martes, 31 de enero de 2017

MATHIAS RUST

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Bonn, 02.06.87

Un muchacho tímido al que las chicas de su pueblo daban calabazas, convertido en héroe nacional

Los 19 años que tiene los pasó totalmente inadvertido, en casa, en el colegio y en unos cursos de banca. Mathias Rust tiene el aspecto de un empleado ejemplar de sucursal bancaria de provincias, y, sin embargo, pasará a la historia de la aviación y de la Unión Soviética como el gran burlador del sistema de defensa aérea que se consideraba el más completo del mundo, y también como el responsable de la caída de nada menos que un ministro de Defensa del Kremlin.
Mathias Rust es un joven de clase media de Wedel, un pueblecito cercano a Hamburgo y lo único que le interesa en esta vida es volar. Se convenció de ello cuando su padre, un ingeniero de la compañía AEG, invitó a su mujer y a sus dos hijos a dar una vuelta en avioneta por los cielos de Hamburgo. Esta horita por los aires cambió la vida del joven Mathias. Con 17 años ya estaba estudiando para sacar el carné de piloto privado. Con 18 lo consiguió. Su padre, lejos de ser pudiente, hizo sus esfuerzos para financiarle los 9.000 marcos necesarios para la licencia. Para entonces ya sabía que lo único que deseaba era ser piloto, e interrumpió sus estudios de banca para dedicarse plenamente a su objetivo. Para pagarse las caras horas de vuelo trabajó en una empresa de su pueblo procesando datos. Por fin, a los 19 años comenzó a volar en solitario. El aeroclub de Hamburgo, del que es miembro, no es ni mucho menos un club para ricos. Allí acuden personas que ahorran hasta lo imposible para alquilar el fin de semana un par de horas una avioneta Cessna, como la utilizada por Mathias para hacer su periplo por Escocia y Escandinavia ampliado, nadie sabe aún por qué, a 800 kilómetros de paseo por territorio soviético.
Pese al baño de multitud de curiosos en la plaza Roja, que le pedían autógrafos, Mathias Rust es, según familiares y amigos, un chico introvertido y muy tímido. Nunca sale con jóvenes de su edad y nadie se imagina al escuálido mozo que mide 1,86 metros bailando con una chica. Tras su hazaña, una jovencita del pueblo dice que Mathias le pidió que fuera con él al baile de pilotos y ella le dio calabazas, temiéndose una tarde soporífera con un chico que sólo hablaba de avionetas. Y parece que no fue la única.

Nadie podía, sin embargo, prever que su manía por las alturas le llevaría a hacer una travesía por el Báltico y humillar a la flota soviética, a tres distritos militares de la URSS y a la defensa antiaérea de Moscú, considerada como uno de los grandes orgullos del Estado soviético. Los amigos y familiares de este joven callado, gris y ordenado hasta la pedantería no salen aún de su asombro. Ahora es héroe nacional.

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