El País Martes,
23.01.07
COLUMNA
En sus imprescindibles memorias, el líder partisano, verdugo
comunista, intelectual y finalmente hombre de honor que fue Milovan Djilas,
explica con detalle cómo un día muy especial en plena guerra, apuntó con su
fusil a un prisionero en fuga que corría por un altiplano montenegrino, apretó
el gatillo y vio cómo caía abatido el hombrecillo. Djilas aseguraba poco antes
de morir como un venerable anciano sabio, que en la fracción de segundo que
sintió le pasaba del cerebro al dedo la orden de matar al enemigo sintió tanta
culpa como orgullo y por primera vez surgió una fuerza de contrapeso a la feroz
ideología que se erigió en la mentira popular.
El implacable Djilas pensó tanto en la vida del infeliz como
en la fuerza que lo indujo a apretar el gatillo. Entre los hombres sin piedad
que dirigían la resistencia comunista se creó entonces una imperceptible
fisura. Rankovic sería un asesino hasta su muerte, Kardelj un ideólogo
amanerado y Tito el fatuo hombre de poder. Djilas nunca volvió a ser uno de
ellos. En la plenitud del poder, en la victoria, supo ver el sufrimiento al que
sometían mentira y odio a todos. Allí surgió el hombre de honor que habría de
decir verdades que, paradójicamente, hicieron libres a otros pueblos antes que
al suyo. Djilas despreciaba tanto a la Serbia nacionalista de Slobodan
Milosevic en la que murió en 1995, como a la Yugoslavia corrupta y mentirosa
que construyó su compañero de armas, Josip Broz Tito.
La pésima noticia actual es que el nacionalismo que asumió
en Serbia la miseria moral y el legado de brutalidad de la ideología comunista
sigue viva. El domingo consiguió ser otra vez la fuerza más votada con un
28,7%. Un tercio de los escaños. Tristes datos. Y con su caudillo preso como
criminal de guerra en La Haya. Serbia es, sin duda, una peligrosa anomalía.
También lo es, que en zonas de Europa occidental mimadas por el bienestar y la
democracia algunas opciones criminales, etnicistas e identitarias consigan
mayorías o minorías amplias que condicionan la vida política de las
democracias. Puede que lo peor no sea que el partido más votado es abiertamente
nazi como es el SRS de Seselj. Quizás lo sea que el jefe del Gobierno actual,
Vojislav Kostunica -ya saben, "nacionalista moderado"-, es un experto
en presentarse como disuasor de las fobias antieuropeas que le benefician y por
tanto no dejar de promocionar. Los nacionalistas "moderados" dicen
que los radicales han perdido. Resulta un mensaje familiar. En realidad se han
repartido el triste mensaje de victimismo que fomenta la gran mentira popular.
Serbia no logra pasar página. Quizás Zoran Djindjic hubiera acabado con la
plaga de mentiras y mentirosos que atenaza a Serbia a su pasado miserable y
culpable. Pero también a él lo mataron.
Si Hitler se nutrió de la leyenda del apuñalamiento
(Dolchstosslegende) de Versalles, Milosevic del mito del Campo de los Mirlos y
todos los nacionalistas de agravios inflados o imaginarios, la mentira popular
serbia aun insiste en ignorar que la destrucción de Yugoslavia -que Milosevic
inició- sólo concluirá cuando todos acepten que Kosovo no es Serbia. La guerra
lo cambió todo allí como Hitler logró que Pomerania oriental y Königsberg
dejaran de ser Alemania.
Quizás algunos entren en razón. Puede que no. Kostunica ya
coquetea con la Rusia del Señor de la Lubianka para un chantaje conjunto a la
UE. Como los ultras. Europa no tiene fuerza para combatir allí la mentira
popular y por eso ayer se columpiaba de nuevo en sus propios engaños
optimistas. La última vez que los serbios se lanzaron a matar por dicha mentira
el hombre de honor que puso fin a la matanza fue un norteamericano, un tal Bill
Clinton. Nadie se alarme por los tristes resultados electorales. No auguran
matanzas inmediatas. Pero nadie confíe en un fin próximo de la mentira que
envenena a Serbia y paraliza a todos los Balcanes occidentales en un pozo
negro.
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