Por HERMANN TERTSCH
El País, Belgrado,
29.03.87
REPORTAJE
La agitación político-social cuestiona el sistema edificado
por Tito
"Aún no hay carros de combate por las calles de
Belgrado", sentencia con sorna el taxista al tercer periodista occidental
que recoge en el aeropuerto de la capital yugoslava. Es lunes 23 de marzo, un
día después de que las redacciones en todo el mundo reaccionaran a las
declaraciones del jefe del Gobierno yugoslavo, Branko Mikulic, a un semanario
alemán occidental amenazando con utilizar al Ejército para defender al Estado frente
a grupos disidentes y fuerzas desestabilizadoras. Motivo de la advertencia es
la ola de huelgas que afectan a todo el país en protesta por una ley de
congelación de salarios implantada por el Gobierno para intentar frenar el
vertiginoso deterioro de una economía de por sí en crisis permanente.
El taxista tiene razón. En Belgrado no hay otra movilización
que la de sus habitantes, que pululan por las calles y abarrotan tiendas y
cafés en pleno horario laboral. También se ha incrementado algo, de forma discreta,
la presencia policial. Jóvenes vestidos de paisano se aburren en el centro de
la ciudad sin otra labor que la de estar en las esquinas y los portales que les
han sido encomendados y no revelar que son policías más que en casos de
emergencia. Sin embargo, se les nota. En estos primeros días de primavera en
Belgrado, el Gobierno parece estar mucho más nervioso que la población, que lo
que está es enojada. El Gobierno y el partido, la Liga de los Comunistas, están
inquietos y con razón. Los indicadores económicos se han hundido de forma
dramática en los últimos meses. Como dice un alto responsable de la política
económica, "esto va fatal". "Desciende la exportación, desciende
la producción, desciende el nivel de vida. Sólo suben los precios, los
salarios, la inflación. Estamos en una encrucijada no ya económica, sino
política; los próximos meses son vitales para el futuro del Estado
yugoslavo".
Para intentar frenar el deterioro, el Gobierno se atrevió el
mes pasado a implantar una congelación de los sueldos por tres meses. Con una
inflación del ciento por ciento, esta medida duele. Todos los asalariados se
llevaron una desagradable sorpresa a finales de febrero al abrir su sobre con
la nómina y los supuestos beneficios con que este peculiar sistema de socialismo
autogestionario paga a sus trabajadores y copropietarios.
Muchos sufrieron un recorte de la cuarta parte de su
salario. Tras una constante caída del nivel de vida desde hace cinco años, esta
medida gubernamental colmó la paciencia. En pocas semanas se extendieron las
huelgas por todo el país.
Que un centenar de médicos y personal asistente en un
hospital de Belgrado interrumpa el trabajo y proteste en la calle por el
recorte salarial no es nada nuevo ni tiene mayor importancia. En Yugoslavia es
viejo el debate sobre la legitimidad de la huelga en un Estado
socialista. Importante es que, por primera vez desde la muerte de Tito, el
Gobierno central quiera retomar la autoridad y sanear la economía, y esté a
punto de estrellarse contra los intereses privados de los ciudadanos, y los
nacionalismos más o menos irredentistas y las contradicciones, vicios del
sistema económico vigente.
Temeroso por la siempre precaria estabilidad, amenaza con el
Ejército, la única institución supranacional fuerte e integradora.
La ebullición
Todos los países del Este han entrado en ebullición política
con la irrupción en la cúpula del Kremlin de Mijail Gorbachov. Y en Yugoslavia,
este proceso -al que, pese a ser no alineada, no puede ser ajena- es más
violento por el carácter multinacional del Estado y la vía intermedia de
su sistema económico."Al agravarse la crisis se pierde la fe en el
sistema. Unos giran la vista hacia el Este y otros hacia Occidente",
señala un tecnócrata serbio. Siete años después de la muerte de Tito, la dirección
yugoslava lucha desesperadamente por estabilizar el Estado con un centro de
poder débil y grandes fuerzas centrífugas en las repúblicas sin un líder
integrador, como fue el legendario líder partisano y jefe del Estado.
Hay voces -sobre todo en Eslovenia, la república más
desarrollada y centroeuropea- que abogan abiertamente por reconocer lo que
muchos piensan, que la autogestión es un disparate económico -"la
cuadratura del círculo"- y que Yugoslavia entera, o al menos las
repúblicas que lo deseen, deben aceptar plenamente las leyes del mercado e
integrarse en Occidente.
Ya en 1981, uno de los principales economistas del país,
Branko Horvat, había dicho que "nuestro sistema se basa en un error,
porque los que lo diseñaron sencillamente ignoraban cómo funciona un sistema
económico; la base de nuestra crisis es la ignorancia [de quienes crearon el
sistema]".
La opinión de Horvat la comparten muchos. Dos estudiantes
que toman el sol de mañana a través de los cristales del café Moskva coinciden
con un taxista que pasó varios años trabajando en Alemania Occidental en que
"el capitalismo es más cruel, pero funciona". El director de
planificación económica de la República de Serbia, Mijail Crnobrnja, un joven y
brillante economista que desde hace años busca soluciones a esta situación
desesperanzadora, lo explica de otra forma en su cuidado inglés:
"Este sistema está basado en la hipótesis de que los trabajadores son, por
esencia, buenos, diligentes y esforzados. Y esto, querido amigo, no es
así".
Según un estudio encargado por el Gobierno serbio, los
obreros trabajan una media de poco más de tres horas y media al día; en
Eslovenia son algo más de seis horas; en las repúblicas del sur y en Kosovo,
mucho menos. Según Slavko Kulic, un economista croata, "de los 6,5
millones de trabajadores del sector industrial yugoslavo, diariamente faltan al
trabajo por enfermedad 800.000". Otros 400.000 faltan por acudir a
reuniones "de todo tipo".
"A finales de los años setenta se vivía aquí de miedo.
Todas las ventajas del sistema socialista: red social completa; trabajo seguro;
cumplieras o no, el mismo salario, y tiempo para arreglar asuntillos y hacer la
compra en las horas de trabajo. Además, las ventajas de un mercado abierto, una
amplia oferta de bienes, mayor libertad de información que en los países del
Este y libertad de movimientos", señala un diplomático occidental.
El Gobierno quiere que esto acabe y que la gente vuelva a
vivir según sus posibilidades reales, es decir, según la productividad de cada
uno y de su empresa. "Será difícil convencer a la gente que tiene que
trabajar más. Es mucho más cómodo confiar en un salario cada vez más alto para
compensar precios cada vez más altos, continuar con la dejadez y la chapucería
y que el Estado haga funcionar la imprenta de la Casa de la Moneda",
señala un funcionario del Gobierno.
En las calles de Belgrado, la gente no acaba de creerse que
el Gobierno vaya en serio con lo que el profesor Crnobrnja llamó -igual que
Gorbachov- "nueva forma de pensar". "Ya nos arreglaremos. Este
país siempre ha sido muy pobre y siempre salimos al paso, con este sistema o
con otro, da lo mismo", dice un joven más bien indolente al que sólo le
falta añadir que "en peores plazas hemos toreado".
En el monte Kalemegdan, corazón de Belgrado, jovencitas con
atuendos italianos y el pelo teñido de rojo, muy de moda al parecer, han tomado
la decisión de vincularse a Occidente, y se pasean como ninfas autistas con los
auriculares japoneses sorbiéndoles el seso. Sus abuelos -algunos, con
seguridad, viejos luchadores partisanos-, feroces enemigos de los hábitos
burgueses, se debatirán hoy con la angustia de ver surgir vicios que creían
superados.
Llevan estas niñas zapatos de importación que valen más de
40.000 dinares, dos tercios de un sueldo mensual medio. Trabajadores de una
fábrica de Dalmacia fueron a la huelga el pasado año porque su sueldo de 860
dinares diarios (unas 215 pesetas) no les llegaba ni para comprar un pollo.
Macedonia, Montenegro y Kosovo se han declarado en quiebra y
piden mayor centralismo para una redistribución del bienestar del Norte. Los
eslovenos responden que los macedonios y montenegrinos debieran dedicarse a
trabajar, y que, por lo demás, se las arreglen como puedan. Serbios,
eslovenos, bosnios, montenegrinos, macedonios, albaneses, todos tienen
intereses enfrentados.
Así las cosas, "de qué servirían los carros de combate
en las calles", se pregunta un viejo periodista esloveno. Ljiubisa
Adamovic, profesor de la universidad de Belgrado, reconoce que "algunos
ven la solución en una dictadura militar que ofrezca paz, trabajo, orden y
disciplina. ¿Pero tienen soluciones económicas los militares? Por supuesto que
no. Aquí no vale la terapia de choque. Hay que cambiar la actitud hacia el
trabajo".
El partido único
Los únicos carros de combate en la capital yugoslava son los
expuestos en el Museo de la Guerra en el castillo, algún T-34 soviético y otros
arrebatados a los alemanes en la II Guerra Mundial. Algunos cañones de avancarga del
siglo pasado son un testimonio de la sangrienta historia de la ciudad.
"Aquí sí que no hay alternativa estable al partido
único. Sólo los comunistas tienen sentido de Estado. Por tradición, los
partidos burgueses son, en todas las repúblicas, nacionalistas. Es la trágica
herencia del siglo XIX. Quien conozca la historia de estos pueblos, la tradición
de los Balcanes como polvorín de Europa, no puede desear sino la
estabilidad del actual Estado yugoslavo. Las tensiones seculares entre estos
pueblos podrían convertir la región en el Líbano de la próxima generación si la
actual federación fracasa, y, todo el mundo añoraría este Estado, con su
fragilidad, su confusión y su mal funcionar", medita en voz alta un
anciano periodista ante un café turco.
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