El País, Madrid, 25.04.85
Desde que el 22 de septiembre de 1949 la Unión Soviética
realiza su primera explosión atómica rompiendo el monopolio nuclear
norteamericano, el bloque socialista realiza un enorme esfuerzo armamentista
para alcanzar grados de desarrollo parejos a los occidentales. Esto supone,
tanto para la URSS como para sus aliados, grandes sacrificios económicos que
obstaculizan la realización de proyectos civiles necesarios y aumentan las
dificultades de suministro a sus poblaciones. Cuando menos, es plausible el
argumento ofrecido habitualmente por diplomáticos orientales: "Para EEUU el rearme reactiva la economía y es un negocio. Para nosotros es siempre una
ruina". La impermeabilidad entre la industria militar y la civil en la
URSS, hace imposible que los avances en la tecnología bélica reviertan en un
desarrollo de la tecnología civil. Este hecho, y el secreto que rodea a todas
las actividades científicas y tecnológicas, impuesto por la naturaleza del
régimen, hacen difícil una estimación fiable del grado real de desarrollo de la
industria militar y obligan en gran parte a remitirse a informaciones
extranjeras, en su mayoría norteamericanas, a veces sospechosas de ser
interesadas y, en todo caso, no contrastables.
La superioridad oriental en armamento convencional,
especialmente en el número de carros de combate (61.000 frente a 25.000), y el
continuo incremento de su armamento nuclear en los años setenta, fueron
argumentos para la decisión de la OTAN de 1979 de instalar misiles tácticos en
Europa. Muestra, además, de que el Pacto de Varsovia ha continuado con fuertes
-y dolorosas- inversiones en el fortalecimiento del armamento convencional,
tanto en tierra y aire como en el desarrollo de una enorme flota, según algunas
fuentes también en armas químicas, mientras aceleraba su desarrollo nuclear.
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