Por HERMANN TERTSCH
El País, Berlín,
21.09.02
Las palabras de una ministra contra Bush desencadenan una
gran polémica en la recta final
El canciller Gerhard Schröder niega toda cooperación a
Washington en una futura intervención militar en Irak. Su rival conservador en
las elecciones de mañana, Edmund Stoiber, niega al Ejército norteamericano el
uso de las bases aéreas en Alemania en caso de una victoria. La ministra socialdemócrata
de Justicia, Hertha Däubler-Gmelin, manifiesta en una conversación -ella lo
niega, testigos lo confirman- que George W. Bush utiliza la guerra para desviar
la atención de sus problemas internos, 'como Hitler'.
Comenta además que Bush estaría hoy en la cárcel si en su
época de directivo de compañías petroleras hubieran estado vigentes leyes como
las ahora aplicadas contra el tráfico de influencias. Y desprecia ante
sindicalistas en Tubinga "el infecto sistema jurídico norteamericano".
Esta mera enumeración de hechos de las pasadas seis semanas no alcanza a
reflejar con fidelidad el vertiginoso deterioro de las relaciones entre
Washington y Berlín que se ha manifestado en la campaña electoral que hoy
concluye, pero que tiene raíces más profundas y probablemente duraderas, cuando
no permanentes.
Estilo y contenidos políticos de la Administración Bush han
deteriorado en dos años de forma constante y muy considerable la relación entre
EE UU y Europa. El unilateralismo de la Administración norteamericana ha sido
percibido como cercano a la vejación por muchas capitales europeas y, sobre
todo, por las poblaciones. Pero en Alemania es algo más que orgullo herido o
malestar lo que tantos perciben como falta de respeto del presidente tejano a
las sensibilidades allende el Atlántico. Las relaciones entre EE UU y Alemania,
eje fundamental de Occidente durante la guerra fría, parecen estos días, si no
al borde de un desplome que nadie puede permitirse, en todo caso en su peor
momento desde que se creó la República federal en 1949.
En la prensa norteamericana se pide poco menos que la
devolución de los fondos del Plan Marshall y la ruptura de contactos con el
aliado traidor y desagradecido al que se liberó de Hitler y de sí mismo y
además se ayudó a reconstruir el país después de la guerra. Ayer se habían
congregado en Berlín decenas de periodistas norteamericanos entre los varios
cientos que interrogaron a la ministra de Justicia sobre sus comentarios
denigrando a Bush. Pero lo cierto es que, dijera o no la ministra
Däubler-Gmelin lo que se le atribuye, lo dicho o no dicho refleja lo que muchos
alemanes piensan y precisamente por eso el canciller Schröder y su rival
Stoiber se disputan, con populismo el uno y jesuitismo el otro, los votos de
izquierdas y derechas de una población que considera acabada la época de
constricción. Las nuevas generaciones alemanas que no vivieron la guerra se
consideran emancipadas, no recuerdan los Rosinenbomber (bombarderos
de uvas pasas) del bloqueo a Berlín y no creen que el agradecimiento por la
defensa norteamericana de la capital y la propia libertad de los alemanes
occidentales ante la amenaza soviética y la famosa frase de John F. Kennedy,
"Yo soy berlinés", conlleve una obligación de lealtad ilimitada, 40
años después, a un presidente norteamericano que muestra poco o ningún interés
por lo que los alemanes piensan.
La situación, coinciden políticos y analistas en Berlín
cuando faltan 36 horas para la apertura de los colegios electorales, es muy
seria y tendrá repercusiones duraderas, gane quien gane el domingo. Porque los
conservadores se han visto obligados por el discurso de Schröder en contra de
toda cooperación militar con Washington en una guerra en Irak a adoptarlo en
gran medida. El que gane tendrá, sin duda, que modificar su postura para
limitar daños en unas relaciones económicas y políticas de capital importancia.
Sólo hay que recordar que un boicoteo norteamericano a las editoriales
norteamericanas propiedad de Bertelsmann o Von Holzbrink aumentaría
drásticamente en varias ciudades alemanas el paro, principal problema de una
economía que sufre tanto en acomodarse a los nuevos tiempos como su política.
La Alemania de posguerra acabó con la caída de Helmut Kohl. Desde entonces,
Berlín acudió a Kosovo y Afganistán de la mano de Washington, pero también ha
atacado la pena de muerte en EE UU como ningún aliado. Y en campaña electoral
tan decisiva como la habida, la clase política alemana ha mirado a sus
electores, y guste o no, irresponsablemente quizás, ha dicho lo que su población,
cada vez más ajena a la tragedia del siglo XX, quería oír. La ministra de
Justicia dijo ayer lamentar que algún comentario suyo pudiera deteriorar las
relaciones con Washington. Están deterioradas. No así, en absoluto, la
comprensión de los electores. Deslices verbales aparte, Alemania vuelve a hacer
política nacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario