Por HERMANN TERTSCH
El País, Berlín,
24.0.02
REPORTAJE
Fischer, el gran triunfador de los comicios, supo
transformar su pequeño partido asambleario en un socio creíble de Gobierno
El líder verde tiene control y autoridad para neutralizar
las veleidades de su partido
Días antes de las elecciones, en una entrevista televisiva,
Joschka Fischer, hoy el gran triunfador de las elecciones federales alemanas,
se mostraba conmovido cuando le recordaban que lo único que esperaba su madre
de él es que tuviera 'un empleo fijo con derecho a jubilación'.
Las gafas pequeñas, que esconden unos ojos de brillante
inteligencia y marcan la cara prematuramente envejecida del eterno animal
político y en su adolescencia gamberro, hijo de alemanes expulsados después de
la guerra de Hungría, no ocultaban la emoción de este hombre aún joven que en
la década de los ochenta tenía infinitas posibilidades de acabar siendo 'carne
de beneficencia' en la estación central de Francfort. Hoy es probablemente una
de las cabezas más brillantes de la política activa.
'No estamos pidiendo nada aún. Hablaremos con nuestros
socios socialdemócratas y el canciller Schröder como siempre lo hicimos, con
lealtad. No somos de los que se hunden en los reveses. Ni de los que se
inflaman de arrogancia y exigencias en la victoria'. Pero Fischer sabe ya que
tiene más posibilidades que nunca de exigir, cargos e influencia, a un
canciller que seguirá siéndolo no ya gracias a su partido el SPD, sino a él, a
Joschka Fischer, personalmente.
Ya se habla de nuevos ministerios para Los Verdes en un
Gabinete en el que en todo caso su peso aumentará considerablemente. Los
conceptos políticos de un partido ecologista y pacifista, que surgió como
movimiento asambleario han ido cristalizando en opciones políticas muy
realistas bajo la batuta de un ministro de Asuntos Exteriores que hoy tiene
autoridad y control en el partido para neutralizar todas las veleidades
irrazonables y reconducir actitudes y postulados hacia posiciones cada vez más
fácilmente asumibles por parte del partido mayoritario de los socialdemócratas.
Por otra parte, están las relaciones políticas y personales
entre los dos líderes, que podrían dar contenido a un libro o tratado. Fischer
y Schröder, tan diferentes el uno del otro, han logrado cultivar una simbiosis
que ha acabado dándoles el rédito de otra legislatura cuando nadie podía
esperarlo hace semanas y desde luego muchos descartaban. Fischer ha salvado a
Schröder en estas elecciones, éste lo sabe y no deja de decirlo en cuanto
puede, ayer mismo tras las elecciones.
Schröder asumió en 1998 un riesgo nada desdeñable al
integrar en su Gobierno a Los Verdes, un partido que entonces era todo menos
calculable. Las cuentas salieron bien, según se ha visto en estas elecciones,
pero también valorando la actuación de unos ministros de Los Verdes, Fischer
por supuesto, pero también Jürgen Trittin, ministro del Medio Ambiente, y
Barbara Künast, que han solventado muy difíciles retos con seguridad y sin un
ápice de la irresponsabilidad que algunos observadores les adjudicaban.
Todos saben que Fischer será exigente en la defensa de los
principios ecopacifistas de su partido, pero ante todo los propios. Lo que
también parece claro es que Fischer es cada vez más la conciencia de Schröder y
que sus intereses, ambiciones y principios van uniéndose en identidad. En este
sentido, las frecuentes apariciones públicas de los dos dirigentes juntos, en
un mitin a punto de terminar la campaña, pero también en la propia noche
electoral, revelan lo que supone la generación de un tándem político que va a
determinar en los próximos años la política alemana y, por tanto, en gran
medida, la política europea.
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