Por HERMANN TERTSCH
El País, Varsovia,
10.06.87
El Papa visitó ayer en Majdanek uno de los campos de
concentración cuyo nombre simboliza el terror a que se vio sometida Polonia
bajo la ocupación nazi. El firme compromiso de no dejar caer en el olvido
aquellos años trágicos en los que perdieron la vida más de seis millones de
polacos, en su mayor parte judíos, es uno de los escasos puntos de convergencia
de posturas, por lo demás antagónicas, del Papa y del régimen comunista del
general Wojciech Jaruzelski. Es muy significativo que aparte de la jornada de
llegada, el lunes, y de despedida, el próximo domingo, el primer canal de
televisión polaca sólo retransmita en directo tres actos: la visita a
Majdanek, la misa en la ciudad de Sczeczin y un encuentro con los jóvenes en
Westerplatte, una pequeña península en la bahía de Gdansk. Aquí, el 1 de
septiembre de 1939 comenzó la II Guerra Mundial, al abrir fuego el buque alemán Schlesw¡g-Holstein contra una fortaleza polaca.
Westerplatte es el símbolo de la agresión extranjera;
Majdanek, el testimonio del terror nazi; y Sczeczin (Stetin) es una antigua
ciudad alemana a la que Juan Pablo II acude para demostrar su apoyo a la
integridad territorial de Polonia, frente a reivindicaciones de ciertos
círculos conservadores alemanes que sueñan con la reinstauración de un Estado
alemán según las fronteras de 1937. Estos tres actos son los únicos de toda la
visita del Papa a Polonia en los que el régimen puede estar seguro de oír su
propio punto de vista en labios de Juan Pablo II. El consenso nacional polaco
sobre la inviolabilidad de su frontera occidental y sobre el recuerdo de la
ocupación nazi es absoluto. El régimen, tan falto de apoyo popular, tiene un
lógico interés en fomentarlo.
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