El País Martes,
24.01.06
COLUMNA
Este año la efeméride no tiene fecha redonda, pero resulta
igual de imprescindible recordar que tal día como ayer, hace 61 años, fue
liberado el campo de exterminio de Auschwitz. Con tal motivo se presentó ayer
en el Instituto Francés y el Círculo de Bellas Artes de Madrid un librito que
puede tener más importancia para la calidad moral de nuestras nuevas
generaciones que cientos de seminarios, investigaciones eruditas y grandes
compendios sobre el crimen más especial jamás ideado. El historiador francés
Georges Bensoussan, autor de la exhaustiva y excepcional Historia
intelectual y política del sionismo (1860-1940), ha escrito una brevísima Historia
de la Shoah que convendría hacer lectura obligada en nuestras escuelas. Es
sabido que no hay nada más pedagógico que la información sobre los mecanismos
del odio y el desprecio hacia el crimen absoluto, cierto, hecho, consumado,
habido e incontestable.
No por capricho es delito en muchas democracias occidentales
cuestionar el Holocausto, como tampoco es casual que fanatismos y
totalitarismos de todo tipo lo hagan, como ahora el presidente iraní, un tal
Ahmadineyad, que asegura querer concluir el genocidio nazi borrando a Israel
del mapa al tiempo que acusa a los judíos de haberse inventado el Holocausto.
Bien decía Hanna Ahrendt, en un comentario de su Viaje a Alemania citado aquí
por Patxo Unzueta, que "el aspecto probablemente más destacado, y también
más terrible, de la huida de los alemanes ante la realidad sea la actitud de
tratar los hechos como si fueran meras opiniones. (...) La conversión de los
hechos en opiniones no se limita únicamente a la cuestión de la guerra; se da
en todos los ámbitos con el pretexto de que todo el mundo tiene derecho a tener
su propia opinión (...) De hecho, este es un problema serio, no sólo porque de
él se derive que las discusiones sean a menudo tan desesperanzadas sino, sobre
todo, por que el alemán corriente cree con toda seriedad que esta competición
general, este relativismo nihilista frente a los hechos, es la esencia de la
democracia. De hecho se trata, naturalmente, de una herencia del régimen
nazi".
Aquí, en España, lo lógico es deducir que el
"relativismo nihilista" lo heredamos del franquismo, pero resulta
curioso que las primeras generaciones de demócratas en el poder eran en gran
medida inmunes a esta ponzoña intelectual. No éstas. Desde que aquella gran
mujer que fue Violeta Friedman calló al criminal de León Degrelle, ya nadie
puede pretender públicamente que el Holocausto no existió. Pero todo lo demás
parecen ser opiniones y palabras tan moldeables como los intereses de los
prestidigitadores requieran. El relativismo de valores deviene indigencia
moral, como vemos. Aplicado a la palabra es violencia, porque es mentira y, por
ello, agresión totalitaria.
Ferdinand Peroutka, el maestro máximo del periodismo
checoslovaco, escribió sus primeros artículos aún bajo el emperador Francisco
José, fue el gran amigo y aliado -aunque no acrítico- del presidente Thomas
Garrigue Masaryk, preso seis años en Pankrac, Dachau y Buchenwald y, como buen
antinazi, pronto una víctima de la represión comunista en Checoslovaquia, y
después el más ilustre exiliado y más odiado enemigo del régimen estalinista de
Praga. Peroutka había dirigido los diarios Protomnost, con la Milena
Jesenska adorada de Kafka, y Lidove Noviny. Fue en el exilio el alma
de Radio Free Europe en checo, la radio que infundía esperanzas en un futuro en
libertad, dignidad y democracia. Su cuartel fue la verdad y su arma la palabra.
Murió en 1978 en Nueva York antes de que un discípulo suyo, Vaclav Havel,
hiciera realidad su sueño.
Pero dejó su gran Manifiesto democrático, tortura
del régimen comunista al saberlo escuchado en los hogares de Praga, un canto al
humanismo. "La lucha de la democracia por devolver a las palabras su
significado decente, de darle de nuevo su clara definición a los términos, es
más que una lucha política. Es una lucha en defensa de la gran herencia de pasadas
generaciones que unen a la gente con las palabras que corresponden a la
realidad". Hora es de leer a Ferdinand Peroutka.
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