El País Martes,
19.12.06
COLUMNA
"El soldado Svejk", figura surgida de un panfleto
antivienés de gran literatura, ha sido un símbolo del siglo XX para toda
actitud lo suficiente o excesivamente práctica como para ser considerada
oportunista, pedestre y sin embargo simpática y aceptable en un juicio generoso
-literario- que no mida consecuencias. Como los personajes de la picaresca, con
gran genialidad narrativa, Svejk narra tragedias, derrotas y miserias, dolor y
mucho absurdo. Él, sin embargo, es feliz. Busca y encuentra consuelo en la
broma, la ironía y la generosidad y niega la realidad con la facilidad con que
asume indolente, para sí y los demás, las consecuencias. Svejk es tan incapaz
de matar por una idea como de morir por nada ni nadie. Propagador de la derrota
propia y ajena, ni quiere ni puede defender ideas o gentes. Tenemos un nuevo
Svejk.
Muchas alegrías nos granjea Jaume Vallcorba al frente de la
editorial El Acantilado con su magnífica inmersión en la literatura de
"Mitteleuropa" del último siglo y medio. Nos debía una edición bien
traducida de esa obra tan inteligente, rápida, cervantinas y moderna que pronto
estará aquí en las librerías: "Los destinos del buen soldado Svejk en la
guerra mundial". Fernando Valenzuela, sobrado sabio de las lenguas de
Svejk y Sancho Panza -almas amigas por cierto- ha hecho esta traducción
finalmente sosegada, tras las menesterosas trasatlánticas habidas, de una obra
que, escrita por el checo vienófobo Hasek, acabó haciéndose universal en lengua
alemana. Digería toda miseria imaginable con simpatía. Los principios le
parecían lujos de ricos o intransigentes.
Muchos añoramos hoy el humor del soldado checo pero no
sabemos emularlo. Es difícil asumirlo cuando las amenazas a nuestra forma de
vida se multiplican dentro y fuera de nuestro ámbito político y cultural y el
jefe del Gobierno de los españoles no parece dedicado sino a su discurso
pseudoinfantil de una tal Alianza de Civilizaciones que no resistir ni el humor
de Svejk ni el cinismo de los socios y comparsas apologetas del Holocausto que
José Luis Rodríguez Zapatero no parece tener inconveniente en mantener en esta
aventura. Parece haber renunciado definitivamente a una política internacional
real en defensa de los intereses de España, la UE, la OTAN y a las sociedades
libres. Como a Svejk, le gusta que una broma siga a otra y sólo tomar en serio
sus propias solemnidades.
Muchos aquí aun no quieren ver que fuera -y no sólo en el
PP, en EEUU, Alemania, Israel o Colombia- cunde la resignación ante esta
obsesión de Zapatero de creer que engorda electorado y posteridad propia dando
argumentos a los enemigos del Estado de Derecho, acá y fuera. Como Svejk nunca
dejaba claro quien quería que venciera en la terrible guerra del catorce,
Zapatero no ha dicho nunca que quiera que la ganen los chicos de Zarkawi pero
tampoco que desea la victoria del Gobierno de Irak, los norteamericanos,
británicos y otros países democráticos que luchan allí.
El ambiente creado por este espíritu Svejk dejó hace tiempo
de ser una broma en España. Prueba es la entrevista que Juan Cruz le hizo el
domingo a Santiago Carrillo nos ofrecía unas claves sobre la matanza de varios
miles de españoles -sólo dos mil y pico militares sublevados, dice el
implicado; unos miles más de civiles nos dicen otras fuentes- que fue el gran
ensayo de las matanzas estalinistas que saltaron a la URSS y a Katyn. Las
declaraciones de Carrillo son casi una autoinculpación. Con ese obsceno hastío
que muestran a Svejk algunos ante la muerte del enemigo. No le habría pasado
hace años cuando aún presumía de su papel en la transición y no de supuestas
glorias antifascistas. Como se descuide Carrillo, un traspiés en la piscina
jurídica de la "memoria histórica" en que chapotea Zapatero y puede
verse, nonagenario, en un lío. No llore por la iglesia reaccionaria o la
oposición parafascista y dé gracias a que la transición española fue como fue y
nadie le pidiera cuentas por el aciago otoño del 1936. Ya que hace 30 años no
se hablara de "justicia universal" ni se declarara al comunismo
ideología asesina cuyos crímenes no prescriben como al nazismo. Svejk, en su
sabiduría, recomendaría a Zapatero tomarse en serio las inquietudes de España.
Y a Carrillo no tomarse en broma su pasado.
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