sábado, 28 de enero de 2017

YUGOSLAVIA, UN MODELO EN ENTREDICHO

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Belgrado, 29.03.87

REPORTAJE

La agitación político-social cuestiona el sistema edificado por Tito

"Aún no hay carros de combate por las calles de Belgrado", sentencia con sorna el taxista al tercer periodista occidental que recoge en el aeropuerto de la capital yugoslava. Es lunes 23 de marzo, un día después de que las redacciones en todo el mundo reaccionaran a las declaraciones del jefe del Gobierno yugoslavo, Branko Mikulic, a un semanario alemán occidental amenazando con utilizar al Ejército para defender al Estado frente a grupos disidentes y fuerzas desestabilizadoras. Motivo de la advertencia es la ola de huelgas que afectan a todo el país en protesta por una ley de congelación de salarios implantada por el Gobierno para intentar frenar el vertiginoso deterioro de una economía de por sí en crisis permanente.
El taxista tiene razón. En Belgrado no hay otra movilización que la de sus habitantes, que pululan por las calles y abarrotan tiendas y cafés en pleno horario laboral. También se ha incrementado algo, de forma discreta, la presencia policial. Jóvenes vestidos de paisano se aburren en el centro de la ciudad sin otra labor que la de estar en las esquinas y los portales que les han sido encomendados y no revelar que son policías más que en casos de emergencia. Sin embargo, se les nota. En estos primeros días de primavera en Belgrado, el Gobierno parece estar mucho más nervioso que la población, que lo que está es enojada. El Gobierno y el partido, la Liga de los Comunistas, están inquietos y con razón. Los indicadores económicos se han hundido de forma dramática en los últimos meses. Como dice un alto responsable de la política económica, "esto va fatal". "Desciende la exportación, desciende la producción, desciende el nivel de vida. Sólo suben los precios, los salarios, la inflación. Estamos en una encrucijada no ya económica, sino política; los próximos meses son vitales para el futuro del Estado yugoslavo".
Para intentar frenar el deterioro, el Gobierno se atrevió el mes pasado a implantar una congelación de los sueldos por tres meses. Con una inflación del ciento por ciento, esta medida duele. Todos los asalariados se llevaron una desagradable sorpresa a finales de febrero al abrir su sobre con la nómina y los supuestos beneficios con que este peculiar sistema de socialismo autogestionario paga a sus trabajadores y copropietarios.
Muchos sufrieron un recorte de la cuarta parte de su salario. Tras una constante caída del nivel de vida desde hace cinco años, esta medida gubernamental colmó la paciencia. En pocas semanas se extendieron las huelgas por todo el país.
Que un centenar de médicos y personal asistente en un hospital de Belgrado interrumpa el trabajo y proteste en la calle por el recorte salarial no es nada nuevo ni tiene mayor importancia. En Yugoslavia es viejo el debate sobre la legitimidad de la huelga en un Estado socialista. Importante es que, por primera vez desde la muerte de Tito, el Gobierno central quiera retomar la autoridad y sanear la economía, y esté a punto de estrellarse contra los intereses privados de los ciudadanos, y los nacionalismos más o menos irredentistas y las contradicciones, vicios del sistema económico vigente.
Temeroso por la siempre precaria estabilidad, amenaza con el Ejército, la única institución supranacional fuerte e integradora.

La ebullición
Todos los países del Este han entrado en ebullición política con la irrupción en la cúpula del Kremlin de Mijail Gorbachov. Y en Yugoslavia, este proceso -al que, pese a ser no alineada, no puede ser ajena- es más violento por el carácter multinacional del Estado y la vía intermedia de su sistema económico."Al agravarse la crisis se pierde la fe en el sistema. Unos giran la vista hacia el Este y otros hacia Occidente", señala un tecnócrata serbio. Siete años después de la muerte de Tito, la dirección yugoslava lucha desesperadamente por estabilizar el Estado con un centro de poder débil y grandes fuerzas centrífugas en las repúblicas sin un líder integrador, como fue el legendario líder partisano y jefe del Estado.
Hay voces -sobre todo en Eslovenia, la república más desarrollada y centroeuropea- que abogan abiertamente por reconocer lo que muchos piensan, que la autogestión es un disparate económico -"la cuadratura del círculo"- y que Yugoslavia entera, o al menos las repúblicas que lo deseen, deben aceptar plenamente las leyes del mercado e integrarse en Occidente.
Ya en 1981, uno de los principales economistas del país, Branko Horvat, había dicho que "nuestro sistema se basa en un error, porque los que lo diseñaron sencillamente ignoraban cómo funciona un sistema económico; la base de nuestra crisis es la ignorancia [de quienes crearon el sistema]".
La opinión de Horvat la comparten muchos. Dos estudiantes que toman el sol de mañana a través de los cristales del café Moskva coinciden con un taxista que pasó varios años trabajando en Alemania Occidental en que "el capitalismo es más cruel, pero funciona". El director de planificación económica de la República de Serbia, Mijail Crnobrnja, un joven y brillante economista que desde hace años busca soluciones a esta situación desesperanzadora, lo explica de otra forma en su cuidado inglés: "Este sistema está basado en la hipótesis de que los trabajadores son, por esencia, buenos, diligentes y esforzados. Y esto, querido amigo, no es así".
Según un estudio encargado por el Gobierno serbio, los obreros trabajan una media de poco más de tres horas y media al día; en Eslovenia son algo más de seis horas; en las repúblicas del sur y en Kosovo, mucho menos. Según Slavko Kulic, un economista croata, "de los 6,5 millones de trabajadores del sector industrial yugoslavo, diariamente faltan al trabajo por enfermedad 800.000". Otros 400.000 faltan por acudir a reuniones "de todo tipo".
"A finales de los años setenta se vivía aquí de miedo. Todas las ventajas del sistema socialista: red social completa; trabajo seguro; cumplieras o no, el mismo salario, y tiempo para arreglar asuntillos y hacer la compra en las horas de trabajo. Además, las ventajas de un mercado abierto, una amplia oferta de bienes, mayor libertad de información que en los países del Este y libertad de movimientos", señala un diplomático occidental.
El Gobierno quiere que esto acabe y que la gente vuelva a vivir según sus posibilidades reales, es decir, según la productividad de cada uno y de su empresa. "Será difícil convencer a la gente que tiene que trabajar más. Es mucho más cómodo confiar en un salario cada vez más alto para compensar precios cada vez más altos, continuar con la dejadez y la chapucería y que el Estado haga funcionar la imprenta de la Casa de la Moneda", señala un funcionario del Gobierno.
En las calles de Belgrado, la gente no acaba de creerse que el Gobierno vaya en serio con lo que el profesor Crnobrnja llamó -igual que Gorbachov- "nueva forma de pensar". "Ya nos arreglaremos. Este país siempre ha sido muy pobre y siempre salimos al paso, con este sistema o con otro, da lo mismo", dice un joven más bien indolente al que sólo le falta añadir que "en peores plazas hemos toreado".
En el monte Kalemegdan, corazón de Belgrado, jovencitas con atuendos italianos y el pelo teñido de rojo, muy de moda al parecer, han tomado la decisión de vincularse a Occidente, y se pasean como ninfas autistas con los auriculares japoneses sorbiéndoles el seso. Sus abuelos -algunos, con seguridad, viejos luchadores partisanos-, feroces enemigos de los hábitos burgueses, se debatirán hoy con la angustia de ver surgir vicios que creían superados.
Llevan estas niñas zapatos de importación que valen más de 40.000 dinares, dos tercios de un sueldo mensual medio. Trabajadores de una fábrica de Dalmacia fueron a la huelga el pasado año porque su sueldo de 860 dinares diarios (unas 215 pesetas) no les llegaba ni para comprar un pollo.
Macedonia, Montenegro y Kosovo se han declarado en quiebra y piden mayor centralismo para una redistribución del bienestar del Norte. Los eslovenos responden que los macedonios y montenegrinos debieran dedicarse a trabajar, y que, por lo demás, se las arreglen como puedan. Serbios, eslovenos, bosnios, montenegrinos, macedonios, albaneses, todos tienen intereses enfrentados.
Así las cosas, "de qué servirían los carros de combate en las calles", se pregunta un viejo periodista esloveno. Ljiubisa Adamovic, profesor de la universidad de Belgrado, reconoce que "algunos ven la solución en una dictadura militar que ofrezca paz, trabajo, orden y disciplina. ¿Pero tienen soluciones económicas los militares? Por supuesto que no. Aquí no vale la terapia de choque. Hay que cambiar la actitud hacia el trabajo".

El partido único
Los únicos carros de combate en la capital yugoslava son los expuestos en el Museo de la Guerra en el castillo, algún T-34 soviético y otros arrebatados a los alemanes en la II Guerra Mundial. Algunos cañones de avancarga del siglo pasado son un testimonio de la sangrienta historia de la ciudad.

"Aquí sí que no hay alternativa estable al partido único. Sólo los comunistas tienen sentido de Estado. Por tradición, los partidos burgueses son, en todas las repúblicas, nacionalistas. Es la trágica herencia del siglo XIX. Quien conozca la historia de estos pueblos, la tradición de los Balcanes como polvorín de Europa, no puede desear sino la estabilidad del actual Estado yugoslavo. Las tensiones seculares entre estos pueblos podrían convertir la región en el Líbano de la próxima generación si la actual federación fracasa, y, todo el mundo añoraría este Estado, con su fragilidad, su confusión y su mal funcionar", medita en voz alta un anciano periodista ante un café turco.

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