El País Martes,
13.06.06
COLUMNA
"Al contrario que la mayoría de los demás populistas,
Ahmadineyad (presidente de la República Islámica de Irán) no es un demagogo. Él
está convencido de lo que dice y eso lo hace muchísimo más peligroso que otros
populistas. Está subyugado por una ideología que no admite contradicción. En
contraste con Rafsanyani o incluso Jomeini, que pese a su orientación
ideológica fundamentalista siempre estaban dispuestos a algún compromiso, a
Ahmadineyad le falta la disposición a percibir la realidad y actuar
consecuentemente".
Estas palabras del escritor iraní Bahman Nirumand, exiliado
en Berlín, dicen mucho de la sobriedad de un fanatismo simple y por ello
liberado de todo compromiso con la realidad, con el entorno y con las
consecuencias de las acciones. Sentencia Nirumand que a Ahmadineyad "le
falta la disposición a percibir la realidad". Pero también dice que el
presidente iraní ha sido lo suficientemente hábil como para movilizar, para
llegar al poder, a millones de desharrapados a los que, sin propuestas,
preparación ni otra motivación que no fueran las obsesiones propias, convenció
de optar por la más irracional de las alternativas. Ahmadineyad carece de cinismo
en sus fines, lo que a nadie debe llevar a la conclusión de que no lo
despliegue con generosidad en sus métodos.
A los medios occidentales les ha cogido la medida y cuanto
mayor sea su obscenidad o chulería, mayor es la atención que se le presta. Él,
vanidoso pero consciente de su falta de preparación, sabiéndose de cierta forma
un usurpador en la tradición de la autoridad religiosa chií adquirida por medio
del esfuerzo, el estudio y la reflexión, se mantiene en la huida hacia delante
del que se sabe beneficiado por la impostura e incapaz para la tarea que, por
suerte o por engaño, logró le fuera encomendada. Ignorante como es, todo
problema se le antoja simple.
Se dice el presidente -y pocos dudan de que lo cree
realmente- llamado por el Mahdi, por el imán chiíta que, dicen leyendas y
escrituras, volverá cual Mesías. Asegura haberlo sentido en septiembre pasado
en la Asamblea General de la ONU. Proclama a los cuatro vientos su buen
encuentro con el cielo, su suerte y buena estrella. Es supersticioso. Y cree
que el Mahdi tiene una especie de empeño personal por él. Lo dice públicamente
y no hay quien en el Parlamento iraní diga dudarlo. Pero nadie se cree en serio
que todos le crean. Y en otras cuestiones algo más baladíes sí se han atrevido
muchos a poner en duda su autoridad.
Occidente está alarmado ante un personaje que desprecia los
hábitos. Declarar malditos a EE UU es ya casi cuestión de cortesía en ciertos
círculos, pero considerar que los judíos han de ser exterminados por cuestiones
de ética y estética resulta controvertido. E intentar apropiarse de esta idea
tan poco original negándole a Hitler sus intenciones es una afrenta seria a
Occidente, que suele tratar a los populistas, demagogos y rufianes diversos
como excéntricos que acaban destruyéndose. Son tribunos o charlatanes estos
genocidas hasta que se lanzan a matar. Ahora, el problema está en que pueden
globalizar la muerte.
En Teherán existe menos respeto hacia este personaje que en
Occidente. Cuatro ministros de Petróleo le ha rechazado el Parlamento al gran
líder. Y otros nombramientos. Con el sha no se habría atrevido. Cierto
que Ahmadineyad se ha cargado a casi todos los altos funcionarios y ha puesto a
niñatos sectarios -uno de 26 años de jefe de la Bolsa de Teherán- o a iletrados
camaradas de tragedias en sus puestos. Pero los efectos han sido inmediatos. La
población los nota y concluye que estaba mejor bajo la banda de apandadores de
los clérigos corruptos ahora postergados.
Irán es un país con una historia milenaria, un orgullo
nacional profundo y una cultura sabia y madura, asaltada. La selección negativa
que se impone tras el acceso al poder de gentes de ideologías o creencias
sectarias y cultura y relaciones sociales primarias es un drama. En este
sentido, Ahmadineyad sólo es consecuencia lógica de la revolución islámica.
Puede ser una pesadilla aún mayor de lo que se augura. Pero también una más
pasajera. Para Irán y para el mundo. Siempre que no tenga la bomba.
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