Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
30.11.02
OLEADA DE ATENTADOS CONTRA ISRAEL
No era necesario que en pocas horas murieran 16 personas en
Mombasa, 6 electores del Likud en Israel y sólo un milagro salvara la vida a
261 pasajeros israelíes en vuelo hacia su patria para llegar a la terrible
constatación de que nunca, desde que se abrieron los portones de los últimos
campos de exterminio nazis, ha habido semejante terror colectivo en el pueblo
de Israel como en la actualidad. La certeza de que es así y de que todo parece
condenado a empeorar enloquece a los individuos y genera desesperación
colectiva, pero además pone en evidencia a quien había prometido hace dos años
"seguridad" a los israelíes y los ha sumido en un mar de miseria y de
terror.
El gran elefante al mando del Ejército más poderoso de
Oriente Próximo puede -ya lo ha demostrado-, iracundo, demoler a patadas muchas
madrigueras repletas de lobeznos, pero no puede -aunque ahora vuelva a
prometérselo a la manada- impedir que los lobos, tan pacientes y hambrientos
como numerosos, le vayan robando sus crías. Los lobos tienen más y mayores
partos que los elefantes. Y, por si fuera poco, la política del elefante ejerce
como ciertas lunas llenas, transformando en lobos a quienes se sentían hombres.
Son muchos. No les importa morir matando. Su especie no peligra; la del
paquidermo, sí.
El fanatismo islámico de Al Qaeda no requiere de la política
de Sharon para alimentar su odio y sus ganas de matar israelíes,
norteamericanos u occidentales infieles en general. Pero hay que estar ciego
para no ver que esta extraordinaria motivación y movilización terrorista
islámica en todo el globo se la debemos en gran parte, tanto los aun vivos como
los ya muertos, a que Sharon puede ser fino intrigante en litigios en su
partido, pero como política de seguridad sólo entiende de matar lobeznos con su
pata de elefante. Una pata, por cierto, que su único domador posible dejó
suelta en un momento de enajenación y que ahora no logra que pise el lazo para
volverla a atrapar.
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