Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
26.02.03
COLUMNA
Eran muchos los embajadores árabes en la casa -llámenla
embajada si quieren- de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)
en Madrid hace unos días. Habían acudido para dar la bienvenida en una
magnífica cena, repetida, al embajador del Reino de Marruecos, Mohamed Baraka,
al que todos aprecian como persona pese a que casi todos desconfían de su
régimen. No es el único que carece de la confianza de quienes se dicen sus
amigos. Sirios e iraquíes, libaneses y árabes saudíes, por no hablar de
palestinos hospitalarios pero vapuleados, ven más peligro y traición entre
ellos que en todo el mundo exterior.
Una reunión de representantes de países árabes es siempre
una gran ceremonia de la desconfianza, por mucha sonrisa que prolifere. Se
temen y se odian, los rencores son profundos como los barrancos del Rif -es
curioso cómo gente tan poco distinta se antoja a sí misma tan diversa y
enfrentada-, y eso no hay doble beso protocolario, sonrisa amigable ni halago
cortés que lo remedie. Ni entre diplomáticos.
Una decena de embajadores de países de cultura islámica y
alguna decena más de diplomáticos y observadores políticos cenando juntos en
Madrid, sabiéndose en el umbral de una guerra que todos saben que no evitarán
tontos bien o malintencionados, gente buena, pacifistas convencidos y algún
racionalista que teme con mucha razón las acciones de iluminados protestantes
con demasiadas armas y hartazgo de poder.
Pero ni escudos humanos, socialdemócratas
alemanes, manifestantes diversos, ni los mayores apologetas que a Jacques
Chirac le han salido en la izquierda sempiterna -tiene gracia, diría
Mitterrand- van a evitar la intervención militar. La realidad es muy terca y lo
que no puede ser es además imposible. Habrá intervención militar y cada cual
tiene que hacer, con urgencia, sus apuestas.
El presidente del Gobierno español, José María Aznar, la ha
hecho y nada indica que le vaya a salir bien. El jefe de la oposición,
Rodríguez Zapatero, no lo tiene mejor por mucho que se vea hoy meciéndose en
manifestaciones. Es posible que la política callejera de los socialistas no
acabe cundiendo lo que algunos piensan. También lo es que la apuesta a una sola
carta de Aznar acabe fumigando a sus sucesores potenciales. En todo caso,
creerse capaz de funambulismos en Oriente Próximo es harto arriesgado. Si Aznar
se cree realmente capaz de encauzar un proceso de paz en Palestina con el
Gobierno israelí que Ariel Sharon nos presenta ahora es que realmente ha
perdido la noción de la realidad.
Los siempre sonrientes comensales árabes en la cena del
norte de Madrid coincidían probablemente sólo en un cosa, y es que las
ofensivas en Gaza de los pasados días son sólo un aperitivo de la gran mordida
que un nuevo Gobierno de Sharon prepara en Gaza y Cisjordania, aprovechando lo
que podría llamarse el despiste internacional cuando los norteamericanos y sus
pocos aliados entren en Irak. Hay quien piensa que Washington no permitirá a
Israel proclamar a las bravas la anexión de estos territorios. Hay quien no
está tan seguro al respecto. Hay quien está convencido de que lo hará. En todo
caso, lo evidente es que ni hay posibilidad de presentar un plan creíble de paz
en Palestina hoy ni lo habrá hasta que el gran proyecto de reordenación de
Oriente Próximo que se ha fraguado en Washington tenga éxito o fracase
estrepitosamente. Todo son apuestas. Muy duras. Muy fuertes. Muy dramáticas.
Pero los planes para una continuidad política estable a partir de un desenlace
absolutamente incierto no son más que quimeras. Lastimosas unas. Obscenas las
otras por el peso de la sangre derramada antes y después de la aventura.
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