El País, Madrid, 07.05.85
LA VISITA DEL PRESIDENTE NORTEAMERICANO A EUROPA
Las fuerzas aliadas que avanzaban victoriosas por territorio
alemán en los últimos días de la guerra hicieron descubrimientos
escalofriantes. Al entrar en campos de concentración de Polonia, Alemania y
Austria como los de Treblinka, Auschwitz, Sachsenhausen, Bergen-Belsen o
Mauthausen, los soldados ya habían oído hablar sobre campos de exterminio,
deportación masiva de judíos, gitanos, homosexuales y otras minorías. Sin
embargo, las imágenes que se les ofrecían superaban todo lo imaginable. De
muchos campos habían huido ya los vigilantes y mandos ante la cercanía de las
tropas aliadas.
Los prisioneros que podían mantenerse en pie esperaban a los
libertadores en las puertas, bajo el siniestro lema de Arbeit macht frei
(El trabajo libera).
Más allá de las vallas electrificadas, cadáveres amontonados
en el exterior de los edificios, vagones repletos de prisioneros, vivos y
muertos, muchos desnudos, rodeados de excrementos. Cadáveres con las cabezas
destrozadas por disparos a quemarropa y mandíbulas descoyuntadas por tenazas
utilizadas para extraerles los dientes de oro.
A finales de abril, un testigo que sobrevivió a los
horrores del campo de Buchenwald había visto a presos apiñando a compañeros
sobre una gran hoguera, bajo la vigilancia de miembros de las SS.
Hambre y degradación
Algunos aprovechaban para arrancar pedazos de la carne
chamuscada de sus compañeros y la engullían con ansiedad. De los presos que
vieron la liberación, muchos acabarían muriendo a causa de la extrema gravedad
de sus heridas o por la desnutrición y las epidemias que se habían extendido en
los campos.
Los habitantes de las aldeas cercanas manifestaban a los
aliados que no sabían lo que había estado ocurriendo durante años a pocos
kilómetros de su casa. Nunca se preguntaron qué transportaban aquellos vagones.
No les extrañaron nunca aquellas enormes colas de familias cargadas con sus enseres
en la estación de tren, acosadas como perros por los guardianes de las SS.
De todos los campos, el que más horrores había contemplado,
probablemente, era el de Auschwitz, pequeña localidad polaca que hoy se llama
Oswiecim. Allí se dio muerte, según los cáculos más fiables, a más de un millón
de personas, de las que más de la mitad eran judíos polacos o de otras zonas
del imperio nazi. El resto de las víctimas estaba integrado por miembros de la
resistencia polaca y gitanos de procedencia generalmente apátrida. En lo que
hoy es el museo de Oswiecim, largas listas de asesinados por los nazis, la
mayoría de ellos en las cámaras de gas, se hallan expuestas a la contemplación
de los visitantes.
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