El País Domingo,
12.03.06
MUERE EL EX DICTADOR SERBIO
Prometió un pueblo unido en la religión y en la lengua,
puro, no contaminado
Fue el principal responsable de que la sangre anegara toda
la región
Líder precoz, mesías nacionalista, adalid del crimen étnico,
genocida consecuente y asesino casi familiar. Además, cadáver casi joven.
Slobodan Milosevic ha logrado la excepcionalidad pese a la demoledora
vulgaridad de su persona. No se le puede negar una cierta épica a su facilidad
con el crimen. Desde Hitler y Stalin, nadie había dispuesto de la vida y de la
muerte con esta opulencia discrecional y actitud casi desenfadada. Fue un dios
para el movimiento nacionalista serbio que emergió del naufragio del comunismo
yugoslavista de Josip Broz, Tito. Y fue un monstruo -también dios-
para sus víctimas en una región tan prolífica en monstruos.
Lo han hallado muerto en la cárcel en la que ingresó, en La
Haya, un 28 de junio, en 2001, día de San Vito, Vidovdan, día de saga y
leyenda. Su encarcelamiento no fue épico ni lo ha sido su muerte, aunque
algunos lo pretendan. Ni siquiera se ha suicidado. Ha muerto de vulgar avería
este hombre que hizo de su vida enferma la peste para su pueblo y los Balcanes.
El día de San Vito sabe a tragedia serbia. Un 28 de junio, en 1389, el Ejército
otomano aniquiló a las tropas del zar Lazar en Kosovo. En el Vidovdan de 1914,
el serbio Gavrilo Princip mataba al archiduque austrohúngaro Francisco Fernando
y se convertía en la chispa del gran incendio histórico que fue la Primera
Guerra Mundial. Llegaron horror, comunismo, fascismo y holocausto.
Un 28 de junio, en 1989, en el 600º aniversario de la
batalla de Kosovo Polje, Milosevic, vengaba al Zar Lazar y anunciaba la era en la
que el serbio sería el amo y el albanés kosovar, el musulmán traidor y amigo
del turco, el esclavo. Y su pueblo le creyó y siguió con entusiasmo. Era más
que caudillo, era un mesías nacional. Para entonces los serbios habían
sustituido la obligada foto de Tito por la del rostro aniñado. Se había
consumado, en sacramento, la transformación del funcionario comunista en santo
ortodoxo redentor. Ante un millón de serbios llegados de todos los rincones de
lo que aún era Yugoslavia, Milosevic anunció poder, orgullo y hegemonía
nacional. Dejó claro que los serbios ganaban en guerra y perdían en paz y que,
por tanto, necesitaban la guerra redentora. Prometió un pueblo unido en la
religión y la lengua, puro, no contaminado por influencias exteriores y dueño
total de su tierra sagrada, aun emponzoñada por la presencia de seres
inferiores y enemigos irreconciliables. La nación serbia bajo su mando volvería
a sus glorias pasadas y a su armonía interna, a su arcadia en la que el
espíritu de la nación, su memoria y su fuerza la harían invencibles frente a
las amenazas de contaminación y los peligros de la modernidad y el
cosmopolitismo. Este mensaje nazi pasó a ser la ideología del aparato
izquierdista. Las masas querían luchar, morir y sufrir con él y por él. Lo han
hecho. Nihilismo, odio, ambos. ¿Quien sabe? Él nunca se creyó su mensaje
nacionalista. Como impostor acumuló dinero en el exterior y poder en el
interior para aplastar a sus suyos.
Quienes conocieron a Slobo aseguran nunca haber
conocido a nadie que mintiera con tanto aplomo, que despreciara tanto la vida
ajena y las relaciones humanas en general. Su frialdad es ya legendaria como su
capacidad de banalización de todo, lo grave, lo trágico, lo sagrado. En todo
caso ha sido uno de los fenómenos más estremecedores de la segunda mitad del
siglo XX. Algunos advirtieron que el problema era más psicopatológico que
político. Milosevic es un caso paradigmático de cómo una cuestión de estructura
enfermiza de personalidad de un individuo puede convertirse en tragedia colectiva,
cuando logra tocar la fibra emocional de una sociedad frustrada, herida,
victimista, ventajista, nacionalista, los sentimientos de la tribu enferma.
Slobodan nació con mala estrella el 20 de agosto de 1941, en plena ocupación
nazi, en la triste Pozarevac. Su padre era profesor de Teología; su madre, una
maestra comunista. El padre se suicidó cuando Slobo era niño. Diez años después
se quitaba la vida ella.
Slobo conoció en Pozarevac a una jovencita, Mira Markovic,
que habría de ser su destino. Ayer, ella le lloraba en Moscú como víctima del
Tribunal Internacional Penal. Ella que encargó matar hasta a Ivan Stambolic, el
hombre que protegió todo pasó de la carrera de Milosevic el aparatchik titoísta.
Aunque la madre de Mira había sido ejecutada por colaborar con los nazis, la
familia Markovic formaba parte ya en los cincuenta de esa aristocracia
comunista que una década después retrataría magníficamente Milovan Djilas
en La nueva clase. Cuando los cimientos ideológicos comenzaron a
quebrarse, muchos comunistas en Europa oriental buscaron refugio y coartada en
el nacionalismo, tan propicio al totalitarismo, al abuso y a la violencia como
el bolchevismo. La pareja Milosevic logró formar un tándem perfecto en la nueva
ideología roji- parda, comunista y nacional-socialista a un tiempo. Ella, su
única amiga le auguraba que sería "más que Tito".
Milosevic ha muerto sin ser condenado por genocidio,
crímenes de guerra y contra la humanidad. Pero no en impunidad, que era lo
capital. Fue el principal responsable de que la sangre anegara toda la región
al lanzar el proyecto de supremacía étnica y nacional serbia. Milosevic entra
en la nutrida galería de los grandes criminales modernos. Habrá que estudiarlo
a él, a sus cómplices y a las masas enfervorecidas. Pero también a aquellos que
le ayudaron, a quienes tanto gustó negociar con él y negaban fuera un peligro.
Al principio eran muy pocos los que vieron la amenaza de este hombre y de su
tribu. Y no era el primero.
Una bosnia musulmana llora junto a la tumba de un familiar
en Memici en noviembre de 1999. AP
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