El País Martes,
07.03.06
COLUMNA
El domingo por la tarde fue hallado muerto en su celda en la
cárcel holandesa de Scheveningen un asesino. Milan Babic se ha suicidado. Ayer
tenía que haber declarado en el juicio del Tribunal Penal Internacional de La
Haya contra un cómplice suyo, otro asesino, Milan Martic. Compartían prisión
acusados de planear y dirigir algunas de las principales matanzas en la primera
fase de la guerra balcánica de la década de los noventa. Gracias a ellos tengo
en la retina las primeras imágenes de un sinfín de cuerpos flotando sobre el
río Una en el otoño de 1991, durante los asaltos a las ciudades de Kostajnica y
Dvor na Una. Un año después los cadáveres en aguas del Drina, ejecutados en los
puentes de Foca y otras localidades bosnias, serían ya multitud. Martic era
inicialmente un mero policía encanallado encargado por la mafia del aparato
comunista de Belgrado, ya bajo órdenes de Slobodan Milosevic, de preparar el
levantamiento de los serbios en la Krajina croata tras el colapso de la
federación y la proclamación de independencia de Eslovenia y Croacia. Pero en
1991, su policía, los marticevci, eran ya una tropa de asesinos
ultranacionalistas, bien armados por el Ejército yugoslavo, que habían
realizado su primera operación militar compleja en Glina. Mataron a toda la
dotación de la comisaría y a aquellos que acudieron en su ayuda. Fue allí,
junto a la tristemente célebre iglesia pravoslavie en la que medio
siglo antes los ustachas, los fascistas croatas, habían quemado a dos
centenares de ortodoxos encerrados en la iglesia, donde en 1991 se lanzó el
mensaje de que se reabría la guerra que se creía acabada hacía cuatro
generaciones. Allí comenzaron a ser omnipresentes los cuerpos calcinados y
mutilados, los charcos de sangre, los casquillos, las ruinas humeantes. En
Glina se vio que aquello en Croacia no quedaría en un par de decenas de muertos
como en Eslovenia. Babic era dentista, médico como su cómplice pero no amigo,
el serbio bosnio Radovan Karadzic, aún libre.
Son curiosas las cabriolas gamberras de la memoria. Hace
pocas semanas recordaba a los dos Milanes, Babic y Martic, rufianes que no
me volvieron a inquietar ni ocupar lo más mínimo tras la guerra y su
desaparición, primero en la irrelevancia, después en la cárcel. Surgieron en
conversación sobre el periodista y escritor Misha Glenny, eterno viajero entre
Londres, Brighton y la Balcania profunda, competidor en sobresaltos con los dos
asesinos entonces residentes en Knin. Wilton Park es una institución británica
legendaria -escuela antaño forzosa después voluntaria de pensamiento libre y
liberal-, surgida de una idea de Winston Churchill cuando ya se sabía derrotada
a la Alemania nazi. En varios puntos del sur de Inglaterra, entre otros en la
actual sede de Wiston House, no lejos de Brighton, se abrieron centros de
detención para prisioneros de guerra nazis a reeducar en democracia. Jóvenes
intelectuales y cuadros superiores alemanes que no habían conocido por edad
sino el indoctrinamiento nazi recibían cursos de libertad de pensamiento,
filosofía y debate y eran después destinados a cargos de responsabilidad en la
zona de ocupación británica en Alemania.
La terca realidad nos demuestra, 11 años después de Dayton,
que por desgracia Serbia no se desnazifica sola ni hay Wilton Parks en el mundo
democrático capaces de hacerlo. Diez años después de la guerra, con Milosevic
preso y repetidas elecciones, Serbia se pudre en el aislamiento y la tristeza.
Babic ha muerto en Scheveningen pero Ratko Mladic y Radovan Karadzic siguen
libres y lo están porque los gobernantes de Serbia tienen más miedo,
comprensión o simpatía hacia quienes protegen a los asesinos que hacia quienes
los persiguen. En Wilton Park, los asesinos y sus cómplices se sabían vencidos.
En Serbia nadie quiere reconocer ni una ni otra condición. Por lo que la
tragedia continúa y la resistencia popular a la extradición de los criminales
expresa con toda crudeza la depravación moral que el nacionalismo inocula a las
sociedades de las que se apodera.
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