Por HERMANN TERTSCH
El País Lunes,
03.03.03
ANÁLISIS
Cuando un hombre de lo que puede llamarse la Andalucía
profunda escribe un libro precisa y necesariamente profundo, y bello, sobre un
misterio y una tragedia que abarca un inmenso territorio, tanto geográfico como
cultural y espiritual, que va desde Baena o, más allá, desde Conil o Lisboa
hasta Lemberg o Lvov, San Petersburgo hoy otra vez, o incluso las riquezas y
miserias de la remota Baku, sus pogromos y horrores, uno puede sentirse
orgulloso, por leerlo y entenderlo. Eso es Sefarad, el libro de
Antonio Muñoz Molina que ahora reciben admirados los lectores de otros países,
y muy especialmente Francia.
En España se han roto muchos diques del olvido. Y ni las
grotescas falsedades nacionalistas ni las obscenas ocultaciones de las diversas
cavernas pueden ocultar que los españoles hoy tienen mucho más coraje -y
posibilidades- para enfrentarse a esa amnesia que nos quería mantener
permanentemente en ese fláccido olvido que impide la mirada enhiesta hacia
delante por negársela hacia atrás. Por eso las palabras de un brillante
escritor y joven académico de la lengua, Antonio Muñoz Molina, cunden tanto y
ya se ven con aprecio en países tan escépticos respecto a nuestra capacidad de
memoria como Francia.
Esa sensibilidad que nos fue negada, cuando no prohibida,
durante tantos años, como es la compasión ante la tragedia que supone para la
humanidad el desprecio, la marginación y, finalmente, la liquidación de gentes
de credo o etnia distinta a la mayoritaria, es una calidad de dignidad. Si
además es expresada con majestuosidad literaria, humildad personal y lucidez
histórica, como sucede en Sefarad, se produce un doble efecto, porque
dignifica tanto nuestra literatura como nuestra salida de las simas culturales
de la intolerancia, el odio y la incultura.
España fue la cuna del antisemitismo político, la crueldad y
miseria moral por antonomasia. Aquí comenzamos ese horror cultural que nos
arrebató mucho de lo mejor de nosotros mismos. Por eso tiene especial
significación ese gran libro que es Sefarad y su enorme éxito en España,
pero también fuera, como demuestran las entusiastas críticas en Francia en Le
Monde y Libération ahora que ha salido su traducción francesa.
Sefarad es un libro inspirado en lo que la mítica
Sefarad fue para tantos cristianos, judíos, musulmanes y grandes
librepensadores cuando este último término no se conocía. Y es un gran
ejercicio de lo que podría o debiera llamarse la memoria ética, aquello que
comunica a Maimónides con Primo Levi, con el premio Nobel Imre Kertesz o con
este Günther Grass que ha tenido la suerte y el lujo de envejecer en la
sabiduría, aunque a veces malhumorada. Muñoz Molina está con ellos creando esa
continuidad magnífica europea y mediterránea que combina piedad con dignidad,
entereza y memoria. Tantos huyeron y murieron, desde aquel gran español
Espinoza que escapó hacia los Países Bajos hasta Jean Amery, también allí al
final, u otras víctimas anónimas, millones, que sufrieron bajo aquel síndrome
siniestro y oscurantista que nosotros inauguramos liquidando Sefarad, que la
aportación de Muñoz Molina no sólo es muy buena literatura. Es además un acto
de justicia.
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