El País, Isla de
Mon, 10.09.06
ENTREVISTA: GÜNTER GRASS | ESCRITOR | GRASS HABLA DE SU
PASADO EN LAS SS
"Han sido días muy difíciles. Se ha querido liquidarme
como persona y callarme para siempre"
"Entro capa a capa en la persona que crece encerrada en
aquel sistema ideológico, en la era nazi"
"La memoria tiende a embellecer y simplificar
cuestiones complejas para poder hacerlas narrables"
"Veía a las Waffen-SS como unas unidades de élite,
mejor equipadas y que sufrían más bajas que el resto"
"Si hubiera nacido tres o cuatro años antes me habría
visto envuelto con seguridad en estos crímenes"
"Nunca he querido ser una institución. Siempre he
querido defender mi posición de ciudadano"
"Mi madre fue violada repetidas veces por soldados del
Ejército Rojo. Me enteré después de su muerte"
"No podía hacerlo público en una confesión. Debía ser
narrado en su contexto, y eso pasa en el libro"
"Joseph era un prisionero de mi edad en Bad Eilbling,
bávaro, fanático de forma tímida, católica"
"Era joven, quería irme de casa y, en el fondo estaba
de acuerdo". El escritor alemán Günter Grass, premio Nobel de Literatura y
durante décadas referente moral indiscutible en su país, explica así a EL PAÍS
por qué ingresó a los 17 años en las Waffen-SS, la organización nazi
responsable de incontables atrocidades en la época hitleriana. Grass sostiene,
sin embargo, que no fue consciente de esos crímenes hasta después de la guerra,
algo que hizo crecer en su interior "un sentimiento de vergüenza".
"Y ahora que esto está en el libro [Pelando la cebolla], tampoco crea que
se acaba la vergüenza", afirma.
Llegar a este lugar en la última curva de un camino de arena
bajo un arco de hayas, abedules, fresnos y robles centenarios, en un bosque
tupido ya casi otoñal en esta reserva natural del patrimonio nacional danés, en
la isla de Mon, es imposible sin la complicidad de los anfitriones de la casita
de tejado de junco y ventanas azules con vistas al mar Báltico, mirando hacia
el este hanseático, hacia las costas de la antigua Alemania Oriental, en
Greisfswald y Stralsund, y, más allá, la vieja Danzig, otrora prusiana y hoy
polaca patria de Oskar Matzerath, aquel niño repelente y demoledor que tocaba El
tambor de hojalata.
Günter Grass, Nobel de Literatura, Príncipe de Asturias, con
cientos de premios internacionales, la mayor gloria viva de la literatura
alemana, no ha venido a este rincón a esconderse de la conmoción mundial, de
los ataques, reproches, de la indignación pero también solidaridad que ha
generado con la revelación en su autobiografía Pelando la cebolla de
que, en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, sirvió en la división
Frundsberg de las Waffen-SS, organización que cometió crímenes atroces. Durante
60 años, ha explicado Grass, reprimió sus impulsos de sincerarse "por
pudor y voluntad de dar forma a la explicación".
Mientras, ascendía hacia la gloria literaria y se erigía en
autoridad moral de la izquierda. Él sabe que la ocultación les parece
imperdonable a sus enemigos, deseosos de liquidarle como polemista, pero
también a amigos como el director de cine Volker Schlöndorff, que llevó al
cine El tambor de hojalata, o al escritor Erich Loest. Se debaten
entre admiración y afecto, por un lado, y decepción. Grass se refugia en esta
isla desde hace tres décadas, cuando se la descubrió su mujer, Ute, que iba
allí a observar las playas de la república comunista de la que había huido.
"Ahora los veranos son más secos, es el cambio climático". Aquí
escribe y dibuja, su otra gran pasión.
EL PAÍS le visita cuando acaba de regresar de las primeras
lecturas públicas de su libro, en esa gran casa de las letras alemanas que es
el Berliner Ensemble y en la Nueva Ópera de Francfort. Allí tuvo un público
incondicional que acudía a escuchar la brillantísima prosa de Pelando la
cebolla, leída con virtuosismo inigualable. Pero también a defenderle de
cualquier ataque y a perdonarle todo.
En una larga conversación al aire libre con un periodista al
que conoce desde hace muchos años, Grass deja traslucir que, acostumbrado a ser
jaleado y querido, acusó el golpe de la crítica y la incomprensión en un
principio, pero que ya vuelve a ser casi el mismo.
Pregunta. Todos sus libros son autobiográficos, pero en
ésta su autobiografía de aquellos años habla de lo que nunca dijo. No acaba de
estar claro si está usted sorprendido o no por el eco de sus revelaciones. ¿Qué
reacción preveía?
Respuesta. Yo he tenido siempre grandes reservas a
escribir algo autobiográfico porque era muy escéptico hacia la forma. El autor
tiene que trabajar con sus recuerdos, con su memoria. Y sabemos que la memoria
tiende a embellecer situaciones, a presentar cuestiones muy complejas de una
forma lo suficientemente simple como para hacerlas narrables. De ahí la
desconfianza hacia la propia capacidad de memoria y hacia mis recuerdos. Quería
escribir a un tiempo, tenía que ser una narración rota. Y con el tiempo le fui
cogiendo gusto a esta forma de narrar porque fui quitando estas pieles de la
cebolla, fui despegando capas y leyendo cosas entre ellas. Pero además se hacía
posible algo nada fácil, que era coger a aquel niño del año 1939, una persona
tan lejana ya de mí, y entrar en conversación con ella. En principio, ella se
niega a ser interrogada y tiene sus secretos, pero se va logrando y, poco a
poco, voy entrando en ella, capa a capa, en la persona que crece encerrada en
aquel sistema ideológico, en la era nacionalsocialista.
Ahí se ve ese ritmo: con 15 años ya estoy de uniforme en las
juventudes hitlerianas; después, con el uniforme de los ayudantes antiaéreos
con las baterías; después, en el Reichs-Arbeitsdienst (Frente Juvenil de
Trabajo Nacionalsocialista); con 16, con 17, en mi estupidez, yo me había
presentado voluntario a los submarinos, y éstos ya no aceptaban a nadie y,
cuando llamaron a filas a mi quinta de 1927, me convocaron y, cuando llegué a
Dresde, al campamento de instrucción de tropas, pude comprobar que estaba en un
campo de entrenamiento de las Waffen-SS.
Yo entonces, por lo que sabía, consideraba a las Waffen-SS
como unas unidades de élite, que estaban mejor equipadas que las demás, pero
también que tenían siempre más bajas que las demás. Eso se sabía. Pero yo era
joven, quería irme de casa. Y en el fondo estaba de acuerdo. Lo que después se
puso en relación con las Waffen-SS, todos sus crímenes, de todo eso no fui
consciente hasta después de la guerra. Eso tuvo mucha influencia en que este
hecho único, este episodio de mi vida, me lo guardara para mí. Está relacionado
con un sentimiento de vergüenza...
P. ¿Y aumentó con el tiempo?
R. Sí, este sentimiento de vergüenza fue creciendo
según iba viendo y sabiendo todos los crímenes de los que eran responsables las
Waffen-SS y lo que era la culpa general de todo aquel sistema alemán que recaía
sobre nosotros. Al dar mis datos biográficos, también cuando me manifestaba
públicamente y en mis conferencias o artículos, nunca he ocultado que hasta el
final de la guerra yo creía en la victoria final [del nazismo]. Y en esta
cautividad ideológica no me parecía aquello una ocultación de algo grave, sino
de algo que yo tenía que solucionar conmigo mismo. Y ahora que esto está en el
libro, tampoco creo que se acaba la vergüenza de haber estado en una unidad
como ésta, aunque no me viera envuelto en ningún crimen de guerra, gracias a
Dios.
Sólo estuve poco tiempo en el frente y la división en la que
me encuadraba ya sólo existía en rudimentos, estaba ya fraccionada; estuve en
diversos grupos de gentes unidas casi por azar, entre los que había Wehrmacht
[Ejército], Waffen-SS, Volkssturm [Defensa Popular] y hasta miembros de las
fuerzas aéreas.
P. Muchos se preguntan cómo es posible que, con lo que
estaba sucediendo en esos meses en aquella zona en la que usted se hallaba, con
ejecuciones de prisioneros soviéticos, con los soldados alemanes desertores o
sospechosos de desertar colgados en las alamedas o en las farolas de los
pueblos como usted describe en el libro.....
R. Sí, sí, eso lo cuento, allí estaban...
P. ¿Pero cómo, cómo es posible que estando dentro de la
división nunca oyera a compañeros de las Waffen-SS hablando de hechos
semejantes ni tuviera noticia directa sobre los mismos?
R. Para mí todo aquello, hasta aquellos momentos, no me
era patente, no era consciente de ello. Soy crítico conmigo en mi propio
entorno. Que es lo que es, en sí, el contenido del libro. Y esto ya comienza al
principio de la guerra, con mi tío.
P. Cuando ejecutan a su tío.
R. Sí, a mi tío, que estaba en el servicio de correos
polaco, lo matan, acusado de un acto de resistencia. Con la muerte de mi tío
desaparece también de nuestra vida la totalidad de su familia. Los hijos de mi
tío tenían mi edad y eran mis compañeros de juegos, y después de esto ya no se
volvió a hablar de ninguno de ellos. Mis padres, de forma oportunista,
impusieron el silencio sobre la suerte de todos ellos, y yo no hice preguntas.
Éstos son los reproches que me tengo que hacer realmente. O cómo desapareció un
compañero mío de colegio. Después de la guerra me lo encontré y supe que su
padre había sido deportado a un campo de concentración, y conocí la suerte de
su familia. Tampoco entonces me pregunté nada. Ni cuando detuvieron al profesor
de Latín, un sacerdote católico que desapareció también durante un tiempo en el
campo de concentración de Sutthof y volvió y no dijo nada. Y yo no pregunté.
Eso siempre me ha perseguido. O con aquel que en el Arbeitsdienst se negaba a
tocar un arma.
P. Eso lo cuenta en el libro, el chico que dice que no
y resiste tanto a los mandos como a la presión y al desprecio de todos los
camaradas hasta que también desaparece.
R. Sí, era un testigo de Jehová. Lo admiramos y odiamos
al tiempo porque sufríamos las consecuencias de su resistencia. Ésas son las
omisiones culpables que intento investigar en el libro. Y para mí resultan más
graves que las pocas semanas en las SS, en las que me vi envuelto sin
voluntariedad.
P. Dentro de la conmoción que han provocado sus
revelaciones en Pelando la cebolla se pueden distinguir los ataques
lógicos de sus adversarios políticos y enemigos de siempre, que ven llegada la
ocasión ideal de zanjar cuentas, pero también se distinguen claramente voces de
amigos, Schlöndorff o Loest por ejemplo, que se quejan con mayor o menor
amargura de que usted no ha sido franco con ellos. Schlöndorff dice que sigue
admirándole y queriéndole, pero que no le verá ya nunca más en el pedestal.
R. Se me puede criticar, y desde luego yo voy a
aceptarlo. Pero también reclamo para mí el derecho de reservarme mis cuestiones
hasta que encuentre fórmulas de expresarlas. Por ejemplo, he tardado mucho
tiempo en escribir Krebsgang (A paso de cangrejo), en el que me ocupo
de la suerte de los expulsados alemanes [de los territorios orientales]. Eso
tenía mucho que ver con el destino de mis padres. Durante la ocupación soviética
de la ciudad de Danzig [actual Gdansk, en Polonia], mi madre fue violada
repetidas veces por soldados del Ejército Rojo. Para evitar que violaran a mi
hermana, ella se ponía una y otra vez delante, y para que la niña de 14 años no
fuera violada, ella lo fue de forma continua. Mi madre jamás habló sobre ello,
y sólo lo supe después de su muerte. Únicamente pude hablar de ello al escribir
ese libro. Ésa es la complejidad de este proceso literario que se hace así en
el paso (hacia atrás) del cangrejo. Creo de verdad que es mi derecho.
No he dicho ninguna falsedad. Lo que he hecho ha sido
guardarme un hecho para mí mismo a la espera de encontrar una forma de
explicarlo, de articularlo literariamente. Esto no podía hacerlo público con
una confesión, sino que tenía que ser narrado en el marco del entorno en el que
crecí entonces.
Además, el Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) -el
diario que publicó la primera información al respecto- ha presentado todo esto
de forma errónea, porque no fue una confesión que yo les hice a ellos. Al
contrario, el libro ya lo tenían, como todas las redacciones desde semanas
antes, en ejemplares adelantados de prepublicación. La oleada de indignación
llegó porque Schirrmacher (un editor de FAZ) publicó esa parte
concreta. Acepto la crítica; también respeto las expectativas decepcionadas.
Pero nadie puede impedirme que yo me guarde algo hasta articularlo como crea
necesario.
P. Hay quien dice que usted ahora se bajará del
pedestal y de dar porrazos morales a los demás.
R. Lo que pasa es que algunos han querido utilizar esta
ocasión para intentar liquidarme como ciudadano político y dicen que me tengo
que callar la boca. Eso, por supuesto, es una estupidez.
P. Dicen que usted se ha arrogado una autoridad,
Schlöndorff lo dice, que le será difícil mantener.
R. Yo jamás me he entronizado. Ni lo he querido. Nunca
he pedido esto. Ya se hizo esto con Heinrich Böll, lo de presentarle como la
conciencia de la nación. Y ambos nos negamos a ello. ¿Qué conciencia voy a
descargar yo y por qué?
P. Lo que pasa es que, como un texto que tengo aquí
delante, en una intervención con Juan Goytisolo en Madrid, usted condena los
silencios sobre el pasado nacionalsocialista alemán con vehemencia.
R. Y es que siempre he hecho lo contrario. En mis
libros y en mis discursos políticos siempre se habla de ello. Y también he
hablado siempre de mi implicación como hombre joven en el sistema. Nunca hice
de ello un secreto. Y me he preguntado a mí mismo, porque si hubiera nacido
tres o cuatro años antes me habría visto envuelto con toda seguridad en estos
crímenes. Esto les pasó a muchos. Por eso, lo mío [no haberlo hecho] no es
ningún mérito. Pero es mi derecho también el manifestarme en contra de que
antiguos nacionalsocialistas de relieve llegaran a puestos dirigentes y que un
nazi importante como Hans Georg Kissinger llegara a canciller federal. O que el
Gabinete de Konrad Adenauer tuviera muchos miembros que habían sido del partido
nazi y en puestos destacados. Es mi derecho, y lo mantengo hoy.
P. Ni Thomas Mann, ni Heinrich Böll, ambos Premio Nobel
también, ni Gottfried Benn, tres montruos de la literatura alemana del siglo
XX, han llegado a tener la repercusión, la presencia social que ha tenido
usted. ¿La siente peligrar tras este libro y los ecos que ha tenido?
R. Yo no puedo valorarlo. Yo nunca he querido ser una
institución, yo siempre he sido celoso de defender mi posición como ciudadano
que ha entendido las lecciones del tiempo que le ha tocado vivir, que ha
entendido que esta democracia nos ha sido regalada y que había que
aprovecharla. Porque la democracia de Weimar se fue al traste por la lucha
política, por las luchas del poder, y así se convirtió en botín de los
nacionalsocialistas. Yo lo sé y lo digo en el libro, y perdone que vuelva al
libro, pero está la escena del trabajo en la mina en la que se produce una
pelea y los comunistas y los nazis forman una alianza contra los
socialdemócratas. Y es ahí donde veo la escenificación del fin de la democracia
de Weimar. Aquello eran lecciones, aunque tardara después en convertirme en
hombre político.
P. Muchos miembros de su generación literaria, el Grupo
47, en la posguerra, por edad, venían del frente. Acabo de leer unas
declaraciones de Marcel Reich-Ranicki en las que se plantea el antisemitismo de
parte del grupo.
R. Eso es un perfecto disparate. En primer lugar, había
en el grupo toda una serie de judíos. Gracias a Dios no había filosemitismo.
Pero nos tratábamos como compañeros todos. Lo que pasa es que había muchos que
habían sido soldados y tenían sus experiencias, y se estaba en un proceso de
aprendizaje que había que hacer. Lo que en todo caso se rechazaba en el Grupo
47 eran textos ideológicos. Allí no habría tenido oportunidad alguna ningún
neonazi ni tampoco un comunista dogmático.
P. El quiebro hacia la izquierda totalitaria, y en
muchos casos después a la decepción con la misma, forma parte de su generación
intelectual europea. Usted nunca tuvo veleidades comunistas. Su amigo Erich
Loest, del que hablamos antes, pasó directamente a los comunistas desde la
juventud nazi. Usted, sin embargo, siempre estuvo con Camus frente a Sartre.
R. Loest estuvo en la Werwolf [organización nazi formada
para acciones de insurgencia terrorista contra los aliados tras la derrota en
1945], se hizo comunista y después pasó en Bautzen (cárcel de la RDA) más de
siete años. Alemania tenía una singularidad, especialmente respecto a Francia,
por la ocupación soviética de la RDA; los comunistas en el Oeste jamás tuvieron
la mínima oportunidad. También en el contacto con los escritores del Este, aun
con los simpatizantes con el régimen, se notaban las dificultades que tenían
con la censura. Y lo que sufría [la poetisa] Christa Wolf, por ejemplo.
P. La tragedia está en que los archivos han demostrado
que Christa Wolf fue informante de la Stasi [policía política de la RDA].
R. Sí que lo fue, pero sólo al principio y sin
comprometer realmente a nadie. El trato con estas fichas de la Stasi de repente
puso bajo sospecha a todo un pueblo. Fue un disparate. Yo siempre supe que fui
espiado por la Stasi. Vivía en Berlín y pasaba mucho al Este. Me he negado a ver
las fichas. No quiero saber quién lo hacía porque no me considero dañado. Los
informantes no tenían nada que ver con la prohibición de mis libros. Ahora,
periódicos del grupo Springer dicen que yo he revelado mi paso por las
Waffen-SS por temor a que lo hicieran otros a partir de los archivos de la
Stasi. Un auténtico disparate. Allí han salido ahora 500 páginas sobre mí que
revelan que siempre me vigilaron.
P. Han surgido voces exigiendo que se le retiraran
premios. Ni con el Nobel ni con el Príncipe de Asturias han tenido eco, y en
Polonia ha recibido una gran satisfacción con el apoyo del alcalde de Gdansk y
de muchas personalidades de la transición polaca, que recuerdan la labor a favor
del entendimiento de quien nació en una ciudad alemana hoy polaca.
R. En efecto, el alcalde Abramowicz ha tenido un gesto
que yo agradezco. En Polonia hay ahora un Gobierno populista de derechas que
busca, como los comunistas antes, esa propaganda con la imagen del enemigo en
Alemania.
P. El enemigo exterior y el enemigo interior. El pasado
como instrumento político. En Polonia y en España se utiliza contra las
transiciones a la democracia.
R. Hablar del pasado no puede suponer saldar cuentas
presentes. Eso es el abuso del pasado sacado de contexto. Es una demagogia que
también tuvimos aquí en Alemania. El canciller Adenauer difamaba a Willy Brandt
llamándole "hijo de madre soltera", lo que entonces aún funcionaba. Y
jugaba con la ignorancia de la gente aludiendo a contactos de Brandt con el
POUM en la Guerra Civil para sugerir contactos con los comunistas soviéticos,
cuando el POUM fue víctima de Stalin.
P. Joachim Fest, biógrafo de Hitler, publica también
sus memorias. Dice que no se fía ya de usted.
R. Sí, dice Fest que no me compraría un coche usado. Yo
jamás he hablado de él, pero creo que es el último que puede decir algo después
de escribir un libro dando por bueno todo lo que le decía Albert Speer
[ministro y arquitecto del nazismo], al que presenta como un nazi caballeroso.
Ahora sabemos que Speer estaba informado de la Conferencia de Wannsee [donde en
1942 se decidió la solución final del Holocausto] y que estaba
implicado en la expropiación de bienes judíos. Fest es el último que puede
hablar críticamente de esto.
P. Ha dicho que los ataques le habían llegado a suponer
una "amenaza existencial" y que lo ha superado gracias a los apoyos
de los amigos. ¿Este libro le ha cambiado más que los otros?
R. Sí, los primeros días han sido muy difíciles. Se me ha
querido liquidar como persona y callarme para siempre. Pero después me ha
llegado comprensión y muestras de apoyo de escritores y de gente que ni
conocía. Ahora, con el libro publicado, me llega el aliento de los lectores. Y
es cierto que este libro me ha cambiado más porque a través de la escritura sí
me he acercado más a mi padre y a mi madre. A mi padre siempre le tuve mucha
distancia, y ahora me es más cercano, pero además he tenido que escuchar como
no había hecho antes a ese egocentrismo del joven.
P. Para terminar, hablemos de otro joven que se topó en
el campo de prisioneros. Está seguro de que ese Joseph era el actual papa
Benedicto XVI.
R. Ha sido una cosa curiosa que me ha sucedido durante
el proceso de escritura. Yo estaba recordando a un joven, también de 17 años,
con el que en Bad Elbling, un campo con más de 100.000 prisioneros, había
escarbado una covacha y habíamos tensado por encima una tela que él tenía y nos
protegía de la lluvia. Ambos teníamos hambre, yo había conseguido unas migas y
nos juntamos y pasábamos el tiempo hablando de todo. Él era rigurosamente
católico, en sí un chico cariñoso, pero muy fanático, fanático de una forma
tímida católica.
P. Pero si en aquella época el fanático era usted.
R. No, qué va, yo ya no creía. Aunque llegara de una
educación católica.
P. Me refiero a la ideología.
R. No, es que no hablábamos de ideología, sino de
cuestiones de fe, de la Inmaculada Concepción y esas cosas. En todo caso,
cuando fue nombrado, viendo su biografía, que había estado en baterías
antiaéreas y fue prisionero de guerra en Bad Eilbling como yo... Y me acordé de
Joseph. Era bávaro. Por eso pudo salir en libertad, porque tenía un domicilio
que dejar registrado. Yo no tenía porque mi casa quedaba allí lejos. En Gdansk.
Günter Grass y su esposa, Ute, en la casa que poseen en la
isla de Mon, en Dinamarca. BERNARDO PÉREZ
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