El País Martes,
28.02.06
COLUMNA
Dos cárceles en Afganistán son noticia. En Bagram, las
condiciones de vida son aun más duras que las de los reclusos en el tristemente
célebre Guantánamo porque a las terribles medidas disciplinarias, malos tratos
y torturas se suma la miseria e insalubridad de sus instalaciones. En la cárcel
de Kabul, talibanes y miembros de Al Qaeda se han amotinado en contra de la
imposición de un uniforme carcelario que dificulte las frecuentes fugas. La
mera existencia de una prisión como la de Bagram -o Guantánamo- hace un
gravísimo daño a la guerra contra el terrorismo. No porque irrite al ejército
de hipócritas que critican Guantánamo y aplauden las mazmorras de La Habana o
denuncian Bagram y jalean al terrorismo o proponen planes de convivencia con el
mismo. Sino porque, al permitir elevar a categoría lo que, por frecuente que
sea, es anécdota, presta un terrible servicio al enemigo en su lucha contra la
superioridad moral que de hecho ostentan las democracias que combaten al
terrorismo en sus diversas formas.
Pero además del obvio daño que provoca la violación de los
derechos humanos a una campaña para defenderlos, Afganistán nos revela otros
factores paradigmáticos de una nefasta actitud en la autodefensa de las
sociedades democráticas contra su peor enemigo desde el hundimiento del nazismo
y el comunismo. Son la falta de autoridad y de medios, la mezquindad en
objetivos y recursos, la impotencia para el sacrificio. Si Bagram parece una
prisión medieval es porque no llega el dinero que los líderes de las
democracias ofrecen ante las cámaras en las conferencias de donantes y niegan
después en los despachos. Si los presos de Kabul pueden amotinarse es porque no
hay medios para mantener el orden en una prisión donde están muchos de los
peores enemigos del Estado. Las dos cárceles son síntomas de la situación
general en Afganistán, donde el papel vergonzante de los europeos y el lento
pero imparable agotamiento de los norteamericanos en sus varios frentes
amenazan con sepultar el impulso esperanzador de la derrota de los talibanes y
de los innegables avances en la construcción de estructuras de un Estado si no
de Derecho, sí reglado.
No hay dinero para combatir al terrorismo y desecar su caldo
de cultivo por el mismo motivo que no hay tropas suficientes para llevar a cabo
esta misión que requeriría una actitud mucho más decidida y ofensiva contra los
enemigos del Estado que son los señores del opio con su liderazgo social,
económico y político. No hay medios materiales y humanos porque no hay voluntad
política. Hace tiempo que el mundo sabe que la máxima aspiración de los
ejércitos de la OTAN en Afganistán es salir de allí ilesos. Así las cosas,
todas sus misiones son simbólicas. Muchos destacan últimamente a las tropas
españolas como las más disciplinadas en acatar la orden de "ni un lío, ni
una acción, ni un herido". Pero la actitud es general. Excluido el uso de
las armas para cambiar la realidad, salvo para defensa propia, la máxima es pasar
inadvertidos hasta que se pueda estar ausentes. Salvo en el caso de los
americanos y los británicos, que incrementan ahora su contingente. La ilusión
de los europeos de evitar a toda costa conflictos para granjearse un trato de
favor del enemigo es el auténtico cáncer de la credibilidad y convierte las
iniciativas de seguridad occidentales en triste sarcasmo. Asistimos, aquí
también, a una poco edificante carrera de ansiosos de una paz por separado. Y
el enemigo ya nos conoce.
Nadie parece ya dispuesto a intervenir, según los planes
iniciales, para liberar al país de la tiranía del opio. Haría falta dinero,
tropas y la voluntad de utilizarlas en algo más que dirigir el tráfico o
repartir golosinas. No hay. En la Europa continental parece haberse impuesto
definitivamente la convicción de que no existe nada en absoluto por lo que
merezca ni remotamente la pena luchar. La percepción de la amenaza no existe.
Es por ello previsible que, si todo sigue igual, las tropas se retiren en los
próximos años, pretendiendo haber cumplido. Los norteamericanos darán por
perdido el país para concentrarse en amenazas más urgentes. Los talibanes
elegirán buen lugar donde instalar la pica con la cabeza del presidente Karzai.
Y allí servirá de escarmiento y advertencia a todos aquellos que puedan tener
algún día la tentación de colaborar con Occidente en la lucha por sus
principios y la libertad.
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