Por HERMANN TERTSCH
El País, Bonn,
13.12.86
Cinco años se cumplen hoy de uno de los acontecimientos más
dramáticos de la posguerra en la Europa oriental. Después de que en Berlín
(1953), Budapest (1956) y Praga (1968) sucesivos levantamientos contra los
respectivos regímenes comunistas impuestos tras la II Guerra Mundial fueran
aplastados por aquella fuerza que los implantó, el Ejército soviético, el 13 de
diciembre de 1981 el régimen de Varsovia recurrió, para combatir una crisis que
amenazaba su propia existencia, a una solución insólita: la declaración de la
ley marcial en Polonia. Han pasado cinco años y muchos de los que vieron en el
artífice del golpe militar, el general Wojciech Jaruzelski, hoy jefe del Estado
polaco, al gran enemigo de los polacos y del mayor movimiento popular en favor
del pluralismo sindical y político -representado por el sindicato Solidaridad-
reconocen hoy que, de no haber intervenido el general, la tragedia a la que se
enfrentaba Polonia en 1980 y 1981, con la más que probable intervención
soviética en el país, habría sido considerablemente mayor. En su visita a
Varsovia en junio pasado, el máximo dirigente soviético, Mijail Gorbachov, dejó
claro que también bajo su dirección se mantiene la vigencia de la llamada doctrina
Breznev, según la cual la inestabilidad del sistema comunista en un país
aliado supone un peligro para toda la alianza y todo intento por cambiar el
régimen y sacar a uno de los miembros de la alianza socialista afecta al orden
internacional de la posguerra y atenta contra la paz mundial.
Este aniversario puede ser rememorado, pero no celebrado.
Como decía esta semana el portavoz del Gobierno polaco, Jerzy Urban, "no
se celebrará la fecha porque no hay nada que celebrar, aquello fue un mal
menor". Sobre esta tesis del mal menor ha basado el Gobierno polaco su
labor de "normalización" de los últimos años. Políticamente, el país
está de hecho normalizado, en el sentido en que este término se
aplica en el socialismo real. De forma relativamente incruenta, apoyado por el
Ejército y la policía, Jaruzelski ha restaurado la hegemonía del partido
comunista que en Polonia había dejado de existir y amenazaba con provocar la
reacción del "gran hermano del Este".
El verano pasado, el Partido Obrero Unificado de Polonia
(POUP) celebró su décimo congreso, la primera manifestación de los comunistas
polacos tras salir del cerco que la población y Solidaridad les habían
impuesto. En noviembre, los nuevos sindicatos OPZZ, creados tras la prohibición
de Solidaridad, también se han reunido en congreso para intentar conquistar una
credibilidad que, pese a sus siete millones de afiliados, se les sigue negando
en amplios sectores.
En septiembre fue promulgada la amnistía y desde entonces se
ha evitado perseguir a los activistas de Solidaridad, ya que el régimen es
consciente de que para la solución de los acuciantes problemas necesita de la
cooperación y movilización de la población, aunque sólo sea en sus puestos de
trabajo. Existen, sin embargo, indicios de que la relativa tolerancia hacia la
oposición podría concluir pronto si no hay resultados positivos en el
acercamiento entre la Iglesia y el Estado, necesario para cualquier mejora del
clima político.
Hace días, Jaruzelski se reunió por primera vez con el
Consejo Consultivo, convocado por él e integrado por 56 personalidades
políticas e intelectuales, en su mayor parte ajenas al partido y varias
conocidas por su oposición al régimen comunista.
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