El País Martes,
13.03.07
COLUMNA
Lord Ralf Dahrendorf, el gran intelectual vivo que ha
protagonizado la insólita transmutación de llevar válido equipaje germano
reflexivo al laboratorio británico es probablemente el personaje más sabio que
anda libre por el continente europeo. Realmente libre. Respetado hasta por sus
peores enemigos y contándonos las cosas de forma ordenada sin hundirse en
aspavientos ni pantanos de autocondescendencia y pretenciosidad posmoderna,
Lord Dahrendorf nos da más clases de vida europea que todo el ejército tontuno,
romo y harto de grotesca información de burocracia de sí mismos.
Llega ahora un libro de Dahrendorf en castellano, cuando se
cumplen tres años de la tragedia madrileña del 11-M y cuatro años de un drama
terrible de la Serbia contemporánea. Casi 200 muertos dejan a esta España rota
y abierta por voluntad ignota y un muerto, un solo muerto bien elegido, como
suele suceder en esta región inhóspita, rompe una trayectoria de liberación tan
deseada por muchos serbios como insospechada para otros. Serbia merecía a un
hombre como Zoran Djindjic porque más que casi ningún país merecía dejar de
sufrir y encontrar algo de paz consigo misma y saber que lo había logrado por
mérito propio. No pudo ser. Esa es la tragedia y el triunfo de todos los
fantasmas.
La cara limpia de la Europa nueva no puede existir sin los
Balcanes occidentales. Y Serbia es su corazón. Si Dahrendorf hubiera compartido
vida en la Serbia de Milosevic, de Djindjic, de Stambolic y Draskovic, habría
sido el primero en correr la triste suerte del desaparecido. Stambolic y
Djindjic murieron porque, vagamente, pensaban del mundo como el lord pensador.
Los asesinos y los amigos de Djindjic que evocaron ayer en Belgrado su figura
saben bien quienes son los auténticos enemigos de la sociedad abierta. Son
conscientes de que no son ni el Tribunal de La Haya ni quienes son inflexibles
ante el terrorismo y el crimen. Son los fanáticos que se nutren del odio a la
sociedad libre. Y los débiles que creen posible aplacarlos y buscar fórmulas de
convivencia entre el crimen y la voluntad libre. Y quienes vuelven a preparar
proyectos de experimentación social en contra del individuo que ya en el siglo
pasado fueron causa del crimen generalizado.
Dahrendorf sabe hablar de Europa, de los Balcanes y de
Serbia. Y deja claro en esta nueva obra que su gran objetivo es declarar de
nuevo la historia abierta. Sin solución ni predeterminación. Trágica,
misteriosa y amenazante. La historia renace, no concluye. Vuelve y plantea
terribles interrogantes. Con más profundidad que tantos británicos frívolos y
de moda que coquetean con los dramas del siglo XX como del XXI. Fitzroy
Maclean, elegante demócrata, se sintió muy cómodo con el crimen comunista y
titoista en Yugoslavia que consideraba compatible con las conveniencias de
Europa occidental. Peter Kemp, otro gran guerrero británico, era enemigo de la
dictadura nazi y comunista por igual y jamás se pensó libre sabiendo esclavos o
víctimas a otros. Éste es el problema y la diferencia. Conocí a ambos. Ambos
caballeros, pero Kemp no está de moda. Maclean siempre lo estuvo.
Hace un año murió Slobodan Milosevic, el mayor asesino en
Europa desde la muerte de la generación posestalinista de criminales. Dahrendorf, Kolakowski, Bauman,
Ignatieff, Sloterdijk. Son el pensamiento vivo que queda a la sociedad y
al individuo para denunciar las trampas que tiene la vileza. Tienen mucho que
ver con la triste muerte de un Djindjic que podría haber abierto las carnes a
la sociedad muerta de Serbia. Guardará ésta mucho luto por el fracaso de lo que
pudo ser la ruptura con su triste pasado. Hay axiomas que no entiende el
adanista que cree inventar el mundo porque nada sabe. Berlin y Haffner, Popper
y Hajek y aquí muy cerca ya en el tiempo nuestros compañeros de viaje
Dahrendorf y Kolakowski, Havel y Michnik, saben cual era la apuesta de
felicidad y libertad que han deseado tantas gentes muertas como Djindjic que
quisieron libertad plena y verdad y nunca armonizar con la amenaza del crimen.
Con dignidad.
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