El País, Madrid, 16.04.85
El secretario del Foreign Office británico, Geoffrey Howe,
estuvo entonando canciones populares la pasada semana en una cervecería de
Praga para entretener al ministro de Asuntos Exteriores checoslovaco, Bohuslav
Chnoupek, y a su acompañamiento de funcionarios y policías, mientras dos
miembros de la delegación británica se entrevistaban en un lugar secreto con
miembros del grupo de disidentes checoslovacos Carta 77. En Polonia, Howe
visitó la tumba del sacerdote asesinado Jerzy Popieluszko, ante el aplauso de
numerosos habitantes de Varsovia; ofreció una recepción e invitó a dirigentes
del sindicato clandestino Solidaridad.
La clase dirigente polaca no asistió a la recepción, dada la
anunciada presencia de miembros de la oposición, con lo que el acto se
convirtió en un encuentro oficial de éstos con la misión del Foreign Office. De
haber querido incluir una entrevista de este tipo en la agenda oficial, es
probable que las autoridades polacas se hubieran negado e incluso puesto en
duda la oportunidad del viaje. La gira de Howe por tres países de Europa del
Este (República Democrática Alemana, Checoslovaquia, Polonia) ha reavivado la
controversia sobre las relaciones de los Gobiernos occidentales con los
regímenes socialistas y los grupos de disidentes en estos países. Howe ya
manifestó que los tres objetivos prioritarios de este viaje, continuación del
que realizó a Bulgaria y Rumania a principios de año, eran la reafirmación del
respeto a los derechos humanos como condición para las buenas relaciones Este-Oeste, el diálogo sobre desarme y las relaciones económicas bilaterales. Tres
puntos inseparables como base de lo que se ha dado en calificar la nueva ostpolitik del
Reino Unido.
Cuando, en el próximo mes de agosto, se cumple el décimo
aniversario de la firma del Acta de Helsinki y el 40º del final de la
conferencia de Potsdam, Howe ha querido recordar, indican observadores políticos,
que el acuerdo de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa no
sólo sancionó las fronteras emanadas de 1945, sino que supuso asimismo un
compromiso, suscrito por los países del Pacto de Varsovia, para la libre
circulación de personas e ideas en el viejo continente. El gesto de Howe en
Checoslovaquia, donde subsiste, bajo continuas vejaciones del régimen, un
pequeño grupo de disidentes que se han negado o no han podido abandonar el país
como tantos lo hicieron después de la invasión de 1968, cuenta, sin duda, con
el agradecimiento tanto de estos intelectuales como de jóvenes y creyentes que
sufren uno de los estados más represivos del este de Europa y se quejan de la
general indiferencia occidental hacia su situación. Disidentes en Polonia y
Checoslovaquia, pero también en otros países del este, muestran su resignación
por la pasividad occidental frente al celo comunista en la confrontación
ideológica entre los dos sistemas políticos que conviven en Europa.
Howe habló también con el anciano cardenal checoslovaco
Frantisek Tomasek, que lleva a cabo una difícil lucha para lograr un mínimo
espacio de movimiento para la Iglesia checoslovaca, acosada por el fervor
antirreligioso de los ideólogos, la policía y los tribunales del régimen.
Durante su visita a Praga en diciembre pasado, el ministro español de Asuntos
Exteriores, Fernando Morán, insistió en ver al premio Nobel de Literatura
Jaroslav Seifert. Lo consiguió, aunque el encuentro no agradó a las
autoridades.
Muchos políticos occidentales creen que actitudes como la de
Howe pueden poner en peligro las relaciones con el Este, con mayor perjuicio
para los disidentes. El caso más claro es el del ministro de Asuntos Exteriores
de la República Federal de Alemania, Hans Dietrich Genscher, que parece partir
de la premisa de que los países socialistas son una fatalidad histórica y las
minorías activamente disidentes -pasivamente disiente la mayoría- tienen que
ser sacrificadas al buen entendimiento entre los bloques.
Otros consideran que los países socialistas tienen tal
necesidad de sus relaciones comerciales con Occidente para llevar a cabo su
modernización tecnológica e industrial y compensar su retraso que, ante
posturas firmes como la de Howe, estarían dispuestos a concesiones a los
derechos humanos. Esta política, y no la de sanciones propugnada por Estados
Unidos, goza de abierta simpatía entre los disidentes de Europa oriental.
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