El País Domingo,
02.04.06
REPORTAJE
La policía política de Nicolae Ceaucescu, disuelta
oficialmente en 1990, es un gran 'lobby' de gestión política y de empresas
Acaba de fracasar el enésimo intento de abrir los archivos
de la dictadura
Una vez más llorando. Una vez más indignado. El pasado
martes, en la sede del Parlamento rumano, hubo un instante en el que al
septuagenario Ticu Dumitrescu se le puso la misma cara que cuando escuchaba las
sentencias que le condenaban a años de cárcel y deportación que sufrió bajo el
régimen de Nicolae Ceaucescu. Sobrevivió en mazmorras en las que muchos morían
y entre hombres que habían perdido toda condición y sentimiento humanos en su
abismal encanallamiento inducido por el sistema penitenciario comunista. Pero
dicen que el del martes fue de los peores disgustos de su vida. Revivió todas
las pesadillas, con sus fantasmas y agujeros, con la misma impotencia pero
muchísima más rabia que la que sentía en aquellos años -décadas terribles de
plomo-, en los que entraba en prisión con la convicción de no volver a salir
vivo.
Dumitrescu, el hombre que sobrevivió con coraje, dignidad y
osadía más de 17 años en las cárceles de Ceaucescu es, después de esta semana,
un hombre aun más frágil. A su edad y a su trágica biografía se suma ahora la
creciente certeza de que ya no verá como salen a la luz los archivos de sus
perseguidores y carceleros. Acaba de fracasar el enésimo y quizás último
esfuerzo de Ticu Dumitrescu por abrir a la luz pública y la investigación los
archivos de la Securitate. Todos saben que no se trata sólo de hacer justicia a
víctimas y verdugos. También de quitarles a éstos un instrumento de poder
inmenso que mantienen intacto.
En la cara de desolación de Ticu que dominaba el miércoles
la portada de los diarios rumanos se reflejaba la derrota de este anciano ante
la Securitate y la terrible actualidad del pasado, 16 años después de la caída
y muerte de Nicolae Ceaucescu. "Ticu, vencido por los securistas",
rezaba el titular de Romania Libera. Había un acuerdo de la coalición de
Gobierno para que él presidiera el Consejo Nacional para el Estudio de los
Archivos de la Securitate (CNSAS) y por fin se afrontara con honestidad y
decisión este terrible lastre del pasado. Pero hubo traición por parte de
algunos miembros de la comisión. La Securitate había vuelto a coger el
teléfono. Por seis votos a cinco ganó por sorpresa el candidato del Partido
Democrático, Corneliu Turianu, todo indica que más cómodo para que todo siga
igual.
El primer ministro, Calin Popescu Tariceanu, ha pedido a
Dumitrescu que no dimita como miembro del CNSAS. "Es un símbolo en la
lucha contra el comunismo. La sociedad quiere que se sepa la verdad",
decía en un desesperado esfuerzo por evitar el desmoronamiento total de los
esfuerzos por lograr algo de transparencia y salubridad democrática. Pero
parece ya claro que el presidente Balsescu está fracasando en esta lucha como
ya le sucedió al bueno de Emil Constantinescu, bajo cuya presidencia se formó
el CNSAS a imagen de la llamada Oficina Gauck que en Alemania hace un trabajo
impecable de investigación y apertura de los archivos de la Stasi que todos
saben imprescindible.
En Bucarest, a ocho meses de la fecha prevista para el
ingreso de Rumania en la Unión Europea, volvía a manifestarse con rotundidad
que la Securitate fue demasiado poderosa con el régimen que la creó y que su
legado y vigencia va mucho más allá de los centenares de kilómetros de
estanterías repletas de documentos, informes y grabaciones, producidos por la
red de espionaje interior más densa jamás habida en un régimen comunista. La
Securitate está viva, subdividida o no, ha sobrevivido presidentes y reformas y
funciona hoy como una inmensa compañía que gestiona presiones, favores,
influencias y chantajes a partir de la materia prima de que dispone,
información. No son sólo datos de su antigua época. Gracias a su omnipresencia
en el aparato y a la década de dirección ex comunista de la transición, su red
nunca fue desmantelada. Su reforma en los Servicios Rumanos de Información
(SRI) fue, para muchos, una simple mascarada ya que los responsables siguieron
siendo los mismos, formados en la falta de escrúpulos de la que, en la década
de los ochenta, acabó siendo la peor dictadura comunista de Europa. Si bajo las
siglas del SRI se presenta una organización que se dice homologable con los
servicios de información occidentales e integrado en los de la OTAN, los
responsables del SRI no niegan la inmensa industria que ha generado la Securitate
de forma paralela y que resulta decisiva en la lucha entre los partidos, en la
lucha dentro de las estructuras de estos partidos, en los nombramientos
políticos, en la toma de decisiones en la Administración, en la brutal
competencia en la economía legal y por supuesto en la despiadada que se libra
en la ilegal y sumergida.
Mientras Ticu Dumitrescu, conmocionado, tachaba de
sinvergüenzas a los miembros del Partido Demócrata, del Socialdemócrata y de
Romanía Mare que le habrían impedido acceder al puesto, no lejos del
Parlamento, una joven morena atractiva y elegante explicaba frente a un café en
un restaurante de la calle Plantelor que "sin duda las redes existentes se
han utilizado y se utilizan en la lucha política y en la económica. A quienes
hemos entrado en la organización para cambiarla desde dentro nos preocupa
mucho. Sin la ayuda de estas redes es prácticamente imposible acceder a cargos
relevantes en la Administración. Por eso estamos tan interesados en buscar
siempre la explicación a un nombramiento o a un cambio de funciones".
Adelina Papade es la cara amable de la Securitate, la única visible. Esta
ingeniera química, con estudios en EE UU, fue captada por el SRI como
"jefa de relaciones con las autoridades y las ONG". Su abuelo pasó
siete años de trabajos forzosos en la construcción del Canal del Mar Negro, un
proyecto de Ceaucescu que costó decenas de miles de vidas. Cuando la madre de
Adelina se enteró de su nuevo trabajo dejó de hablarla durante meses. Su
principal trabajo es intentar convencer a la opinión pública de que sus
servicios secretos son como los de cualquier otro país. Con poco éxito.
"Todos están convencidos de que sus teléfonos siguen controlados. Pero es
cierto que nadie puede descartarlo".
En la cercana sede del Nuevo Colegio Europeo, que dirige el
filósofo y ex ministro Adrian Plesu, se hacía muy patente la frustración por lo
que se considera una nueva demostración de fuerza de una supraestructura
implacable. Stejarel Olaru, director del Instituto de investigación de los
crímenes del comunismo o Marius Oprea, asesor del primer ministro, constatan
que las leyes de 16 años no han servido de nada. Los archivos no se abren. Han
seguido bajo el control de quienes los hicieron, que los utilizan y amplían,
modifican, cambian y venden, para mayor gloria y poder propios, de la
Securitate.
DEL TERROR TOTAL A LA GRAN EMPRESA
El "experimento Pitesti" fue la primera gran
operación de la Securitate cuando concluyó la fase inicial de represión que
supuso muerte, prisión o huida al exilio para intelectuales, popes, militares,
políticos burgueses y propietarios. En la cárcel de esta ciudad de Valaquia se
organizó un proyecto piloto para la reeducación en la que jóvenes sospechosos,
intelectuales o meramente inconformistas, habían de competir en torturar física
y psicológicamente a los compañeros para hacer méritos que acortaran la propia
condena.
Era una frenética competición entre los presos de abusos y
malos tratos, de la humillación a la mutilación para quebrar toda empatía
humana. El experimento concluyó en 1954 con la ejecución de presos de la
Guardia de Hierro a los que se culpó de todo.
Desde entonces ha cambiado mucho la empresa que tan bien
describió su máximo jefe, Ion Mihai Pacepa, en su libro Horizontes rojos,
publicado en 1987, el espía de más alta graduación del Pacto de Varsovia jamás
huido a Occidente. Pero todo el mundo sonríe en Rumania cuando se recuerda que
en 1990 se decretó la disolución de esta "empresa" con 50.000 agentes
fijos y 700.000 informantes, fichas de casi todos los rumanos adultos,
contactos e ilimitado poder de coacción en la política, la Administración, el
capitalismo de despacho o los bajos fondos.
Las clases política y empresarial saben que la Securitate
está omnipresente y es omnipotente al impedir hasta hoy que las fuerzas
democráticas accedan a su ingente base de información y desactiven así el
inmenso poder que ejerce en la sombra con el tráfico de influencias, dinero y
miedo.
El antiguo opositor Ticu Dumitrescu, seguido por jóvenes con
una bandera del régimen de Ceaucescu, el pasado jueves en Bucarest. REUTERS
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