Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
08.11.02
NECROLÓGICA
Ayer murió inesperadamente, dos días después de su 79º
cumpleaños, uno de los hombres que más han marcado el carácter de la República
Federal de Alemania desde que ésta emergió de las ruinas de la guerra y de la
miseria del fascismo. Rudolf Augstein, fundador, propietario, editor y 'alma'
del semanario alemán Der Spiegel, publicaba aún hace semanas sus
célebres artículos, muchos de ellos furibundos, siempre lúcidos y pletóricos de
valentía y honestidad intelectual, en el semanario que ayer quedó huérfano. Año aciago éste para el periodismo alemán. Hace pocos meses había muerto su gran
dama, la condesa Marion Gräfin Dönhoff, coeditora del otro gran
semanario, Die Zeit, con el ex canciller Helmut Schmidt, también
gravemente enfermo en la actualidad.
No es ninguna exageración el afirmar que la personalidad y
la labor de Rudolf Augstein son tan imprescindibles para entender la política
de la Alemania democrática surgida de la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial
como las de Konrad Adenauer, Willy Brandt o Helmut Kohl. Su concepto del
periodismo militante en favor de la democracia y la transparencia, en contra
del autoritarismo y el oscurantismo tan arraigado en el legado alemán, formó a
generaciones enteras en el compromiso de rehabilitar el nombre de la nación
alemana después de salir, con su derrota militar, del abismo moral al que se
había lanzado en los años treinta.
Augstein nació en Hannover en 1923, cuando la República de
Weimar acababa de emprender su senda hacia la autodestrucción. A los 18 años ya
trabajaba como becario en un periódico de su ciudad natal. Un año más tarde
estaba ya en el frente de una guerra que Alemania comenzaba a perder. Tras una
breve estancia en un campo de prisioneros aliado, consiguió un trabajo en un
diario de Hannover bajo control británico. Y un año después, a los 23, era
editor y director de la revista Diese Woche a la que en 1947 dió el
nombre, muy pronto mítico en el periodismo alemán, de Der Spiegel. Años
después, por alejamiento de sus socios, se convirtió en propietario único de la
revista e impregnó a la misma de su carácter radicalmente democrático,
combativo e incorruptible.
Pero Augstein no sólo cambió la forma de ver la vida
política y el mundo de generaciones de alemanes. También cambió el curso de la
historia del país cuando en 1962, tras ser detenido y encarcelado más de cien
días, acusado de traición a causa de un artículo sobre unas maniobras de la
OTAN, logró vencer al omnipotente ministro de defensa Franz Josef Strauss y
provocó la caída de éste. Aquel fue un punto de inflexión que quebró
definitivamente las tentaciones autoritarias de la joven democracia alemana en
la guerra fría.
En 1974, Augstein regaló la mitad de las acciones de Der
Spiegel a sus redactores. Pero nunca dejó de ser el hombre que tenía la
última palabra y que no toleraba desviaciones del espíritu que había animado a
la empresa desde su fundación. Provocador muchas veces, inventó de hecho un
nuevo tipo de lenguaje y técnicas de periodismo que conjugaban rigor con ironía
-a veces también sarcasmo-, valentía investigadora, amplio espectro de
opiniones y una solvencia económica que garantizaba su radical independencia.
Augstein era el paradigma del hombre y periodista sin miedo,
libre para zafarse con desprecio de condicionantes empresariales como de las
correcciones políticas que llegaban y desaparecían en el transcurso de los 60
años en que ejerció con pasión e inteligencia su labor. Siempre se entendió
como un europeo, pero ante todo como un alemán. Criticó en esta última década
con dureza -a veces con crueldad- al zeitgeist acomodaticio de las
sociedades modernas y no pocas veces fue, con su pluma afilada, injusto con
muchos de los políticos con los que discrepaba. Hasta el final se mantuvo
inflexible en sus principios e inalcanzable en su capacidad periodística y
empresarial. Hace dos años, la Medium Magazin lo nombró el
'periodista del siglo'. En Alemania lo fue sin ningún género de duda.
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