El País, Bonn, 23.06.85
REPORTAJE
Ensalzada primero y vituperada después, el martes fue
liberada Marianne Bachmeier, la madre que mató al asesino de su hija
Marianne Bachmeier, la mujer que mató a tiros en la sala de
un tribunal de la ciudad germana occidental de Luebeck al presunto asesino de
su hija Anna, de siete años de edad, fue puesta en libertad condicional el
pasado martes, sin haber cumplido la mitad de la pena de seis años de prisión
que le fue impuesta. La madre de Anna, de 35 años, fue liberada dos días antes
de lo anunciado para evitar el asedio de la Prensa, aún ávida por explotar el
crimen más espectacular de la historia alemana de la posguerra, como han
coincidido en calificarlo hasta los periódicos menos dados al escándalo y la
exageración.
Con su libertad, y a pesar de posibles declaraciones
residuales, parece quedar cerrado ahora un episodio sangriento que despertó una
morbosidad insólita en la opinión pública alemana y dejó en triste evidencia
los recursos que utiliza para hacer aflorar los instintos más primitivos de la
gente la Prensa de más difusión de uno de los países de mayor grado de
civilización y cultura del mundo. Los acontecimientos se desarrollaron de la siguiente
forma: el 5 de mayo de 1980, la niña Anna Bachmeier, de siete años de edad, es
estrangulada por Jürgen Grabowski un perturbado con numerosos antecedentes por
delitos relacionados con sus obsesiones sexuales. El trágico suceso indigna a
la opinión pública, al saberse que Grabowski, que se había sometido
anteriormente a una castración como condición para no ser ingresado en un
centro psiquiátrico penitenciario, había recibido después un tratamiento
hormonal por prescripción médica y con autorización judicial que había anulado
o al menos paliado, los efectos de la castración.
El 6 de marzo de 1981, a las diez de la mañana, cuando
comenzaba una sesión de la vista del juicio, ante el tribunal de Luebeck, la
madre de la niña asesinada, Marianne Bachmeier, que actuaba como acusación
privada en el proceso, sacó una pistola del bolsillo de su abrigo, apuntó al
acusado, que junto al banquillo, le daba la espalda, y disparó hasta siete
veces. Grabowski cayó muerto con seis impactos de bala en el cuerpo. La madre vengadora,
que decidió zanjar por su cuenta el problema que Grabowski suponía
para la sociedad, mereció la comprensión del hombre de la calle, insatisfecho,
en ocasiones extremas como ésta, con los resultados de los procedimientos
judiciales normales. La madre de la niña había hecho justicia en nombre de
todos matando a aquel degenerado. Ésta era la opinión general,
escandalosamente azuzada por la prensa sensacionalista contra la supuesta
debilidad de los jueces, y cautivada por el acto de aquella mujer atractiva.
Grabowski no había sobrevivido al juicio y no había sentencia de culpabilidad.
Pocos la echaban en falta.
Insaciable curiosidad
La curiosidad pública por la vida de Marianne Bachmeier
parecía insaciable. Su padre, un hacendado de las regiones orientales de
Alemania, había perdido todo con la guerra mundial. En la contienda había sido
condecorado en las unidades especiales Waffen-SS. Tras la guerra, las secuelas
de una herida de batalla y el alcohol le hicieron sucumbir. Su mujer se separó
de él, y la pequeña Marianne fue la víctima de la falta de afecto de su madre y
del hombre vulgar que ésta eligió como nuevo compañero. "No me acuerdo de
que jamás me diera un beso o me abrazara", se quejaba Marianne de su madre
en el juicio que habría de condenarla por su acto de justicia bíblica. Su
trágica biografía y posiblemente la identificación de su suerte con la de
tantos refugiados del Este alemán expulsados de sus lugares de origen en 1945
la hacían aún más merecedora de solidaridad.
Sin embargo, pronto salieron a la luz otros detalles
biográficos que cambiaron radicalmente el juicio de sus compatriotas. Según se supo, Marianne quiso abortar cuando quedó embarazada de Anna, y antes de ser
ésta asesinada tenía intención de darla a adoptar para recuperar una libertad
que echaba de menos en su vida privada, desordenada, con frecuentes amantes y
borracheras en el pequeño bar que regentaba.
Pronto aquella mujer ejemplar que había ejecutado el deseo
de la opinión pública matando a Grabowski, aquel marginado, se convertía
asimismo en una persona que no respondía a los cánones habituales de conducta.
Su promiscuidad molestaba, su desorden confundía. La Prensa sensacionalista
consumó un giro de 180 grados, y pronto se vio atacada la madre
vengadora por una campaña que no le perdonaba ninguno de sus supuestos
defectos. Fue tachada de insolidaria y fría y se convirtió en una maldita, como
lo había sido el enfermo al que había abatido a tiros ante el tribunal de
Luebeck.
Carne de titular
El 6 de marzo de 1983 fue condenada a seis años de prisión,
después de innumerables entrevistas, conmiserativas y agresivas. Relató su vida
a un redactor de una de las principales revistas alemanas, que le pagó un
precio desorbitado por ello. Después se lamentó de haberlo hecho y acusó al periodista
de haber manipulado por completo toda su historia. Antes y después de su
condena, en libertad y en prisión, ocupó continuamente los titulares de la
Prensa sensacionalista con sus anuncios de suicidio, sus agudas depresiones,
sus esperanzas, nunca consumadas, de estabilidad afectiva y una
vida normal en caso de recibir un indulto que fue repetidas veces
presentado y rechazado.
A principios del pasado año fue trasladada a un hospital
penitenciario, ya que, al parecer, la dirección de la prisión donde se hallaba
internada comenzó también a temer que se quitara la vida. Entre tanto se habían
rodado y estrenado dos películas sobre su vida: El caso Bachmeier y La
madre de Anna, en otros dos intentos por sacar dividendos de esta
siniestra historia de los inadaptados Grabowski y Marianne Bachmeier. Los
adaptados, las masas que buscaban diariamente con glotona morbosidad los
pormenores sobre la vida sexual de la madre de Anna, las angustias de Grabowski
y su castración voluntaria, estaban ya, al parecer, aburridas del caso. Las dos
películas fueron un fracaso en taquilla.
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