El País Miércoles,
28.09.05
COLUMNA
Hace ya bastantes años -regía en el Hradshin (castillo) de
Praga aún la pujanza intelectual inquieta, ilustrada y generosa de unos ideales
hoy de nuevo defenestrados a los fosos de la marginalidad-, el entonces
presidente checo, Vaclav Havel, convocó en los esplendorosos salones góticos
junto a la Catedral de San Vito y sobre el río Vltava a varias decenas de
escritores, filósofos, artistas, científicos, religiosos y analistas. Havel
quería hacer opinar a todos sobre nuevos conceptos culturales y políticos que
pudieran generar esperanza e ilusión para sacar a Europa de una frustración ya
entonces perceptible pero aun lejos de ser la revuelta de ira y desprecio
contra la clase política a la que asistimos en los últimos años.
Allí se juntaron, si se suman las experiencias de los
asistentes, muchos años de cautiverio y persecución política y largas vidas de
estudio de hombres y mujeres con sabiduría, humildad y emoción por la honestidad.
En común tenían todos ellos "las grandes ideas humanas" a las que se
refiere Mario Vargas Llosa en su prólogo de un delicioso librito de Siruela con
una conferencia de George Steiner titulada "La idea de Europa".
Recuerda Vargas Llosa que fue Goethe en su Poesía y verdad el que
fechaba el humanismo europeo el 25 de octubre de 1518, cuando Ulrico von Hutten
escribía una carta a un amigo en la que rechazaba sus privilegios de noble
cuna. "La nobleza por nacimiento es puramente accidental y carece de
sentido para mí. Busco el manantial de la nobleza en otro lugar". Allí en
el Hradshin medieval, Havel logró convocar una gran ceremonia de una orden de
caballería en defensa de la libertad, la tolerancia y el respeto. Allí había
vocación de excelencia y de la defensa incondicional de la dignidad. Sonaban
allí la llamada de Rilke: "Du sollst dein Leben ändern" (cambia tu
vida) y la sentencia de Spinoza sobre la dureza de la lucha por la excelencia
que cita Vargas Llosa. Es evidente que Havel fracasó en su intento de que
este gotha del ideario europeo como empresa de permanente superación
inspirado en el esfuerzo personal por la excelencia movilizara a las opiniones
públicas, siquiera a las clases políticas. Nunca estas han sido más arrogantes,
vanidosas y obcecadas. Como le decía el editor húngaro, judío, alemán, Sammy
Fischer a Tomas Mann respecto a un amigo común, "no es europeo. No sabe
nada de grandes ideas humanas". No hay europeos en este sentido con mando
en Europa.
Este concepto de la identidad y vocación europeas, culto a
la libertad del individuo, está tan irreconciliablemente enfrentado al
nacionalismo y las ideologías redentoras del siglo pasado, comunismo y
fascismo, como al obsceno mercadeo con los principios y mecanismos de la
democracia representativa. El viejo Simon Wiesenthal, que murió la pasada
semana en Viena, solía echar pestes contra los "jovencitos judíos
fanáticos y justicieros de la costa este" (de EE UU), con sus juicios
fáciles sobre los europeos desde una superioridad moral basada en la pretensión
y la ignorancia. Como tantos otros grandes europeos, pese a llevar el terrible
siglo XX marcado con fuego, se murió creyendo en la capacidad de regeneración
más que cultural espiritual de Europa. Sin ánimo de ser catastrofista porque hoy
hay que ser optimista hasta en el cadalso, sí se puede sospechar que la
regeneración moral pública que en su día quería poner en marcha Havel habrá de
esperar a próximas generaciones que puedan llegar a responsabilidad de gobierno
con experiencias que las actuales no han tenido. Y que el llamamiento a la
regeneración europea en la dignidad será un ejercicio individual que se quedará
en aquellos cenáculos intelectuales que menos lo necesitan. Espectáculos como
los ofrecidos por Jacques Chirac antes y después del referéndum, Gerhard
Schröder durante toda su legislatura y tras los comicios del 18 de septiembre,
Silvio Berlusconi siempre y nuestros políticos patrios durante el grotesco
sainete estatutario, son todos ellos antieuropeos en el sentido de que la búsqueda
de la excelencia de la que Steiner habla demanda como requisito previo algo
menos de autoestima y algo más de respeto a sí mismo por parte de aquellos
dispuestos a emprenderla.
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