El País Martes,
22.11.05
COLUMNA
Angela Merkel encabeza desde hoy en Alemania un Gobierno
formado por la alianza entre los dos grandes partidos populares y por
definición antagónicos en el escenario político desde la fundación de la
República en 1949. Desde que se constató el éxito de las negociaciones para
la grosse koalition, no cesan los elogios y los ataques a este gran
acuerdo nacional, única fórmula realista de evitar nuevas elecciones tras los
resultados habidos en las generales de septiembre. Han sido por supuesto
conmovedores los ataques y lamentos de los partidos minoritarios. Con una
mayoría de 448 escaños sobre los 615 de que consta el Bundestag, el Gobierno de
la primera canciller de la historia alemana no va a verse obligado, en tiempos
de emergencia, a imponer a la mayoría las exigencias de minorías
particularistas. Los miedos generales a una gran coalición se deben
habitualmente a que se interpreta como una suspensión transitoria del juego habitual
de alternancia en el que la oposición siempre aspira a sustituir a la mayoría
gobernante en el poder. Esto puede generar tanto una frustración del electorado
que nutra a fuerzas antidemocráticas como un rodillo de la alianza mayoritaria
que anule el papel de control de la oposición. Son dos riesgos menores
comparados con la grave amenaza que para la estabilidad de Alemania y de Europa
supondría el hundimiento generalizado del país en una parálisis que amenaza ya
tanto a la fibra anímica de la sociedad como a la evolución y las estructuras
administrativas, económicas y legales.
En una muy clara pero también entrañable entrevista en el
semanario Die Zeit, aún editado por el último gran sabio vivo de la
política alemana, el ex canciller socialdemócrata Helmut Schmidt, Angela Merkel
dice que "nunca había pensado que fuera posible" este acuerdo entre
dos grandes partidos cuya gran vocación, muchas veces por encima del propio
programa, está en la descalificación del otro. Coincidiendo con la elección de
Merkel, se despide de la vida política su antecesor Gerhardt Schröder. Lo hará
votando a favor de su rival en un último gesto que lo reconcilia con los nuevos
tiempos de la política alemana. Él ya pertenece definitivamente al pasado. No
es extraño que Merkel y tantos otros creyeran imposible que estos dos partidos
antagónicos, que identificaban su victoria con la destrucción política del
otro, pudieran sentarse a pergeñar un discurso y un programa común y al final
lo lograran. La democracia, la libertad y la prosperidad de los alemanes
exigían el compromiso de los máximos responsables. Han estado a la altura
exigida. Hoy comienza por tanto una andadura en Alemania que puede ser ejemplar
para muchos. Habrá quienes quieran dinamitar la coalición, los obstáculos son inmensos,
los puntos de fricción sin cuento. Pero un hecho innegable cambia la calidad
misma de las negociaciones y del acuerdo y es que su motivación suprema no haya
sido el reparto del poder sino el patriotismo. Sí, el mejor patriotismo alemán.
En Jerusalén acaba de concluir el ciclo de vida de una gran
coalición del Likud y del Partido Laborista y aunque todos se preparan ya para
unas elecciones que pueden cambiar por completo el escenario político de
Israel, nadie debe olvidar que esta grosse koalition dirigida por
Ariel Sharon ha llevado a buen puerto una gesta histórica, la retirada de la
franja de Gaza. En nada desmerece al valor desplegado en su conquista. La gran
coalición de los dos partidos aguantó con firmeza los embates de
ultrarreligiosos y nacionalistas e impuso a las minorías el deseo de la mayoría
de los israelíes. Es difícil no sentir envidia en España ante estas
reafirmaciones de la voluntad mayoritaria y patriótica de pueblos soberanos.
Triste es que el patriotismo de la mayoría esté tan desacreditado en España en
favor de alianzas con minorías oscurantistas e identitarias que desprecian el
bien común. Sin la dejación y los complejos de los grandes partidos nunca
habrían gozado del obsceno veto sobre una voluntad mayoritaria. Si la actual situación
en España no logra despertar el patriotismo de la mayoría para una gran
coalición, el secuestro del Estado de derecho por minorías caciquiles puede ser
irreversible.
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