El País Martes,
01.11.05
ACOSO DIPLOMÁTICO A SIRIA
No hay que haber conocido aquellas colinas de escombros
sobre las que crecían árboles y arbustos, rodeadas durante más de cinco décadas
por vallas oxidadas y advertencias inamistosas del socialismo real sobre las
consecuencias de entrar en las ruinas, no hay que poder recordar aquel
terrorífico gran escenario de la desolación y símbolo de la transitoriedad
humana, para sentir una sobrecogedora emoción al ver las imágenes del -en todos
los sentidos- inmenso y glorioso interior de la Frauenkirche de Dresde, la gran
iglesia barroca que el domingo culminó con su consagración una resurrección que
merece llenar del mejor orgullo a la joya junto al Elba, a Alemania y a Europa.
Faltan palabras para describir la serena grandeza de esta obra sacra junto al
Zwinger y a la ópera de Semper y las mejores son probablemente las pronunciadas
por el presidente de la república Horst Köhler, durante la ceremonia del
domingo: "Esta iglesia cuya consagración hoy celebramos es de lo mejor de
lo que son capaces ciudadanos libres. Representa a lo bueno que nos une".
Las ruinas de Dresde han sido durante más de medio siglo un monumento en
memoria de la muerte y destrucción de la guerra. Ahora sobre las mismas se ha
erigido de nuevo el templo que honra la superación del hombre en das Gute,
das Wahre und das Schöne (lo bueno, lo verdadero y lo bello). La ceremonia
del domingo es probablemente el acto más conmovedor habido en Alemania desde la
caída del muro. Entre los relacionados con el sesenta aniversario del fin de la
guerra sólo ha sido superado en fuerza simbólica por el desgarrador encuentro
de la pasada primavera en Auschwitz.
Mientras en Dresde culminaba en un acto religioso de respeto
universal al ser humano el esfuerzo de superación, introspección, luto y
compasión que simboliza la reconstrucción de la Frauenkirche, en Teherán
decenas de miles de iraníes pedían la destrucción de Israel y castigo al infiel
que, en sentido estricto, somos todos salvo ellos. Niños iraníes con armas de
juguete ensayaban su saña hacia los símbolos del enemigo y su odio a Israel,
que según aseguran sus dirigentes, no merece existir y cuyos ciudadanos no
tienen derecho a vivir. En diversas ciudades europeas, hubo ciudadanos que
reaccionaron a esta ostentación masiva de odio con concentraciones en
solidaridad con Israel ante sus embajadas. La cultura del odio en la que se
especializaron los países árabes -y después también el Irán islamista- ya hace
muchas décadas para intentar ocultar el fracaso de sus dirigentes y regímenes,
la corrupción y depravación de sus élites y la miseria, la indigencia y la
ignorancia como resultado directo de todo ello, sigue siendo la única respuesta
para la mayoría.
El día de Jerusalén, celebrado el último viernes del
Ramadán, es la ocasión ideal para atizar las únicas pasiones que los regímenes
pueden hacer compartir a sus súbditos. Pero incluso en esta estrategia tan
manida y común a sátrapas batistas y jeques de teocracias, el fracaso comienza
a hacer mella. Bahrein, Qatar, Dubai e incluso Kuwait han establecido contactos
con Israel de una forma u otra, unos cerrando sus oficinas de boicot al
sionismo, los otros con intercambios de delegaciones más o menos
oficiales. Grandes incógnitas se abren para Irán y Siria, dos regímenes cuya
vocación criminal ya no pueden poner en duda ni sus más interesados defensores
en la comunidad internacional. Y en su día, no lejano, será Arabia Saudí quien
tendrá que pagar un precio no subsanable en petrodólares por su obsceno desafío
a la modernidad y a la humanidad. El mundo político islámico sabe que sólo
puede contrarrestar su continuo fracaso rompiendo la voluntad de autodefensa
del pluralismo y la vocación democrática occidental. Han fracasado en su
intento de hacerlo en su cabeza de puente en Oriente Medio que es Israel.
Frente a su odio fracasado se erige la fortaleza del éxito de la resurrección
de la iglesia de las mujeres, todo un símbolo.
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