Por HERMANN TERTSCH
El País, Bonn,
87.01.08
La publicación de una documentada historia de la región
desata un nuevo debate
Uno de los más claros ejemplos de que la supuesta armonía
entre los países socialistas aliados de la Unión Soviética no es más que una
ficción mantenida en bien de la homogeneidad del Pacto de Varsovia es la tensa
relación que existe entre Hungría y Rumania a causa del trato que reciben los
húngaros en la región de Transilvania, región que desde el final de la I Guerra
Mundial pertenece al Estado rumano.
Por primera vez desde que estos dos países, históricamente
enfrentados, son aliados a la fuerza en la comunidad socialista, las
autoridades de Budapest han tomado postura pública respecto al gran conflicto
territorial que les enfrenta desde hace casi 70 años. Recientemente, el
ministro de Cultura del Gobierno húngaro, Bela Koepeczi, presentó a la Prensa
internacional una amplia obra de tres tomos, titulada Historia de Transilvania, de
Erdely Toertenete, que, con seguridad, va a agravar las relaciones entre
Budapest y Bucarest. El Gobierno húngaro ha decidido abandonar la actitud
mantenida durante décadas de ignorar el conflicto por temor a dañar a la
alianza y reavivar sentimientos nacionalistas entre la población húngara. Las
razones para ello pueden ser varias.
Por un lado, la presión de las autoridades de Bucarest sobre
la minoría húngara ha superado ya todo lo tolerable, según la opinión general
de los húngaros, que comienzan a compartir las autoridades. Por otra parte, la
presión de la opinión pública húngara está creciendo con rapidez, especialmente
desde que, hace aproximadamente año y medio, la policía rumana impide
continuamente el paso a ciudadanos húngaros que desean viajar a Transilvania
para visitar a familiares. En Rumanía viven actualmente unos dos millones de
húngaros, en su mayoría en esta región, que perteneció a Hungría hasta el
acuerdo de Trianón.
Además, la credibilidad del presidente rumano, Nicolae Ceaucescu,
en la comunidad socialista parece lo suficientemente debilitada como para que
la crítica de Bucarest a la nueva publicación húngara sobre Transilvania no sea
vista como defensa contra el irredentismo húngaro del que siempre
habla el régimen rumano cuando Hungría defiende la identidad cultural de su
minoría en el país vecino.
Según Koepeczi, que aparece también como editor de los tres
tomos aparecidos en la editorial Academia de Budapest, la obra es un "gran
esfuerzo" por presentar la historia de esta región "sin prejuicios
ideológicos". El interés por este libro ha sido enorme en Hungría y se
espera que muy pronto salga la segunda edición, al agotarse los primeros 40.000
ejemplares. La distribución de este libro entre los húngaros de Rumanía es
"teóricamente posible", como dijo un representante de la editorial en
Budapest, al existir un acuerdo de intercambio de libros entre ambos países,
pero nadie cree seriamente en Hungría en esta posibilidad.
La represión oficial de la cultura húngara en Rumanía ha
aumentado en los últimos años y ha llegado a la rumanización general, ya no
sólo de las universidades y nombres toponímicos, sino también de las personas.
Aquella gran gimnasta que con el nombre de Nadia Comaneci asombró en los Juegos
Olímpicos de Montreal se llama en realidad Anna Kemenes y es húngara de origen.
El ministro Koepeczi ya hizo una crítica implícita a Rumanía
al señalar que la investigación del equipo de autores había sido relativamente
fácil en lo que a antes de 1918 se refiere, pero muy difícil respecto a la fase
posterior, es decir, desde el momento en que las investigaciones debían hacerse
en los archivos rumanos.
En todo caso, el Gobierno húngaro sabe que cuenta con el
apoyo de toda su población al romper el silencio sobre este conflicto y hacer
frente a las tesis oficiales rumanas. Según estas, aquellos territorios fueron
siempre parte de esa gran Rumania medieval que el presidente Ceaucescu ha
inventado, para mayor gloria propia.
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