leal y José Pedro Pérez Llorca de haber militado en el FLP. Siempre
habrá insidias, pero no parece muy sabio asumirlas para infligirse daño propio.
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