El País Martes,
10.01.06
COLUMNA
El hotel Moskva en las afueras de Sofía, enfrente de la
embajada soviética con dimensiones más propias de un ministerio que de una
legación diplomática, tuvo a mediados de los ochenta fama internacional. No por
la arquitectura pretenciosa occidentalizante de la desestalinización que jamás
pudo competir con la estética magnífica estalinista y brutal del Hotel Balkan
cerca del mausoleo de Georgi Dimitrov. También era obvio que no podía deberse a
sus ni siquiera viejas pero ya decrépitas instalaciones, saqueadas por los
huéspedes, en general delegaciones de países hermanos, las más temidas las de
las repúblicas soviéticas transcaucásicas que se llevaban hasta los grifos como
recuerdo. Como tampoco a su servicio, de cósmica indolencia. Aquel hotel remoto
se hizo famoso porque fue el escenario donde la segunda potencia mundial de
entonces creyó necesario desplegar pruebas de que no había querido matar al
Papa de Roma. Y nadie la creyó. Alí Agca, un joven turco, le había pegado un
tiro a Juan Pablo II en San Pedro en Roma en 1981. Había estado antes mucho por
Sofía. Ahora, cuarto de siglo después, sale de prisión. Él todavía no ha dicho
quien le encargó disparar. Ya son pocos e interesados quienes dudan de que
fueron los servicios secretos búlgaros por encargo soviético. Y nadie puede hoy
dudar de que el KGB actuaba con buen criterio cuando dio aquella orden. Mucho
habría sido distinto de haber muerto aquel día el Papa. Agca falló y desde ese
día al Kremlin le falló prácticamente todo.
Allí, en las faldas del monte Vítosha, encima de un fétido
club nocturno de paredes rojas aterciopeladas, espectáculo de malabarismo y
contorsionistas gitanas de medias rotas y uñas negras y rubias con carné de
putas expedido por la policía política, se centró en aquellos años el último
esfuerzo propagandístico desesperado de la URSS antes de sucumbir. Acababa de
fracasar en su intento de intimidar a Occidente para forzar a la OTAN a que no
respondiera al despliegue masivo de misiles de medio alcance soviéticos en
Europa oriental. La OTAN, con el último gran servicio a la democracia del
canciller alemán socialdemócrata Helmut Schmidt, había aprobado la Doble
Decisión de respuesta al rearme soviético.
En el Moskva se abrió públicamente el comienzo del capítulo
final de la agonía de la ideología comunista. Pese a volcar a todo su aparato
en el empeño, la URSS había sido incapaz de lograr manipular a las opiniones
públicas occidentales para impedir que el rearme soviético tuviera respuesta.
En el Moskva, el portavoz del Gobierno, Boyan Traikov, sudaba en ejercicios
retóricos vanos para convencer al mundo que no eran ellos quienes estaban tras
el intento de matar al polaco que había revolucionado Polonia inoculando a sus
compatriotas un agente contra el miedo. Agca, que ha cumplido 20 años de cárcel
en Italia y cinco en Turquía, era un joven producto de su tiempo, miembro de
los Lobos Grises, un grupo fascista manipulado por el KGB como tantas bandas
terroristas de izquierdas eran utilizadas por los servicios secretos turcos o
soviéticos. Agca es pivote en la historia, tan protagonista al fallar como lo
habría sido acertando. Si Wojtyla muere, aquella década habría sido otra y
nuestro mundo no sería éste.
Hoy serían más los que nos hablarían de los éxitos del
"socialismo real" y la "democracia avanzada". Serían más
los que difamarían a los demócratas y liberales anticomunistas como fascistas,
cuando los que han pactado siempre con los nazis, los han emulado, acompañado y
superado en el crimen son ellos, los que lamentan que Agca errara y creen de
vuelta la hora del laboratorio social, de la coacción redentora, en Cataluña o
Bolivia. Los comunistas tendrían las cuentas saneadas. Ceaucescu le regalaría
más relojes a Carrillo. No escandalizaría la indecencia de este anciano al
despreciar a decenas de miles de rumanos torturados y asesinados por su
"amigo íntimo", según él un amable gobernante al que los rumanos hoy
elegirían en las urnas. En fin, si Agca no falla, serían aun mayor legión
quienes pretenden con Carrillo haber tenido razón con ideas que sembraron de
millones de muertos Europa y el mundo entero.
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