El País Martes,
09.05.06
COLUMNA
Hace ya muchos años que se dedica a insultar a dios y al
diablo, a Europa, a los "yanquis" y a otros. El diario Frankfurter
Allgemeine temió -hace lustros, en la Fundación Carlos de Amberes de
Madrid- que aquel niño eterno, ya no tan niño, el sexagenario infantil de las
letras austriacas, el buen poeta y mejor enfadado, Peter Handke, se abalanzara
con algo más que violencia verbal contra sus interlocutores. "Knapp an den
Handgreiflichkeiten vorbei", rezaba el título de la crónica sobre el acto
de la calle de Claudio Coello en el diario Frankfurter Allgemeine. Fue
en un debate sobre los Balcanes en el que Handke ya dejó claro que la política
de tierra quemada del régimen serbio de Milosevic era su opción moral en la
crisis y que la apoyaba entonces por mucho que se pareciera a las ofensivas
genocidas nazis por el este de Europa a principios de la II Guerra Mundial.
Hacía muchos años, desde los cantos a Stalin de Neruda quizás, que un escritor
apreciado no se alineaba con los criminales, dictadores y genocidas de una
forma tan directa y rotunda. Handke es posiblemente un personaje más trágico
que el propio Slobodan Milosevic, hijo desgraciado de suicidas, amante sumiso,
camarada cobarde y dócil con sus jefes e implacable jefecillo sobre todo
subordinado, ya en la Neogradska Banka o en la cúpula del Estado yugoslavo.
Ahora Handke se ha vuelto a enfadar porque en París le han
dicho que no puede estrenar su nueva obra en la Comédie-Française y
precisamente porque París no puede otorgar ese escenario artístico, literario y
moral único a alguien que, como Céline, se regocija en la glorificación de la
inmundicia fascista y criminal para mayor honra del autor. Es cierto que El
juego de las preguntas de Handke nada tiene que ver ni con Serbia ni con
la triste complicidad retórica e implicación profunda personal del escritor
austriaco en los crímenes de Milosevic en Croacia, Serbia o Kosovo. Ni con los
asesinatos de serbios ordenados por este criminal tan admirado por Handke en la
propia Serbia. Ni con el miedo cerval que domina a esta nación y que impide que
se haya unido a tantos otros vecinos en el camino de la democracia y la
libertad. Pero nadie dude de que Handke, como perfecto argumento exterior, es
una ayuda moral magnífica para aquellos que siguen aterrorizando a los serbios
y a sus vecinos. Los grandes calefactores del terror, hijos del Milosevic
admirado por Handke, son quienes mantienen secuestrado al país.
La decisión del director de la Comédie-Française, Marcel
Bozonnets, de retirar del programa la obra de Handke es muy controvertida y con
mucha razón. Si Handke carece de interés en su nueva obra no puede ser por
haber vuelto a mostrar su desprecio a las víctimas de Milosevic acudiendo al
entierro del asesino a rendirle honores como si de Gandhi se tratara. La nueva
obra, la muy erróneamente vetada en París, nada tiene que ver con aquello que
ha hecho del autor austriaco alguien más patético que polémico. No niega Handke
crímenes reales en esta obra y en otras tan sólo los ignoraba con esa pequeña
vileza irritada de un autor que parecía destinado a ser un gigante de la lengua
alemana y será recordado como poco más que un polemista y senderista por
España.
Handke ya es ante todo el apologeta de un criminal. Triste
sino. Se le conoce más por negar unos crímenes y aplaudir otros que por sus
grandes obras escritas lustros ha. Pero su responsabilidad es grande. Es un
cómplice contento. Hay asesinos en Serbia que no se entregan al Tribunal de La
Haya con argumentos alimentados por Handke y compañía. Proliferan allí lacayos,
indolentes y cobardes. Y los apologetas del exterior. Tan útiles. Handke aquí,
Ramonet allí, Céline en Vichy y tantos otros colaboradores de los regímenes fascistas,
nacionalsocialistas y comunistas. Serbia triste sigue cautiva, secuestrado su
futuro por los genocidas, aupada por un Handke elegante que veranea por Soria,
da conferencias para mayor gloria y "justicia para Serbia" y llora
porque no se le mima. Él, que es el poeta y bardo del criminal, el que canta y
llora por quienes mataban a otros por escribir y por hablar.
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