jueves, 3 de agosto de 2017

EL LARGO ADIÓS A YALTA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 10.12.02

EL FUTURO DE EUROPA

La entrevista más larga de su vida se la dio Benito Mussolini al periodista estrella alemán de la época, Emil Ludwig. Durante dos meses, mayo y abril de 1932, Il Duce mantuvo decenas de encuentros con Ludwig en su despacho en el Palazzo Venecia. El resultado fue un libro de la editorial Zsolnay, de Berlín, que contiene frases de Mussolini que son joyas legadas a la historia por el primer gran dictador europeo. Hitler era entonces poco más que un proyecto.
Hablando de Europa, Ludwig pregunta: "Si el sistema capitalista está en crisis, si está en juego todo el sistema, ¿por qué no funda usted Europa? Napoleón lo intentó. Briand lo intentó y está muerto. A usted le corresponde el legado. El desarrollo de esa idea nos comprometería a todos con esta magnífica empresa. ¡Mussolini, fundador de Europa!". En voz baja y con frialdad, éste respondió: "No ha llegado el momento. Faltan nuevas revoluciones que conformen el nuevo tipo del europeo". Mussolini tenía razón.
Las revoluciones llegaron. Primero, la toma de poder nazi en Alemania y la Guerra Civil española; después, la Segunda Guerra Mundial, con sus decenas de millones de muertos. Entonces estalló la revolución del pavor y la incomprensión de las conciencias al saberse en todo el mundo que los nazis habían inventado el genocidio industrial y nos habían arrebatado la ilusión de que todos los seres humanos tienen un fondo, por hondo que esté, de compasión.
Hiroshima y Nagasaki fueron la revolución del miedo al átomo. Entonces llegó la guerra fría y cayó bruscamente desde el Báltico hasta el Mediterráneo el telón de acero que Churchill había anunciado. Europa dejó de ser aquel continente del que hablaba cincuenta años antes el escritor Joseph Roth, en el que un vendedor de castañas o un maestro cantero podía recorrer todos los años en busca de clientes o trabajo sin encontrar un obstáculo ni necesitar pasaporte. Durante décadas, dos Europas vivieron separadas por minas y alambres de espino y enfrentadas por orden superior. Pero llegaron otras revoluciones, más o menos espectaculares.
En Helsinki en 1975, la Europa sovietizada y su patrón, la URSS, decidieron aceptar ciertos valores de la Europa Occidental ya casi toda plenamente libre con la democratización de España, Grecia y Portugal. Quince años después, la división maldita de Yalta había desaparecido con la revolución en el Este.
En Copenhague, esta semana, la Unión Europea da oficialmente por concluidas las revoluciones pendientes para la creación del "nuevo tipo de europeo". Tras decenas de millones de muertos e infinito sufrimiento, los Estados de la Europa rica abren las puertas a los demás pueblos tan europeos como ellos, pero mucho menos afortunados. Se las abren al proyecto político de unión multinacional más valiente y de mayor éxito de la historia. No haber dado el paso nos habría lanzado por la vertiente de la incertidumbre, y en algunas regiones, con seguridad, de la guerra. Los problemas, ahora conjuntos, seguirán ocupando y preocupándonos. Pero con todos los errores, egoísmos y mezquindades habidos en el largo camino recorrido, esta ampliación de la EU, como posteriores adhesiones posibles, es motivo de inmenso orgullo para todos estos "europeos de nuevo tipo" tan distintos del que auguraba y deseaba Mussolini.

Como inmensa debe ser la gratitud a todos aquellos que desde muy poco después de acabar la larga orgía de sangre desde 1936 a 1945, y en aras de la paz y la libertad, comenzaron a construir un sueño que ahora es una realidad.

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