Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
23.02.03
REPORTAJE: AMENAZA DE GUERRA | LA BRECHA TRANSATLÁNTICA
Los países del Este que aspiran a ingresar en la UE apoyan a
EE UU, al que miran como un modelo de libertad y democracia
Polonia va a recibir más de 16.000 millones de euros en dos
años de los fondos de la Unión Europea después de su ingreso en enero próximo.
La mayor parte de este dinero procede de Alemania. Gracias a esta generosa
aportación, Varsovia va a comprar 48 aviones de combate por 3.800 millones de
euros. Y no los va a comprar en Europa, sino en Estados Unidos. Este comentario
inicial de un artículo del semanario Der Spiegel refleja bien el
enorme malestar que ha generado en Berlín y París la revuelta de los países
centroeuropeos que ingresan en la UE el año próximo, así como otros candidatos
a favor de la postura norteamericana en la crisis de Irak.
Berlín, máximo valedor de Polonia, República Checa y Hungría
para su ingreso en la UE, se siente sencillamente traicionada por lo que muchos
califican no ya la "nueva Europa" de la que habló el secretario de
Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, sino los nuevos "submarinos"
de Washington contra la unificación europea en política exterior y de
seguridad. París tampoco oculta su indignación. Según el presidente Jacques
Chirac, los Estados candidatos al ingreso "perdieron una excelente
oportunidad de callarse" cuando suscribieron una carta de apoyo a la
política norteamericana.
En las dos capitales de la "vieja Europa", como
calificó despectivamente el halcón del Pentágono a Francia y Alemania, ha
levantado ampollas el hecho de que, aun antes de ingresar oficialmente en la
UE, estos Estados estén, según señalan fuentes diplomáticas, dinamitando una
postura común europea y haciendo el juego a una Administración norteamericana
que, aunque lo niegue, no pierde ocasión de sabotear posibles avances en la
creación de una Europa realmente unida de 25 Estados que en un futuro pueda
suponer un rival a tomar en serio y cuestionar el monólogo actual en el gran
juego internacional del poder económico y militar, y el control de los
mercados.
Son muchas las causas de la especial afinidad de estos
países con Washington. Todos consideran que deben su democracia ante todo a la
Administración de Ronald Reagan, que echó el pulso con la Unión Soviética que
supuso el hundimiento de ésta. Todas sus sociedades tienen una visión
idealizada de Estados Unidos todavía no sometida al desgaste de unas largas
relaciones y conocimiento, como sucede en la llamada Europa vieja. Y a los
viejos miedos a una hegemonía alemana y a una antipatía a Francia por sus
largos coqueteos con la Unión Soviética durante toda la guerra fría, se une una
comprensible irritación por los intentos de Chirac, favorecido por la debilidad
crónica interna y externa del Gobierno Schröder, de erigir al eje
franco-alemán, o a París para ser más exactos, en gran timonel de las
voluntades europeas.
Cuando hace un mes Chirac y Schröder se lanzaron en
Versalles a su propia política unilateralista en el seno de la UE ante la
crisis de Irak, no fue difícil convencer a los países ex comunistas de
adherirse a la iniciativa de Tony Blair y José María Aznar de vocación
atlantista incondicional ni a una nueva proclamación claramente crítica con los
dos grandes países de la UE. El papel de Washington en dichas iniciativas no lo
discute nadie y todos saben, en Bruselas, París y Berlín, la gran capacidad que
tiene EE UU en Varsovia, Praga o Budapest para mover, cambiar y gestionar
voluntades.
Así las cosas, y a meses de la ampliación, surgen graves
dudas en Bruselas, Berlín y París sobre el concepto de la UE que traen consigo
los nuevos miembros. Para algunos países como Italia y España, pueden ser, como
en la actual crisis, un apoyo inestimable en hacer frente a las renovadas
ambiciones de un Chirac que, sin oposición interna, parece querer erigirse en
el Rey de Europa, aunque eso le cueste la liquidación del Consejo de
Seguridad y así, también, del único papel realmente relevante de Francia en el
concierto internacional. Otros, sin embargo, creen, especialmente en París y
Berlín, que si los nuevos miembros no cambian su beata admiración hacia EE UU
por una vocación plenamente europeísta en lo político y no meramente
economicista, la Unión Europea podría comenzar a enterrar su sueño como
potencia unitaria. En Washington no son pocos los que se alegrarían.
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