El País Martes,
20.02.07
COLUMNA
Hay que considerar buena noticia el hecho de que la pasada
semana no se produjera una declaración de guerra entre Italia y Croacia. No
habrá combates en el Adriático, y la frontera común que Italia tuvo con
Yugoslavia, duramente negociada hasta el tratado de Ósimo en 1975, hoy es mero
límite interno de la UE entre italianos y eslovenos. Pero quienes siguieran el
virulento intercambio de acusaciones entre Zagreb y Roma, tras la polémica
entre sus jefes de Estado, convendrán en que el vocabulario recordaba al
utilizado en prolegómenos bélicos de la primera mitad del siglo XX. Dos ex
comunistas, los presidentes de Italia, Giorgio Napolitano, y de Croacia, Stipe
Music, se vieron enfrentados en violenta reyerta verbal a causa del pasado
común y generaron un espectacular incidente diplomático. De "racismo"
y "revanchismo" se habló, de "furia sanguinaria", de
"expansionismo", de "limpieza étnica", de
"barbarie" y "excesos nacionalistas".
La cosa tendría gracia si no fuera síntoma de una de las
peores miserias políticas europeas cuya creciente utilización debiera alarmar a
todos. Y disuadir a tantos que juegan con la historia, la memoria y los
sentimientos del pasado para su instrumentación en el presente y la imposición
de ambiciones más o menos confesables en el futuro en su política interna o
externa. Desde la agitación antialemana que utilizan los hermanos Lech y
Jaroslaw Kaczynski para gobernar Polonia, a la liquidación de monumentos soviéticos
en los países bálticos, cada vez son más los líderes europeos que recurren a
inventar enemigos presentes o pasados internos o externos. Sólo recuerdan a los
muertos que consideran propios, cuando el reconocimiento de las víctimas de los
bandos ajenos es precondición para el entendimiento honesto del pasado.
Paradójicamente, el origen de este conflicto está en una
intervención de buena fe y de valentía de Napolitano que ha hecho revisionismo
en el mejor sentido, revisando sus prejuicios con mirada limpia hacia la
historia. Gran gesto. Honró a los asesinados por su bando y en nombre de su
ideología, como Willy Brandt honró en Varsovia a los liquidados en nombre de
Alemania. Fue el 10 de febrero, en un acto en memoria de miles de víctimas en
las regiones de Istria y Dalmacia al final de la guerra. Al recordar estas
matanzas Napolitano rompía una larga "conspiración del silencio",
dijo, que los comunistas italianos impusieron en la posguerra. El silencio en
torno a los crímenes del comunismo en Yugoslavia -y en todo el continente- se
mantuvo décadas bajo la hegemonía cultural de la izquierda en Italia y Francia.
Mientras allí se ha roto, en España, bajo nacionalismo y neoizquierdismo, se
impone con gran potencial intimidatorio.
Según la lógica rota y denunciada ahora por Napolitano,
quienes recordaran o denunciaran a las miles de víctimas de los partisanos en
Istria y Dalmacia eran automáticamente acusados de "fascistas". Como
quien recordaba a las decenas de miles de alemanes asesinados y los millones de
deportados tras la guerra eran "revisionistas nazis", un recurso por
cierto en el que coinciden los gemelos Kaczynski con los desaparecidos
regímenes comunistas. También actúan así los adalides de la llamada
"democracia avanzada" que se dicen de nuevas generaciones para
reclamar como propios bandos y banderías de los abuelos que dividieron y
enfrentaron a sus pueblos. Mesic cayó en la retórica nacionalcomunista y acusó
a Napolitano poco menos que de veleidades fascistas. Ha recuperado el sentido
común y se ha disculpado. No sólo sabe Music que el fascismo italiano en los
Balcanes era la moderación uniformada comparada con el Estado croata ustasha.
También debiera ser ya consciente de que la intervención de Napolitano fue un
gran gesto de honestidad con el que el viejo comunista "revisó" su
visión de la historia. Un gran gesto que tanto bien le haría a Europa si
proliferara.
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