El País Martes,
05.09.06
COLUMNA
Suave otoño berlinés en la avenida Unter den Linden, junto a
la ópera, donde una escultura de libros recuerda el horror de las hogueras de
las decenas de miles de volúmenes quemados en las primeras limpias de la
biblioteca de la Universidad de Humboldt por los camisas pardas. No
lejos de allí se celebraba ayer en el Berliner Ensemble la primera lectura
pública del libro de memorias de un Günter Grass al que se demandan más y
mejores explicaciones de su selección de recuerdos desde el final de la guerra.
Era en la plaza dedicada a Bertolt Brecht, gloria literaria como pocas en
lengua alemana del veinte pero muerto sin dar explicaciones sobre su relación
con el dolor ajeno como creador comunista. Frente al resurrecto Deutsches
Historisches Museum, honesto y con su genuino esfuerzo por buscar pluralidad,
comprensión, compasión y justicia en el recorrido por la trágica historia
alemana en un edificio profanado por igual por nazis y comunistas en el siglo
pasado, se celebra una más bien modesta exposición sobre uno de los episodios
del referido drama alemán que fue la deportación y huida de millones de su
población asentada en el este de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. También
sobre otras deportaciones.
La capital de Alemania está relajada y serena y mira al
pasado con introspección, respeto y la reflexión que siempre va cargada de luto
cuando la memoria es limpia. Eso quiso manifestar el sábado el presidente de la
república, Horst Köhler, en su discurso de inauguración de la exposición sobre
ese terrible destino de la deportación de millones de seres humanos en Europa y
fuera de ella. Lo logró Von Weizsäcker, lo ha logrado Horst Köhler, por
supuesto Vaclav Havel y todos aquellos que con su honestidad política e
histórica generan un discurso de humildad limpia que anula la osada
superioridad moral que algunos andan blandiendo para juzgar al prójimo por el
pasado y generar beneficio en el presente.
En Varsovia llueve tristemente. Parece que los nuevos
mandatarios polacos, los gemelos Lech y Jaroslaw Kaczynski, han ordenado a las
embajadas en el exterior que insulten a los críticos nacionales y extranjeros
como hacían sus legaciones diplomáticas comunistas en los años ochenta. Hasta
los más empeñados en ello sabían que era contraproducente y lo dijeron en
cuanto dejaron de temer las consecuencias. Hoy vuelven a callar. Puede ser que
este ominoso silencio tenga mucho que ver con el terrible hecho de que uno de
los hombres más importantes para Europa en los últimos treinta años lloraba el
domingo de rabia en un cementerio en Varsovia bajo la lluvia. Adam Michnik no
lloraba solo. Allí estaban primeros ministros, ministros de exteriores,
intelectuales, sabios y obreros. Allí estaban nada menos que Tadeusz
Mazowiecki, Alexandr Kwasniewski y Zbigniew Bujak, Leszek Balcerowicz, Prof.
Bartoszewski y Andrzej Wajda. Allí formaban en acto de desagravio al gran
Kuron. Estaba con lo mejor de Polonia que se revuelve contra el revanchismo insensato
de los mediocres que hoy calumnian a quienes resistían a la dictadura cuando
ellos estaban ilocalizables. Los anticomunistas del nuevo Gobierno polaco son
como los celebérrimos antifranquistas que ejercen de resistentes ahora
abofeteando estatuas. El Gobierno polaco intenta desacreditar a los artífices
de la transición como traidores a la patria. Como tantos que dicen o piensan en
España que la transición fue una traición al antifranquismo por temor a las
"bayonetas", los Kaczynski intentan condenar la transición polaca
como pacto bajo "mesa redonda" con los comunistas. Con él estaba
-ante la tumba de aquel Jacek Kuron más valiente y dispuesto a la lucha por la
verdad, la dignidad y la libertad en las peores circunstancias de la más
desesperada guerra fría, que toda la sarta de revanchistas acomplejados que se
agrupan en torno a los Kaczynski- lo mejor de la Polonia viva. Kuron encendería
un cigarrillo más y se reiría, una vez más, de la miseria humana. Con cariño.
Es cuestión de actitudes. Köhler, Michnik, Havel y Kuron sabrían de qué hablan.
El revanchismo mediocre no.
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