El País Martes,
19.09.06
EL PAPA Y EL ISLAM
Previsibles y poco conmovedoras son las reacciones de
angustia y estupor de intelectuales, políticos y observadores occidentales ante
la furia del mundo islámico por un comentario y una cita que el papa Benedicto
XVI hizo en referencia a la incuestionablemente arraigada vocación del islam de
imponerse por la fuerza. Nadie rebate al Papa, pero todos lo consideran
culpable del conflicto. En el mundo islámico tampoco hay mayor sorpresa. El
habitual celo de los moderados por dar la razón a los radicales se ve bien
combinado con los insultos y maldiciones al Papa y a Occidente por favorecer,
supuestamente a los radicales. Ni una voz surge con el coraje de decirles a los
suyos que su indignación es gratuita, inducida o hipócrita. De la escuela
coránica más fanática en Karachi a las mansiones de los funcionarios de la
Organización de la Conferencia Islámica (OCI) con los niños en internados en
Suiza, todos dicen saber que la culpa de que el islamismo genere sociedades
fracasadas, jamás libres, y sea incapaz de afrontar la modernidad, la tienen
los demás, "los cruzados", ahora el Papa.
En su discurso de Ratisbona, el pontífice se refería al
rechazo que cualquier adoración a Dios ha de tener a los intentos de sus fieles
de forzar su expansión por la violencia. Incluida la fe cristiana, que durante
tanto tiempo lo hizo. Había mucho de autocrítica de la Iglesia de Roma cuando
así se expresaba el Papa en su patria bávara, bastión de la contrarreforma.
Pero estas consideraciones carecen de sentido. Primero porque los ofendidos no
conciben la autocrítica. Y sobre todo porque no estamos ante una reacción de
genuina ofensa o buena fe traicionada sino ante una nueva operación de la
vanguardia radical del islamismo para reafirmar el secuestro de la comunidad
religiosa islámica mundial y elevar un grado más la amenaza a las sociedades
libres. Pagamos hoy también la muy indigna reacción de la mayor parte del mundo
occidental en la crisis de las viñetas de Mahoma, cuando quedaron en evidencia
las fisuras y dudas sobre nuestros principios en Occidente. El ejército de
caricaturistas, intelectuales y políticos que se prodigan en guasear sobre un
Cristo o el Papa se abstuvieron de solidarizarse con los daneses y de paso los
tacharon de ultraderechistas. Las comunidades islámicas en Europa saben ya cómo
callar bocas.
En todo caso sería ahora conveniente que nos diéramos cuenta
de que la reacción habida demuestra brutalmente la profunda verdad que ha expresado
el Papa. Y desvela la falacia de la teoría de que un cambio nuestro de conducta
puede llevar al islam a adecuarse y a renunciar a un Dios total en la vida
diaria y política de los individuos y los pueblos. Ese viejo dilema entre lo de
Dios y lo del César. Desde la buena o la mala fe, el islam ha de saber que
nuestro César es el Estado de derecho y las libertades, la de expresión la
primera, no negociable con Dios alguno.
El islam que se dice moderado debería movilizarse para hacer
frente a quienes se atribuyen el monopolio de su fe. Y no podemos ayudarle.
Sería muy útil que se revolviera contra la manipulación, sacara a la gente a la
calle cada vez que desde televisiones como Al Yazira o Al Manar se utiliza a
Alá para llamar al crimen, a mutilar a mujeres, celebrar asesinatos, demandar
la reconquista de Andalucía, Sicilia o los Balcanes o aplaudir al presidente
iraní cuando promete exterminar a los judíos. En caso contrario, esos
ejercicios de moderación de reyes, ulemas, generales o intelectuales se antojan
un cálculo cínico o indiferente que compra seguridad al fanático a cambio de
manos libres para atacar a Occidente. Los sabios templados del mundo islámico
son hoy tan irrelevantes como la leyenda del idílico Al Andalus, ese producto
ideológico turístico sevillano. Es el islam el que debe dejar de amenazar,
quemar y matar por el hecho de que alguien hable, escriba o dibuje. Muchos
creen que el intelectual Benedicto XVI no era consciente de los efectos
posibles de su discurso. Puede que sí y pensara que reprimir verdades urgentes
sólo favorece a quienes se mecen en la mentira o el miedo. Lamentar los dolores
que la verdad produce no significa pedir perdón por expresarla. Ratisbona se
perfila ya como el primer gran favor que Benedicto XVI nos hace desde su
pontificado a todos, al islam y a Occidente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario