El País Martes,
20.06.06
COLUMNA
El ex canciller alemán Helmut Kohl fue lo que se llama un
político de raza que viene a ser lo que los adversarios consideran un rival de
fiereza implacable en las pugnas de poder, poco compasivo también con los
perdedores. Pero este profundo demócrata y cristiano es además, lo saben todos
los alemanes, un sentimental. Por eso cuando hoy reciba de manos de los Reyes
de España el Premio Carlos V en el Monasterio de Yuste, para él probablemente
un recinto tan simbólico como sagrado, tendrá dificultades para soslayar las
emociones. La Academia de Yuste ha concedido este aún joven pero ya magnífico
galardón a un político que, de forma aparentemente paradójica pero muy
significativamente, parece absolutamente olvidado por los alemanes y los
europeos en general. Los unos y los otros debieran saber que sus vidas serían
hoy muy distintas y nadie piense que mejores, si este renano tan poco brillante
en retórica y pensamiento político no hubiera hecho en cada momento de su vida
política lo que su intuición alimentada por profundos y sólidos principios le
dictaban.
Si en el futuro no se cumplen las peores pesadillas -siempre
verosímiles ellas- y los niños tienen acceso a libros de texto que explican la
historia auténtica de Europa y del mundo, Kohl sabe muy bien que está, con
Mijail Gorbachov (ya galardonado en Yuste), Juan Pablo II y con Ronald Reagan,
en un cuarteto al que se describirá como el cuarteto que en inverosímil
constelación logró cambiar el mundo en el último cuarto del siglo XX. Fueron
ellos los únicos estadistas que, antes del cambio de milenio, lograron una
redención al menos parcial del siglo feroz que había devorado decenas de
millones de víctimas en suelo europeo con ideas criminales gestadas en Europa.
Gorbachov no podrá estar hoy en el retiro del emperador en Extremadura en la
ceremonia en honor del alemán al que dio la llave de la reunificación de su
patria. El citado cuarteto abrió la oportunidad histórica a Europa de lograr su
unidad y cohesión en unos valores comunes nutridos por la memoria común, que
tan bien simboliza aquel emperador que desembarcó de niño en "tierra
ignota" en Laredo para gobernar el mundo, guerrear por toda Europa y morir
al pie de la sierra de Gredos. Kohl y Gorbachov, dos premios de la Academia de
Yuste, fueron los artífices de aquella conquista para la libertad que enterraba
otros acuerdos como Yalta y Potsdam, que daba seguridad a unos a cambio de
miseria infinita para los demás.
Ayer, en una reunión previa a la concesión del Premio Carlos
V por parte de los Reyes, se celebró en el monasterio un debate sobre Europa.
Habían llegado ya los nuevos miembros que hoy serán investidos como la sin par
pianista Maria João Pires, el cardiólogo Valentín Fuster, el pensador francés
Edgar Morin, el historiador Paul Preston y el escritor italiano Antonio
Tabucchi. Y allí estaba también Felipe González, que hoy pronunciará la laudatio de
Kohl. La magnífica relación que han cultivado estos dos hombres tan distintos
los honra a ambos desde que sus caminos se toparon al llegar al Gobierno en el
mismo año. Ambos son conscientes de las grandes oportunidades del proyecto
europeo al que tanto han servido, pero también de las inmensas amenazas que
pueden surgir de la insensatez, la ignorancia y el desprecio a los temores de
los adversarios en un continente en el que todo el que sepa algo de historia
sabe que si la confianza es fruto del esfuerzo de generaciones, el revanchismo
ilimitado y el odio sectario son fácil cosecha de la agitación irreflexiva. Son
muchos los puntos de Europa donde el sectarismo y la revancha parecen
apoderarse del Zeitgeist y parecen querer reactivar la pesadilla que intentaron
enterrar para siempre Helmut Kohl, aun testigo de la guerra, Felipe González, figura
capital de la transición en España y Mijaíl Gorbachov, el liquidador del
imperio criminal soviético, estos tres hombres de Yuste.
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