Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
24.12.02
COLUMNA
Más de medio millón de estadounidenses -soldados y técnicos
en su mayoría- han sido vacunados ya contra la viruela. Según se anuncia ahora,
el presidente George W. Bush también se ha aplicado esta no muy dolorosa medida
para dejar claro así que esta vez es uno más entre los combatientes, no como
hace cuatro décadas, cuando las influencias de Bush padre le permitieron seguir
gozando de los cocidos caseros de mamá Bush durante toda la contienda de
Vietnam. Esta vez sí está dispuesto al combate y a asumir los muertos propios
-según primeras estimaciones entre 5.000 y 50.000 norteamericanos- por no
hablar de los infieles. Tampoco asumía mal los muertos en Indochina,
zona ignota lejana del rancho familiar.
En Israel han comenzado también las vacunaciones, al tiempo
que se aceleran los preparativos militares para la guerra. Ariel Sharon quiere
echar una buena mano en esta contienda, consciente de que, al final del
incendio bíblico, puede que consiga finalmente las posesiones de Judea y
Samaria, libres de habitantes hostiles. Sharon confirmando el carácter
profético textual del Antiguo Testamento. Cosas más raras veremos en un futuro
diseñado por la sangre vertida, por la que se amenaza con verter y, por
supuesto, por el comercio de virus y vacunas. Los ejércitos del Reino Unido y
de Alemania, conscientes de los tiempos que vienen, han comenzado a vacunarse.
El Ejército estadounidense está ya muy cerca de completar el
despliegue necesario en la región para lanzar su intervención. La maquinaria
lleva muchos meses puesta en marcha a gran ritmo. Paralelamente a los dimes y
diretes sobre inspecciones posibles o no e informes bien hechos o no, leídos o
no, inteligibles o no, de algún interés o ninguno. Y las reservas de ciertos
sectores en Washington como las de los aliados prescindibles -es decir, casi
todos-, pesan hoy menos que la opinión de uno de los cientos de oficiales
norteamericanos vacunados que se pasean ya por la región desmilitarizada del
norte de Irak por no hablar de las quejas del pobre de Hans Blix, jefe de la
misión de observadores. Mientras, no llegan noticias de que se esté vacunando a
la población iraquí, siquiera en las regiones fuera de control de Sadam Husein.
No sabemos con exactitud cuando comenzará la guerra y no tenemos la más remota
idea de cuando y cómo concluirá. Sí podemos tener la certeza de que morirán
muchos vacunados y muchos que no lo están y de que el vacunado Bush no estará
entre ellos.
Dicho todo esto y recomendadas las vacunas a todos los que
puedan hacerse con una, parece evidente que Estados Unidos, única e
incuestionada megapotencia del globo ha decidido ya corregir en este principio
de siglo los muchos disparates que se cometieron durante la descolonización
británica de los territorios otrora otomanos. Los Estados creados a base de
tiralíneas y limitados por cúmulos de piedra en el desierto y las dinastías
tribales que los ingleses dejaron allí en su retirada desordenada y vergonzosa
como ocupantes tras la caída del Imperio de la Sublime Puerta no valen para el
siglo XXI. Estados regidos por satrapías familiares, más o menos díscolas, no
pueden tener la llave a los mayores depósitos de petróleo del mundo. Por mucho
que manden a sus niños a West Point primero y a Georgetown o Harvard después.
Para acabar con los incordios heredados de aquella chapuza de descolonización
habrá que empezar por el que se ha distinguido como perfecto canalla, Sadam
Husein. Pero eso es solo el principio. Mediten sobre ello en aquella aldea de
beduinos llamada Riad. Además, de golpe se puede acabar también con la quimera
de otro de estos descolonizadores, Lord Balfour, que otorgaba parte de Palestina a los palestinos. El plan es ambicioso pero ¿quién lo puede hacer
sino el mayor poder hegemónico jamás habido? Después quedan flecos, como Corea
del Norte y otros que irán surgiendo en esa cartografía llena de ideas que se
maneja junto al Potomac. Mientras, la única recomendación razonable -no se sabe
si útil- es vacunarse.
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