El País Martes,
14.11.06
COLUMNA
Pasados ya los primeros grandes entusiasmos ante el evidente
fin de la era Bush que se inició con rotundidad el 7 de noviembre, la
envidiable maquinaria institucional norteamericana funciona perfectamente, como
era previsible incluso ante cualquier situación imprevista, y la resultante de
las elecciones es mucho más regla que excepción. A este lado del Atlántico las
opiniones públicas hostiles hasta el odio hacia Bush ya han gozado del castigo
a esa caricatura del Mal en que se había convertido el presidente
norteamericano. Este gozo les durará menos que la frustración sufrida hace dos
años cuando fracasó la bondad del patricio Kerry. Leyendo y escuchando a muchos
de los enemigos profesionales de Bush acá en Europa, da la impresión de que el
Capitolio ha sido tomado por una especie de tripartito, con Noam
Chomsky a la cabeza. Si hasta ahora la postura digna hacia el Imperio del
Mal era inequívoca, parece que volvemos a la era de los malentendidos.
Viva la paz y la realidad pacífica y luminosa.
Cuando aún no había concluido el recuento en Virginia, Bush
ya negociaba con los demócratas, con Nancy Pelosi a la cabeza, sobre las
cosas de comer. Aquí no hay malentendidos. El presidente sabe que se acabó
su forma de gobernar, con un Congreso postrado que tanto error le permitió a él
y a Rumsfeld, tanto desafuero a Cheney y a sus círculos empresariales y tanto
exceso a su política de seguridad y antiterrorista. Los demócratas saben que,
para que esta victoria sea el umbral de una presidencia propia, han de
encontrar en colaboración con Bush una salida del letal estancamiento de la
situación en Irak, que al menos en Washington todos saben que no es culpa
exclusiva del tejano cristiano neonato.
Se verá entonces si tenían razón quienes auguraban -tras
Bush- un comportamiento más civilizado de Siria y de Irán de haber un
calendario de retirada, o un buen equilibrio en Irak entre la teocracia chií de
Teherán y la satrapía de Damasco con población suní, ambas implacables tanto
con sus pueblos como con los vecinos. Y aplaudidas como enemigos del Imperio
del Mal y de un Israel ayer de nuevo amenazado de muerte por el presidente
iraní Ahmadineyad. El terrorismo islamista, chií y suní, la incompetencia de
Washington, la dejación cobarde de los países árabes y la culpable de
Occidente, lograron crear un infierno en Irak, no ya para EE UU, sino para una
población iraquí que se jugó la vida para votar en elecciones y en un referéndum
sin precedentes en la región. Eran muchos más que los catalanes que se dignaron
a ratificar un estatuto que amenaza principios de igualdad y enaltecen
siniestros fetiches identitarios. Veremos cómo buscan salidas republicanos y
demócratas en Washington. Y suníes y chiíes en Bagdad. Veremos cómo se discute
pronto en una España que ha redescubierto las esquelas y la memoria
emponzoñada, fortifica cuencas hidrológicas y bunkeriza archivos. En la que
instituciones máximas del Estado se agreden a diario, nadie se alarma si el
presidente de la Generalitat ha de entrar en el Liceo por la puerta trasera,
acosado cual militante de partido mal visto y se elogia a asesinos múltiples
para denigrar a contrincantes parlamentarios. Envidia dan las instituciones de
Washington. En paz y en guerra.
Y en Ankara, 100.000 turcos despedían a Bülent Ecevit, el
líder socialdemócrata fallecido a los 81 años. Un gigante. Cinco veces primer
ministro, el único gran estadista turco sin familia millonaria. El día que caía
en coma aún pedía a los turcos resistencia contra el islamismo que veía
avanzar, decía, tras la sonrisa de Erdogan. El tándem sonriente del turco y el
leonés no debe ser casualidad. En la última entrevista, este gran estadista
turco pidió a sus compatriotas, como siempre, coraje y resistencia por la
libertad y la dignidad, bienes supremos que excluyen la paz a toda costa. El
presidente del Gobierno español debía de saber quién era porque no lo mencionó.
No importa. No habría acudido a un mitin como el de Estambul bajo el paraguas
agradecido de Kofi Annan. Rodeado de representantes directos o indirectos de
regímenes totalitarios y con el responsable de la involución democrática turca,
en el que Rodríguez Zapatero habló de paz y paz y mucha paz, pero nunca de
libertad. Esa paz la hay en Damasco, en Teherán y en Rabat. Y en Azkoitia. Pero
esa paz la despreciaba Ecevit. Como Kreisky y Brandt. Por ser mentira.
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