Por HERMANN TERTSCH
El País, Varsovia,
09.06.87
El Papa llegó a Varsovia, y la sola certeza de su presencia
hizo cundir el entusiasmo entre una población castigada con dureza en su vida
cotidiana por la escasez, el desánimo y la falta de perspectivas ante el
futuro. Centenares de miles de polacos de Varsovia y de sus inmediaciones
aclamaron al Papa en su recorrido desde el aeropuerto de Okecie hasta la
catedral de San Juan, en el centro histórico de la ciudad, donde tuvo un
encuentro con monjas de clausura en el primer acto de su largo e intenso
programa en Polonia. Ancianas con retratos del Pontífice en la solapa, familias
enteras, parejas de adolescentes, grupos de trabajadores y estudiantes
aclamaron a Juan Pablo II cuando éste pasaba ante ellos en el papamóvil
por una calzada sembrada de flores.
Incluso los enfermos de un hospital cercano a la carretera
del aeropuerto bajaron en pijama a la calle con el personal médico para recibir
al compatriota que muchos polacos han declarado ya santo. Canciones con textos
como "Cristo, ayúdanos a defender nuestra patria" y pancartas con
lemas patrióticos y religiosos acompañaron al Papa en todos sus desplazamientos
por la capital polaca.
A diferencia de las anteriores visitas papales en 1979 y
1983, hoy son ya muy pocos los polacos que realmente creen que Juan Pablo II
puede aportar las soluciones para una situación económica y social que se
deteriora continuamente. La mayoría se limita a albergar esperanzas en que el
año próximo no sea peor que éste.
Sin embargo, la devoción de los polacos por su Papa es tal
que hace olvidar la precariedad y las infinitas dificultades y evoca los
valores que han convertido la identidad nacional en algo inmune a la tragedia.
La autoridad de este Pontífice en su patria es algo difícilmente imaginable
para un europeo occidental. Ayer, varios ministros del Gobierno comunista le
saludaron cayendo de rodillas.
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