El País Martes,
25.04.06
COLUMNA
Perdí de pista al pequeño de los Ramadami, mi querido Agim,
hace ya casi diez años y me cuentan que ha de vivir hoy en Nueva York hecho un
millonario, si no lo han matado antiguos amigos y por supuesto compatriotas.
Siempre fue compañero incondicional, tierno, buen hijo y luchador como exige la
sangre a algunos clanes albaneses y en todo caso a ellos, a la inmensa tribu
de tosks de Agim que hoy pululan tanto por el Bronx, como en Nueva
Jersey, zonas de Tirana, inhóspitas o fieramente sofisticadas, en las montañas
malditas que vuelcan al Kosovo, al campo de los Mirlos de Pec y Prizren en
el norte y a la gran sierra oriental hacia la Macedonia de Tetovo. Ayer, un
diario que los Ramadami jamás leerán, el Neue Zürcher Zeitung, describía
toda una ceremonia de dignidad en Rumanía por las víctimas del comunismo. Ese
serenamente maravilloso diario hacía un gran homenaje a las víctimas de una
ideología que aún defienden obscenamente quienes condenan a sus clones nazis.
Los Ramadami cumplen al pie de la letra aquella sentencia
máxima del legendario Peter Kemp que le pude escuchar cuando, ya octogenario,
caminábamos juntos sobre cascotes ardientes en la ciudad de Shkodra. Los niños
hacían palanca desesperadamente para romper una pared que seguía más o menos
entera. "Los albaneses"-dijo aquel mi gran Kemp con la causticidad
británica necesaria- "tienen la suficiente vocación y tradición
destructora como para aniquilar a cualquier amigo o enemigo. Pero con el
mensaje comunista todo resulta aparatosamente perfecto". Kemp, el jefe de
operaciones especiales del Gobierno británico y enlace ante los partisanos
durante la segunda Guerra Mundial, se había dedicado muchos años con máxima
efectividad a generar cascotes masivamente por todo el país. Había volado
puentes, casas y túneles, acribillado a balazos a decenas de alemanes y
dirigido operaciones de represalia contra civiles que colaboraban con italianos
o nazis. Después ya, al contrario que su compañero de armas Fitz-Roy Maclean,
enlace de Churchill tan emocionado con Tito, Kemp se montó la guerra por su
cuenta contra Enver Hoxha, pese a las órdenes del Estado Mayor británico. Por
supuesto se convirtió también en enemigo de Tito y del ejército de asesores
soviéticos que Stalin había enviado a la región.
Fitz-Roy Maclean era un genio británico de la palabra de ese
siglo de decadencia que es el mejor que jamás tuvo el Imperio. Vino, como Kemp,
antes de morir a los Balcanes de sus glorias, de su juventud y de su increíble
vocación de hombre libre que sigue conmoviendo a quienes los conocieron y hoy
leen. Maclean escribía mejor y desde luego era más petulante que Kemp. Y la
petulancia iba pareja con el compromiso con las más estupendas soluciones para
hacer casar los intereses de Churchill con los de Tito. Kemp supo que el
Partido Comunista Albanés y las bandas con seudónimos estaban secuestrados por
una ideología ya entonces tan criminal como aquella que combatían, la nazi, que
había hecho proyecto industrial de la liquidación del individuo y el exterminio
de las culturas. Kemp no quiso estar jamás en la foto de comunistas y nazis
juntos repartiéndose Europa. Sabía que habría guerra entre los miserables. Pero
no era para él la fotografía de Ribbentrop y Molotov la apuesta del futuro. Esa
imagen habría de perseguir a Europa, a quienes aplaudieron y a quienes callaron
por miedo o conveniencia. Como harán otras. Los nazis tienen, gracias a la
victoria de 1945, garantizada la condena de toda la civilización. Que aún
algunos se presenten a unas elecciones con un nombre de película de miedo como
Refundación Comunista debiera avergonzar a un continente que aún no se ha
liberado de sus fantasmas... En la sierra albanesa los comunistas solían hacer
grandes hogueras y echar a los prisioneros en viejos barriles de combustible
llenos de agua hirviendo hasta sacar los huesos blanquecinos y limpios de
carne, atados por el cuello. Los Ramadami se acuerdan y llorarían de emoción
ante el acto de dignidad de un periódico suizo recordando la tragedia de media
Europa y recordando las miserias de tanta memoria selectiva.
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